Cajón Desastre

random

Escribir en la cajita que no es blanca porque en el SXXI hemos resuelto el miedo a la página en blanco eliminando las páginas y el fondo blanco.

En el siglo XXI tecleo, sin embargo, en una cajita amarillo pálido. El mero hecho de teclear ya es raro de tan normal.

Aun recuerdo cuando aprendí mecanografía, a usar todos los dedos, a conectar los dedos con las neuronas, con la piel, a darle a eso la velocidad precisa. O la lentitud necesaria.

La gimnasia. Permitir a mis dedos torpes, a mis manos gordas, a mi zurdez reconvertida, alcanzar el ritmo alocado al que pienso o siento o lo que sea algunas veces.

Dejar de escribir a mano porque con el boli, esas mismas veces, no soy capaz de ir tan rápido como el impulso extraño.

No saber qué demonios vas a escribir.

La metáfora de siempre.

El caramelo

La lengua.

Lo que se derrite.

Leer a Belén Gopegui definir la poesía como una exactitud inesperada. Leer cada una de sus palabras exactas, no sé si tan inesperadas, no sé en cuántos sentidos de la acepción sus palabras me resultan inesperadas.

Leer a Gopegui mencionar a Google como el ente, como la máquina, como el monstruo que nos traga y nos aprende y nos busca los rincones pero se olvida de algunas conexiones.

Escribir esto en una cajita amarillo pálido patrocinada por google. Una que se sincroniza con nosecuantos chismes, servidores, nubes que no vuelan, cables y chips y luces de colores que recalientan sótanos en lugares distintos del mundo. Escribir esto en una cajita sincronizada con el mundo y saber que una araña, un motor, un bicho, otra máquina, va a pasar sus patitas, sus infinitas patitas, por mi texto minúsculo, irrelevante. Va a decodificarlo y recodificarlo, a indexarlo, a tratar de interpretarlo y sin embargo no va a leerlo. Y precisamente por eso va a quedarse mucho más lejos que tú. Que leerás esto tarde, o pronto, quién lo sabe. Sin necesidad de patas de araña, de robots.

Leerás esto tarde y no lo leerás con mi voz porque ni siqueira tienes muy claro cómo es mi voz a estas alturas. No eres una araña ni un robot ni una máquina, pero eres capaz de sonreir de medio lado en algunas palabras, recordar involuntariamente algunas otras, fruncir el ceño sin darte cuenta, cabrearte porque te das cuenta de que estás frunciendo el ceño y no querías. O no querías que yo supiese. Que tuviese razón y a la vez me equivocase tanto.

Tú, que no eres una máquina omnipotente, que eres un simple humano, un triste humano, eres capaz de todo eso. De conectar. De engancharte a algún saliente, de encontrar las rendijas. De hacer lo que google no hace.

Por más que tenga acceso a mi historial de búsqueda, de navegación, a los enlaces que sigo, los que omito, la música que escucho, la que paso, la que comparto, la que no quiero que nadie sepa que estoy escuchando.

Sabe lo que tú no sabes pero en el fondo no sabe nada. Nada de lo importante.

Soy una mujer previsible, no tengo ningún misterio. Nunca lo he tenido.

Por eso almaceno mis palabras inconexas en cajitas amarillo pálido patrocinadas por el monstruo que nos va a tragar a todos, comparto con ese mismo mónstruo una cantidad de información que no siempre soy capaz de medir o pesar. Excesiva como yo.

Pero la conexión se salta el chisme. El chisme conectado con el mundo no conecta, sin embargo, del todo conmigo. Y, con un poco de suerte, en cambio, quizá un destello fantástico, encienda algo ahí, al otro lado, en otro cerebro humano, plástico. Capaz de poner atención en cosas aparentemente triviales. De procesar muy poca información, con mucho cuidado. Agitarla despacito en un cóctel raro, convertirla en una especie de tesoro. En la materia prima de otra cosa.

