Sobres de azúcar y curva de aprendizaje

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Recuperado del viejo armario adolescente (11 de abril de 2013)

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Una amiga me contó que el inventor de los sobres alargados de azúcar para café se suicidó de la pura frustración de no conseguir que la gente aprovechase su principal ventaja: se pueden usar con una sola mano y no necesitan agitarse.

La cosa funciona así: coges el sobre alargado por el medio, lo doblas sobre la taza hasta que se rompa y el azúcar empiece a caer por ambos lados. Fin.

Yo, hasta que mi amiga me contó esta historia, agitaba el sobrecito alargado igual que el rectangular y le hacía un corte por la parte superior igual que con el rectangular.

Desde que me contó la historia he descubierto lo cómodo que resulta y nunca olvido cómo se hace. Incluso cuando veo a gente en los bares hacerlo “mal”

¿Qué tiene que ver esto con la experiencia de usuario?

Obviamente todo. La curva de aprendizaje existe y cuanto más complejo es algo más tarda la gente en aprenderse el funcionamiento.

Pero si la experiencia de uso es buena y satisfactoria ya nunca lo olvidamos.

Por eso merece la pena enseñar a la gente a usar nuestras interfaces antes de considerarlas un fracaso.

Tengo tendencia a diseñar interacciones lo más obvias posibles. Pero no siempre se puede. O casi nunca se puede. Lo que sí tenemos que encontrar siempre es la forma sencilla de enseñar cómo se usan nuestras interacciones menos obvias, antes de caer en el suicidio. Por ejemplo, imprimiendo una línea punteada en el centro del sobre de azúcar antes de tirarnos por un puente.

Y esto del sobre alargado tiene que ver también con otra cosa interesante del diseño de interacción y que a veces pasamos por alto:

Antes he dicho que los que abren el sobre alargado igual que el cuadrado lo hacen “mal”. Y he puesto “mal” entre comillas a propósito.

Mientras el uso que se haga de la interfaz satisfaga las necesidades de las personas que la usan yo doy por correcta la interacción incluso aunque no sean capaces de entender/automatizar la forma “óptima”. O de sacarle todo el partido que el sistema puede ofrecer.

Yo no necesito lo mismo de una agenda que el secretario de dirección de una gran compañía, por ejemplo. Hoy no. Pero también uso más funciones de la agenda ahora que hace 5 años y ese proceso, con la herramienta que uso, ha sido facilísimo: se ha adaptado a mis necesidades a medida que las he ido teniendo y el aprendizaje ha sido sencillo.

Es decir, y por seguir con la analogía, una vez impresa la línea punteada y quizá una ilustración esquemática explicando el proceso, hay que sentarse a esperar a que el consumidor de bebidas azucaradas se encuentre bajando las escaleras mecánicas del metro con un vaso de papel, hablando con el móvil encajado entre la oreja y el hombro, sujetando la tapa con el meñique y recordando de golpe el dibujo que lleva viendo puede que meses. Probando. Derramando puede que demasiado azúcar. Pero sabiendo también que el sistema le funciona y que la próxima vez será más preciso.

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Gracias @sinremite por contarme esta historia desayunando en Tarifa allá por Septiembre. He tardado pero dije que lo haría y aquí está!

Lo he recordado por las quejas que siempre tenemos todos cuando nos cambian algo en nuestro “Gmail” y lo que me costó a mi acostumbrarme a las conversaciones anidadas y mi resistencia a abandonar mi viejo correo por este Gmail sin el que no sé si sabría vivir.

Algo aprendí de sobres de azúcar, curvas de aprendizaje y resistencia al cambio desde 2005, después de todo.