PRIMER CAPÍTULO QUE NO LLEGARÁ A NADA – Nº2

Salió de la conferencia con la sensación de que lo que había escuchado tenía que ver con algo importante, pero no era capaz de señalar qué exactamente. Era una sensación muy incómoda, como cuando te pica algo y no ubicas dónde y te rascas y no se te pasa la comezón. Cuando volvió a sus quehaceres en la universidad, una parte diminuta de su cerebro seguía dándole vueltas a todo aquel discurso ligeramente confuso sobre energías que no se veían y que, sin embargo, estaban ahí, tangibles, físicas y mensurables.

Ella había asistido casi por error, pero tenía un rato libre aquella tarde y entró. Al fin y al cabo su especialidad era la Historia Antigua, de antes de la Debacle, de cuando los elfos aún dominaban el mundo y los demás pueblos se limitaban a comer las sobras. De aquello habían pasado más de 6000 años y todo lo que quedaba de aquel fabuloso imperio eran sus ruinas y algunos artilugios mágicos que nadie comprendía muy bien, pero que aún funcionaban. A ella siempre le habían dado mucho miedo, pero le parecían fascinantes y siempre se preguntó cómo había podido caer una civilización que controlaba los elementos con tan inmenso poder.

Algunos de esos artilugios eran simples comunicadores, otros eran capaces de cambiar el clima, otros se habían estado utilizando durante milenios como traductores universales. Había oído una vez la historia de un orbe que era capaz de curar a quien lo tocase. Los cuentos, las leyendas y las historias de todos los tiempos se alimentaban de aquellos artilugios. Las maravillas era infinitas y, por supuesto, a cada cual más inverosímil.

-Doctora Phara.– oyó a sus espaldas. Era la voz de uno de sus ayudantes. Ella no se volvió. Estaba tratando de descifrar los trazos epigráficos de una losa de la época Dirthaneana.– Doctora…

-Un momento, Yanel… – susurró.

Concentrada en los trazos decidió virar la lámpara unos grados a la derecha. “Ah, ahí estás…”, se dijo triunfante. Cogió su pluma y escribió lo que había leído. Sólo entonces levantó la vista hacia el joven estudiante de doctorado. No necesitó levantarla mucho. Yanel era un enano, como el 70% de sus estudiantes. Era inevitable que las especialidades en arqueología histórica las coparan enanos y se lamentó una vez más de la poca diversidad en según qué áreas de estudio.

-Dime.– dijo con un suspiro.

-Es otra vez el Señor Alephe.– dijo el muchacho con expresión contrita.– Lo siento mucho, Doctora, pero no…

-No te preocupes, hijo.– Phara se incorporó con cierto esfuerzo. Demasiadas horas sentada y ya no era una jovencita.– Ya me encargo yo.

Yanel asintió con cierta angustia asomando por sus ojos castaños. Era normal. Alephe no estaba allí por placer, sino por negocios, y cuando alguien cree que va a ganar dinero con la historia antigua es porque seguramente tenga la intención de reproducir algún artilugio élfico del pasado con fines espurios. Ya había tenido que torear a gente así en el pasado. El problema de Alephe es que era inusualmente obstinado. Alephe se encontraba impecablemente vestido en la recepción de la Universidad, observando con interés los cuadros de las victorias de Ragark el Poderoso sobre los Gnomos de Trahan. Phara caminó tranquilamente hasta él y esperó a que Yanel la anunciara.

Alephe era un hombre de negocios, un humano, cómo no, de actitud afable y predadora al mismo tiempo. Phara siempre se había fascinado por cómo los humanos podían vivir con tanto fuego y tanta ansia hasta la vejez. Alephe no era muy mayor, unos 55 o 57 años, no mucho más, de complexión media y movimientos suaves y calculados, como los de un gato al acecho. Ella, como elfa, tenía una mayor esperanza de vida y seguramente le superara ampliamente en edad, pero parecían tener más o menos la misma a cualquiera que no se fijase en las pequeñas puntas de las orejas que asomaban por su pelo rizado y ya entrecano.

Alephe extendió una mano con una sonrisa que ella correspondió y le indicó la dirección de las salas de recepción. Al entrar les sobrevino el aroma de los nardos y la hierbabuena. Los jardines al otro lado brillaban por el sol y el agua de las fuentes. Con lo rácana que eran la universidad con sus profesores e internos y lo fabulosa que parecía a cualquiera que la visitara. Las salas eran como terrazas individuales con cortinas, tapices, mullidos cojines para sentarse y mesitas bajas. Yanel corrió a por un refrigerio mientras ellos se sentaban.

-Parece que hoy he tenido suerte…- dijo Alephe con una sonrisa de dientes perfectos. Ella sonrió a su vez.

-En verano siempre es difícil encontrarme, señor Alephe. Los congresos y las excavaciones son ahora y en apenas dos meses el curso comienza de nuevo.

-Quien diga que la vida del erudito es tranquila no sabe de lo que habla, ¿verdad?

Phara se encogió de hombros.

-Ganarse la vida es lo que tiene.

-Gran verdad, Doctora, gran verdad.