La exactitud, el destilado, la sonrisa inesperada, la previsible, el ceño fruncido, la mala leche, el aburrimiento. Por qué te aburre, qué te aburre. Cuándo tenía que haber dejado que los dedos torpes, reeducados, dejasen de danzar por las teclas. Todos mis dedos, equivocándose doscientas veces al teclear y borrar y volver a teclear la palabra dedos. Mis dos manos danzando veloces en un espacio minúsculo, con un ordenador en las rodillas, un ruido de teclas, un camino de letras formando líneas que se rellenan veloces. La nada automática. Y de fondo la cajita amarilla. Conectada con la araña, desconectada de eso que no sé si es el alma, la cabeza, el ordenador central de cada uno de nosotros, los previsibles humanos pequeñitos, insignificantes que se comunican por impulsos, ondas invisibles que se desplazan veloces, recorren distancias enormes a la velocidad de la luz solo para que dos seres conecten sin un solo cable. A oscuras.

Otra vez abriendo el círculo que una vez fue una espiral. Los dedos, los mismos dedos que obedecieron a mi cabeza tecleando teorías raras del amor y las formas verbales y los errores del pasado, y el tiempo, y la curación, y el jazz y Hoper y las cerillas encendidas protegidas por manos y la luz, y lo oscuro, y las estrellas, y las inclemencias. Todas esas tonterías, que encendieron al otro lado, hace muchos años, alguna neurona, que pusieron en marcha un mecanismo inesperado de otras manos en otras teclas que suenan distinto y dicen distinto y juegan al escondite y fingen que nada tiene que ver con nada. Pero consiguen encender alguna luz al otro lado de algún cerebro privilegiado que se parece poco al mío, muy poco al mío, pero hace que mi cabeza enmarañada deje de pensar en botones y menús que se despliegan e iconos de colores y todas esas herramientas que barajo y mezclo y reparto 8h diarias en una oficina con orientación sur y vistas a unas obras, una vela, una carretera, una rotonda, una plaza ventosa llena de palmeras. Todas esas cosas que enumero con los dedos, en las que nunca pienso conscientemente, que google indexa, que se paran de golpe cuando Belén Gopegui despliega su arte y su lucidez y su lirismo, un lunes cualquiera, para explicarme cómo ven el mundo dos personas que no existen, dos personas que son ambas un trozo de ella y a la vez un trozo de alguien que no se parece nada a ella. Que son ambas una miguita de mi y a la vez no se parecen nada a mi.

Y eso hace que yo escriba febril e inconexa, veloz y espesa, todas estas palabras. Una detrás de otra, sin apenas pensar en nada que no sea la dichosa conexión, la exactitud de la poesía, la necesidad de que siga existiendo la gente que te inspira. De nombrarla. La diferencia entre las musas y la gente que te inspira.

Belén no es mi musa. Pero sin ella este texto no existiría, sin ella no hubiese dedicado 4 o 6 viajes de metro a pensar sobre el futuro, el miedo, lo previsible, las profecías autocumplidas pero sobre todo la complicidad. Esa conexión. Esa chispa. Ese fósforo prendido activando cerebros a distancia.

Los científicos nos dicen que no existe la magia. Que es una cuestión de entender mejor el mundo. Entender los modelos nos hace predecibles. Siempre he sido predecible. No ha hecho falta entender modelos complejos para descifrarme. Por más que google haga muchas líneas que ha dejado de prestar atención a este texto farragoso. Por más que ningún humano haya conseguido llegar hasta el final.

Podría seguir tecleando mientras pienso sobre esta nada tan importante. La conexión entre las mentes. Esa capacidad de algunas personas para abrir la puerta, colarse en tu casa, lanzarte sobre la cama, zarandearte, invadirte, acariciarte, despertarte la piel dormida, mientras fuera un viento al que los meteorólogos están a punto de darle un nombre, suena como un viejo instrumento de viento madera. Digamos un fagot.

