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Chorradas bizarras con algo de sensibilidad

Chorrada volumen I

Todos los días por la tarde cuando el sol está en lo más alto, salgo a la calle y siempre en la puerta del mismo bar las mismas caras, los mismos hombres sonrientes, gruñones y porfiados con su copita de vino en mano y alguna que otra tapa que cae de maravilla como tentempié antes del almuerzo. Son felices, o lo fingen bastante bien, o quizás, no sé, sólo sea producto de mi imaginación, y el ‘yo’ material de cada uno de ellos sea un espejismo que yo mismo absorbo y asumo cayendo en una paradoja.

Las imágenes que aterrizan en mi cabeza, nuestras percepciones, son limitadas, condicionadas por las palabras, prisioneras de los sentidos. Tal vez el señor (en realidad, señores) de la copita de vino tenga pensamientos profundos (o lo que sea eso), más allá de que declare con sinceridad en una discusión que “antes se vivía mejor”.

No lo sé, divago demasiado. Puede ser que ese señor haya pensado lo mismo de mí, o tú, quizás, lo hayas pensado de mí. En definitiva, qué importa.

Buenos días, tardes o noches nos dé dios, bienaventurados o malaventurados los que leen estas líneas, me detengo por esta vez para abrir la veda de las pájaras que llegarán a esta página en blanco, cuando las naderías de mi cerebro se extiendan más de la cuenta y necesite un desahogo sincero contra el mundo o contra mí mismo. Desconozco si este despropósito tendrá algún sentido, algún fin; considero que no, que serán monedas al aire que cada uno interpretará por la faz que más le convenga. Tal vez sea fugaz mi paso por aquí, aunque no sé si es lo más idóneo o no. Para este momento recuerdo una frase que decía: “Sé que será fugaz, puesto que es bello”. Ya se verá.