UN DÍA CUALQUIERA DE TU VIDA

Imagínate un día cualquiera de tu vida. Te levantas, te vistes y te vas a trabajar.

Imagínate que en mitad de tu jornada habitual una guerra estalla justo en tu edificio. En la huída descontrolada te separas de tus amigos y acabas en medio de la refriega. Un soldado te mete dentro de una especie de tanque y trata de escapar, pero apenas sabe conducirlo y estáis a punto de desaparecer del mapa. ¿Qué harías si reconocieras los mandos del tanque? ¿Qué harías si supieras cómo se conduce? Las sacudidas y las explosiones a tu alrededor no te dan tiempo a plantearte alternativas, así que le arrebatas los mandos al soldado y te pones a conducir tú mismo. De camino a un lugar seguro localizas a tus amigos y ves que están en peligro. Tú estás dentro de un arma, así que siguiendo el hilo de reacciones casi instintivas te pones entre el peligro y ellos para protegerles. De pronto te encuentras luchando contra alguien que no conoces, pero dominas esa especie de tanque y vences. Tus amigos están a salvo. Entonces te derriban y sales del tanque para ver que tu enemigo no es otro que tu mejor amigo, al que no ves desde hace años. El estupor te paraliza mientras te sacan de allí a rastras.

Imagínate que ese fue el primer día de una guerra que se había estado gestando desde hacía tiempo entre dos bandos irreconciliables, pero que tú, desde tu casa neutral, siempre habías visto tan lejana. Ahora te encuentras atrapado en un bando cuando teóricamente deberías estar en el otro, pero tus amigos también eran neutrales, así que ya que sabes utilizar esa arma, la usas para protegerles. Tu amigo de la infancia te insta a ir con ellos, pero tú no quieres matar a nadie sólo por ser de un bando u otro. Tu amigo replica que desde que montaste en esa arma has matado sin cesar, que no seas hipócrita. “Lucho para proteger a los que quiero”, dices. Tu amigo, casi tu hermano, te mira y se da la vuelta. No quiere luchar contra ti, pero si se lo ordenan te mataría y tú lo sabes. ¿Tú podrías hacer lo mismo? ¿Y si amenazara a los que se han convertido en tu familia en ese tiempo?

La duda, el remordimiento, el horror de cada batalla, el asco a ti mismo cada vez que te montas en ese tanque, el odio hacia esos bandos que han destrozado tu vida neutral, la encrucijada que supone el tener que enfrentarte a tu mejor amigo sólo porque “la guerra es así”.

Y luchas. Sigues luchando cada vez que el peligro se acerca. El cerco se cierra cada vez más. Luchas tan bien que los dos bandos empiezan a molestarse y tratan de eliminarte para que les dejes matarse a gusto. Lo intentan unos y lo intentan otros y entonces a tu amigo le dan la orden que sabías le darían en algún momento. Y guiados por esa voluntad estúpida y ajena de la guerra os enfrentáis.

El resultado poco importa. Ninguno de los dos venció. Cuando dicen que en la guerra nadie gana, todos pierden, es cierto. Nunca lo fue tanto. Así que te lo replanteas todo. No quieres luchar. Has perdido demasiado y no merece la pena, de veras que no. Pero la guerra sigue, así que creas tu propio bando. El bando de los que quieren parar la guerra. Ésta, amenazada, se vuelve loca. La destrucción alcanza su clímax, llega al absurdo, y cuando la guerra pierde la noción de sí misma los bandos se empiezan a confundir y en esa mezcla te reencuentras con tu amigo. Algo entre los dos ha cambiado, pero para bien. Ambos habéis pasado por demasiadas cosas como para seguir cometiendo los mismos errores y os reconciliáis para siempre. Tu bando se ve reforzado y cada vez más. El objetivo es la paz, y si para ello tenéis que destruir todas las armas del universo, así sea.

Y llega la paz.

Te encuentras en una playa al anochecer. Oyes a tu amigo caminar por la arena hasta llegar a ti. Dice que se va, que tiene cosas que hacer, que tiene que ayudar con la reconstrucción. Tú sonríes y le despides. Miras hacia el horizonte naranja y rojo, hacia el mar tintado y escuchas las olas y la brisa. ¿Por qué no puedes disfrutar de ello? Te sientas en la arena y sientes que el mundo por fin se ha detenido, pero en tu interior sigues luchando, sigues a los mandos de tu arma, sigues aferrado al convencimiento de que mataste para proteger a tus seres queridos… Pero no funciona. No es fácil engañarse a uno mismo. Unos brazos te abrazan por la espalda y reconoces su olor. Sí, quizá esa persona sea lo único bueno que ha traído la guerra. Sientes el calor que desprende y a pesar de que no hace frío empiezas a temblar. Los brazos te aferran con fuerza y prometen no soltarte nunca. Y lloras...

Y lloras.