Phara asintió arrepintiéndose un poco de su elección de palabras. Le había dado pie a su, sin duda, presentación comercial. Alephe fue a decir algo más cuando Yanel entró con una bandeja llena de dulces, fruta y té. Dirigió una furtiva mirada a la Doctora y se marchó con lo que le pareció a ella, una aire de culpabilidad. “Ah, este chico…”, pensó ella mientras veía cómo Alephe llenaba los vasitos de ardiente té.

-Se preguntará por qué he estado tan interesado en verla, Doctora.– dijo él. Ella, por supuesto, no se lo había preguntado para nada. Lo daba por supuesto, pero puso cara de interés mientras sorbía el té. Delicioso.– Creo que coincidimos en la conferencia del doctor Ukrang, hace unas semanas.

-Ah, no sabía que usted había ido.

-Francamente, tampoco sabía que había ido usted hasta que hace unos días un conocido común la mencionó.

-¿Puedo preguntar quién?

-Tarric Rakgurg.

Ella asintió plácidamente con una sonrisa. “Maldito drow tramposo y entrometido…”, pensó soltando toda la bilis de la que podía prescindir en fulgurantes imágenes del elfo oscuro en mil maneras incómodas y rocambolescas en las que su vida se extinguía lenta y dolorosamente.

-¿Y puedo preguntar en qué términos salió a relucir mi nombre?

Alephe se tomó un momento y sonrió.

-Sé que su relación con el señor Rakgurg no es la más… cordial actualmente, Doctora, pero le aseguro que Tarric respeta su profesionalidad y su erudición.

-No me cabe la más mínima duda, señor Alephe.– dijo ella ligeramente irritada. Rakgurg le había pisado estudios y descubrimientos desde que hicieran el doctorado juntos. Ahora él se había dedicado a la rapiña arqueológica, a los museos que sólo eran parques temáticos, al revisionismo histórico… todo por dinero. Era despreciable y le detestaba con todo su ser. Que aquel señor le tratara por el nombre de pila no ayudó a que su visión de aquella reunión mejorara.– Pero, por favor, prosiga, que no quiero robarle más tiempo.

-Ah, sí, sí. Perdóneme. Ya me ha dicho usted que estaba muy ocupada. Mire esto.– Alephe sacó un fajo de papel de papiro de un maletín. Phara le miró por fin a los ojos.– He llamado su atención, ¿verdad?

-¿Cómo trae papiros en un maletín y no en un soporte adecuado? ¿Qué antigüedad tienen?

-No se preocupe, sólo son copias, facsímiles. Son idénticos a los originales, pero no son los originales.– aclaró con rapidez el humano.– Los originales están a buen recaudo y datan de la segunda edad tardo-amarthiense. Creemos que es, de hecho, contemporánea a la Debacle o, al menos, muy cercana.

-¿Papiros anteriores a la Debacle?

-Así es.

-Nada tan frágil sobrevivió a la Debacle.– dijo escéptica.– ¿En qué se basa una afirmación así?

-En que hay… fuentes paralelas que lo corroboran.

-¿Fuentes?

-Artilugios.

Phara dejó el vaso en la mesa y se levantó. Había oído suficiente.

-Lamento que haya perdido su tiempo y el mío, señor Alephe. Me temo que mi colega Rakgurg le ha gastado una de sus famosísimas bromas.

-Por favor, Doctora, lo que le digo es verdad.

-Muy señor mío, lo que está diciendo no tiene evidencia científica sólida. Los artilugios son increíbles, cierto, pero su funcionamiento es totalmente arcano. Salvo los que tienen una utilidad inmediata y obvia, la inmensa mayoría no se sabe lo que son o para qué servían. Son meros… juguetes lógicos para admiradores de lo paranormal, lo fantasioso o lo inexplicable. Los papiros empezaron a utilizarse al menos seis siglos tras la Debacle cuando los medianos de la zona de los Grandes Ríos comenzaron a utilizar las plantas de la ribera para confeccionarlo. ¡Y ya de entonces apenas ha quedado nada! ¿Y qué artilugio ha podido dar una información tan específica? Catalogados hay unos trece mil que…

-No todos están catalogados.– cortó el hombre con voz seria y… ¿avergonzada?

Phara cerró la boca y entrecerró los ojos. El concepto de “Tráfico de reliquias” no le era desconocido en absoluto.

-Por favor, Doctora. Sólo le pido unas horas. Venga a mi casa. Le enseñaré lo que tengo y después saque las conclusiones que quiera.

-Si dice usted la verdad y ahí de verdad hay algo aprovechable, ¿cree que con un rato mirando cachivaches podré formarme una opinión? Soy una mujer de ciencia, caballero.

-Tómese entonces todo el tiempo que quiera. He venido aquí para pedirle humildemente su ayuda, su inestimable ayuda, para poder desentrañar un misterio. No sé si lo que hay es verídico o me he dejado engañar, pero lo que es seguro es que nadie a quien haya preguntado hasta ahora, ha conseguido decirme nada concluyente.

Phara tuvo que hacer un esfuerzo real en calmarse. La mención a Rakgurg tenía ese poder en ella, no podía evitarlo.

-Quizá porque lo que tiene no es concluyente.– Alephe abrió la boca pero ella alzó una mano para detenerle.– Pero no soy quien para determinar algo así sin examinarlo antes.

Alephe pareció aliviado y sonrió.