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1. Que no son los guardianes de ninguna esencia. Por más que durante generaciones les hayan explicado que ellos tienen la verdad revelada y absoluta sobre qué es cultura, qué es música de la güena güena, qué es bonito, qué es feo, qué gusta, qué no gusta, qué está pasado de moda y qué funciona, resulta que NO ES VERDAD. Tendrían que asumir que su gusto vale lo mismo (repito LO MISMO) que el de cualquier “mojabragas”, “niñata” “inculta”. Su gusto es tan subjetivo y tan sesgado como el de cualquiera. A veces será más informado, otras no. Pero eso no lo sabemos a priori. Y conozco a muchas niñatas mojabragas que han oído más y mejor música que muchos señores gafapastas de los que nos dan la brasaza con sus “obras maestras imprescindibles” de coleccionable de quiosquito. Han sido las presuntas niñatas las que votaron para meter entre las favoritas de cada semana a Amaia, las que le dieron el sobrenombre de “Amaia de España”, las que hicieron cola para sus firmas y las únicas que sabían desde la primera vez que la escucharon que cuando esa mujer hace música es un escándalo. Las menos sorprendidas con la potentísima versión de “Shake it out”, una de esas canciones que serían himnos gafapastas si no fuese porque son obra de una mujer que superó sus miedos y se hizo libre e incontrolable.

2. Que las mujeres pueden ser buenas amigas y leales entre sí. Que de hecho lo son. Que comparten ropa, confidencias, risas, banalidades, preocupaciones, que se cuidan, se dan cariño, que no son zorras competitivas pero tampoco hipócritas cobardes. Ahí tenemos a Aitana y Amaia y Ana y Miriam siendo sinceras las unas con las otras, exponiendo sus miedos e inseguridades ante otras sabiendo de sobra que las otras no van a traicionarlas. Que van a cuidarlas. Ahí tenemos a esas mujeres siendo amigas. A ninguna de nosotras nos sorprende eso porque llevamos toda la vida viviendo eso. A pesar del mito todas sabemos que cuando vienen mal dadas ahí están nuestras amigas. 

3. Que un hombre y una mujer heterosexual pueden tener otras parejas y quererse mucho entre sí y mirarse con brillo en los ojos y que eso no implica una crisis. Que cada pareja tiene sus códigos y sus pactos propios aunque el resto no los entendamos ni tengamos por qué entenderlos. Que igual ese cariño tan fuerte termina en una relación de pareja monógama estándar o igual termina en cualquier otra cosa y que ninguno de nosotros somos quién para meternos en los pactos y las negociaciones de otras personas ajenas a nosotras por más que nos incomoden porque nos retan. Porque nos hacen dudar de lo que nos habían enseñado como inamovible.De un modelo que a todos se nos ha quedado alguna vez pequeño, grande, insuficiente, excesivo, agobiante o lo que sea.  

4. Que no nos gustan las mujeres seguras de sí mismas y las queremos indefensas, frágiles, llorosas, calladitas, hechas una bola protegidas por hombres o solas pagando el peaje de negarse a ser indefensas, frágiles, llorosas, calladitas y etc.  Y que eso es machismo y misoginia. Ahí tenemos a Ana que empezó siendo la mujer ideal: preciosa y divina pero sin saberlo y de pronto se convirtió en la Altanera, Preciosa y Orgullosa.La consciente. La broma nos hizo gracia diez minutos. Luego hubo que ponerla en su sitio. Qué se ha creído. Esa chulería inaceptable de cuando una mujer se gusta, se quiere y es consciente de las cosas que hace bien.

Ahí tenemos a Miriam, que se comporta como cualquier hombre estándar de su edad. Sentencia como si lo supiese todo. Interrumpe, habla alto, ocupa espacio físico, da golpes en la mesa, se sienta espatarrada y etc. Mal todo (si eres mujer, si eres hombre es así como se es). Es una harpía poco femenina. Pero un día le vemos la grieta: una inseguridad brutal respecto a su cuerpo. A pesar de ser una mujer normativa y preciosa ella no se percibe así. Y aprovechamos la grieta para destruirla.Otra vez el aspecto físico como mecanismo de control, como forma de someternos.  Mi forma de entender el mundo implica que desaparezcan las actitudes de hombre estandar, no que las empecemos a utilizar nosotras por norma, pero eso solo ocurrirá si nos paramos a pensar por qué premiamos eso en los hombres y lo castigamos en las mujeres y a qué clase de actitudes conducen esos comportamientos cuando uno está inseguro, estresado, nervioso y etc. Porque un modelo basado en hablar más alto, más brusco y ocupando más espacio que el de al lado conduce a la violencia inevitablemente. A defenderte y esconder tus miedos subiendo la intensidad. 

