El tango para mi tiene sabor a mate. Es esa expresión a la que dificilmente me acercaría con devoción en Montevideo. Lo tomaría como un pedazo más del paisaje del Río de la Plata. Sin embargo... Sin embargo acá, en tierras a las que nunca terminare de entender, toma una dimensión casi mágica. El lunes me acerque a un taller de “movimiento corporal y tango”, más que nada por curiosidad que por “necesidad”. Era un taller para practicantes de tango (expertos y novicios decia la propaganda...) y en tres horas fue navegando desde la punta de los dedos del pie hasta la cima de la cabeza para entender tu cuerpo en una milonga. Entre a la casa pensando que tengo el tango en las venas y he mamado su ritmo en la calle, que me pueden enseñar gringos de lo que es parte de mi cultura. Sin embargo... Aprendi a tener los pies en la tierra y la cabeza en las alturas. Descubrí esta necia costumbre mía de oscilar entre estar presente y escapar a otros mundos. Tal vez en estos momentos necesito ejercitar el perderle miedo a conectarme conmigo y con la pareja de baile.