»9|3|23

Yo-Yo

Yo era joven.

Yo tenía la piel tersa y no era problema maquillármela, si bien siempre me criticaron por los tonos de labial que elegía. Ahora nadie me molesta por eso porque la poca gente que me visita sabe que de todos modos no podría avergonzarlos en público con mis labios naranjas.

Yo llevaba mi largo cabello, sedoso y abundante, apenas sujeto detrás de las orejas con broches. Las pocas otras mujeres en el laburo me lo envidiaban con locura y por eso no me hablaban. Si tan sólo pudieran verme ahora, pelada y con la cabeza envuelta en un pañuelo... ¿Me hablarían?

Yo caminaba erguida y no estaba confinada a esta silla de ruedas por la mayor parte del día. Me contoneaba grácilmente al caminar, como me hacían notar varios en la oficina.

Yo pesaba 15 kilos menos y entraba en mis faldas y vestidos entallados, en ese entonces habría provocado un revuelo entre mis colegas si hubiera usado los pantalones holgados que ahora uso todos los días.

Yo podía soportar arduos días de trabajo en los que me exigían quedarme horas extra, que eran casi todos. Fui considerada una institución en esa empresa por mi compromiso y lealtad. Ahí empecé y ahí quedé hasta enfermar. El poco tiempo que me sobraba, se lo dedicaba al tejido. Parezco estar compensando últimamente, incluso tejiendo en este momento, mientras recuerdo.

Yo llegaba al departamento en pleno microcentro que siempre me costó alquilar, y mis únicas compañeras eran las palomas y las cucarachas. No me dejaban tener mascotas. Ahora mismo siento a Lucero ronroneando sobre mi regazo, haciéndose la inocente, como si no gustara de enroscarse entre la lana. Vesper corre que te corre de un lado al otro del patio. Venus estará durmiendo adentro con sus crías.

Yo tenía larga fila de pretendientes, me llamaban la versión siempre decente de Gilda. Me llamaban de todo, con tal de obtener mi atención. Me llamaban de amarga si no salía con ellos. Me llamaban picaflor si tenía varias citas al hilo. Me llamaban frígida para presionarme para hacer el amor. Siempre dolió.

Amanda me extiende un Earl Grey recién preparado en mi taza favorita, un tazón que se parece más a un bol de sopa.

Nos sentamos en el porche, con estar a la sombra ya hay resguardo del calor. Nada que ver con Buenos Aires.

Respiro un respiro cargado de recuerdos, y a pesar de estar entubada a esta máquina me llega el nítido aroma de los jazmines.