5. Que la homosexualidad y la bisexualidad no están aceptadas socialmente por más que digamos que ahora, para molar y salir en la tele, hay que ser gay. Solo dos concursantes han reconocido abiertamente tener orientaciones no heteronormativas. Marina dijo no ser heterosexual y tener una pareja trans. Su beso con su novio en prime time fue un acontencimiento digno de portadas de medios e hizo cortocircuitar a un montón de gente. La misma gente que vio el beso de otras parejas de concursantes como quien oye llover. Yo misma tuve que explicarle a un amigo que Marina no es heterosexual aunque tenga novio, porque le gustan habitualmente las mujeres y ahora también le gusta su novio que es un hombre trans (gente LGTB si hay algo incorrecto en mi explicación decidme y aprendo). Además Agoney ha sido tan abiertamente gay como Roi ha sido abiertamente heterosexual. Por poner un ejemplo. Sin embargo hay al menos otros 3 de los 16 concursantes teniendo actitudes muy poco naturales respecto a su sexualidad que hacen pensar a todos los espectadores que no son heterosexuales. ¿Y por qué no lo dicen si está todo tan normalizado? Bueno, igual que sus dos profesores de interpretación, que son pareja y hablan abiertamente de su relación y de la importancia del activismo LGTB hayan sido agredidos durante el desarrollo del concurso no ayuda. Se me ocurre.

6. Que no pasa nada por pedir perdón ni por llorar en público. Amaia se ha pasado buena parte del concurso diciendo “huy perdón, perdón” cada vez que desafina, se desconcentra, tiene un ataque de risa en clase de yoga o llega tarde al pase de micros porque estaba peinándose. La directora de la academia (HAMO a Noemí, por cierto), ha pedido perdón todas las veces que ha sentido que se equivocaba, la última ha pedido perdón llorando en público y en directo. La directora de la academia. Algunos profesores han reconocido de forma muy abierta que quizá se han equivocado en la elección de los temas, el enfoque en la interpretación, las armonías o cualquier cosa. Y tanto el resto de la gente del programa como el público no solo no les queremos menos sino que los queremos hasta más. Conectamos con ellos, entendemos sus errores y valoramos su capacidad para resolverlos o asumirlos con humildad. Respecto a llorar en público, benditos sean los Javis, que parecen haber entrado en ese programa solo y exclusivamente para sembrar la semilla imprescindible de lo vital de entender y expresar tus emociones, y de cómo eso no te debilita sino que te ayuda a ser más feliz para empezar. 

7. Que hay mujeres músicas. No solo Guille Milkyway (también lo HAMO, por cierto) aprovecha cada una de sus clases para poner ejemplos de mujeres músicas que hicieron cosas relevantes para la historia o confiesa que un disco de una tía le parece de los mejores de la historia o que algunas presuntas novedades de señores ya las había aportado a la historia de la música una señora antes. 

No solo han buscado un equilibrio en las estrellas invitadas a la academia (no tanto a las galas, ejem) de forma que mujeres músicas les expliquen a los concursantes sus impresiones, experiencias y etc en la industria. No solo eso. Además el 24h nos ofrece de vez en cuando los maravillosos momentos en que Aitana o Amaia cogen la guitarra o se sientan al piano y cantan música compuesta por otras mujeres o crean su propia música. Exactamente igual que algunos de sus compañeros.

8. Que las mujeres de verdad tienen o no tienen curvas pero todas tienen vello en alguna parte de su cuerpo. Y algunas deciden que no necesitan depilarse aunque salgan en la tele en prime time y con falda corta. Y lo dicen con orgullo. Porque aunque acaben de cumplir 19 años sabe de sobra que lo personal es político. 

Paro de momento. Pero queda un mes y seguro que entre todas se nos ocurren muchas más cosas que añadir a esta lista que tristemente Javier Marías nunca leerá. Con la ilusión que me haría a mi. Está ocupado, como tantos, mirándose el ombligo