La llegada

Era domingo, pero Mikel decidió madrugar. Desde que era padre no tenía tiempo de hacer deporte. “Un batido y me voy a correr. A las 8 estoy de vuelta, ducha, desayuno y listo para cuando se despierten los niños”. Pero no había tenido en cuenta las pesadillas de su hijo Xabi. A las 7 de la mañana estaba tomándose un batido, sentado en el sillón con su precioso bebé en brazos. Intentando tranquilizarlo y diciéndose a sí mismo “mañana lo vuelvo a intentar”.

Cuando Xabi se volvió a dormir, y ya que no tenía nada mejor que hacer, se preparó el desayuno y encendió la televisión. Era el gran día. La NASA iba a lanzar la primera nave tripulada capaz de viajar a la velocidad de la luz. Un viaje que, según las teorías de Einstein, debía durar 2 meses para el viajero y 5 años en la tierra. A Mikel le parecía absurdo “¡El tiempo es el tiempo, coño!” se repetía a sí mismo. Pero tenía curiosidad y hoy todas las televisiones iban a estar dando la murga con el tema.

Vió los preparativos, expertos explicando los conceptos del Espacio-tiempo, como funcionaba la tecnología esa tan mágica que nos permitía llegar a la velocidad de la luz, etc. Vaya, las 10 y los niños sin despertarse. Podía haberse ido a correr, maldita sea.

Aquel día, toda la familia estuvo más o menos pendiente de la tele. Todos menos Xabi, que prefería morder a sus peluches. Salieron a dar una vuelta, a comprar el pan, a jugar un ratito al parque, pero todo el mundo tenía la misma conversación “el viaje espacial de los cojones”. La frase favorita de Mikel era “eso no nos va a arreglar nuestros problemas del día a día. Nos tienen como el burro y la zanahoria mecagoendios”. Pero en el fondo estaba tan intrigado como todo el mundo por este hito de la ciencia.

Mikel era electricista. Ganaba bien, era muy bueno en su trabajo. Vivía en un pueblo y tenía muy buena fama, de tío fino y legal trabajando. Solo les cobraba en B a los que realmente andaban mal de pasta. Era malhablado como el que más, pero tenía un gran corazón. Hacía una semana que le había dejado 600€ a un amigo al que iban a deshauciar y ya estaba ahorrando para dejarle otros 600€, aunque este no se los había pedido aún. Por eso esta última semana había trabajado más aún de lo habitual y le había inflado precios a un par de clientes de la capital que se veía que iban bien de pasta. No pasaba nada, todo el mundo le elegía a él porque sabían que era garantía de trabajo bien hecho.

A las 5 de la tarde hora española, todo el mundo estaba viendo la tele. Salía aquella nave espacial. Bueno, más bien salía la nave espacial que ponía en órbita la nave espacial final. – ¿Para qué lo complican tanto, coño? – Mikel maitia, tranquilo. Son científicos, ellos sabrán por qué. – Ni tranquilo ni hostias. Se gastan la puta pasta en gilipolleces y luego a los autónomos nos crujen a impuestos. – Ya... ya...

Y salió. Un gran estruendo y el cohete subía y subía. Varias cadenas de televisión habían mandado satélites y aviones para grabar el acontecimiento todo el tiempo posible. Se habían gastado una millonada y la iban a amortizar en publicidad. Hasta el cohete llevaba un “Beba Coca Cola” pintado. A todo el mundo le parecía normal, claro. Eso había que pagarlo.

Aquella noche el cohete llegó al espacio, abrió sus compuertas y de allí salió una pequeña nave con forma de cubo. A Mikel le extrañaba la forma, pero el comentarista explicó que “en el vacío del espacio, no importa la forma, no hay aire que atravesar”. – ¿y todas las pelis del espacio estaban mal? Me cago en dios. – Bueno, es cine. – Por lo menos el astronauta se llama John Smith, como debe ser. – Qué graciosete... – Tengo mis momentos.

El cohete emprendió la vuelta a la tierra y la nave encendió motores, todo grabado desde distintos ángulos. Una luz azul cegadora se encendió en lo que supuso, era el culo de la nave. Y, de repente, la nave desapareció. A tomar por culo lo poco que sabía de física. – ¿Y la puta aceleración? – Antes han dicho que este sistema permite una aceleración absoluta. Que esto evita los problema de los rayos gamma o algo así. – ¿cuando? – Cuando estabas en el baño. – Joder, todo el día viendo la tele y lo más importante me pilla cagando. Vámonos a la cama, anda.

Y se fueron a dormir, al día siguiente tocaba trabajar. Trabajar mucho.

Mikel se despertó a las 6, “hoy ni batido hostiaya”. Miró las noticias en el móvil mientras meaba y se cambiaba de ropa. Se quedó petrificado. – Izaro, maitia. Despierta. Dime por favor que estoy soñando. – ¿eh? ¿qué? déjame. – No, en serio. Mira las noticias y dime que estoy soñando. – Joder, que quiero dormir. – MIRA LAS PUTAS NOTICIAS. – mmm... vaaaaaaaaaale ¿EH? ¡NO PUEDE SER!

Fueron corriendo a la tele y la encendió. Allí estaban, como en las películas. Aliens, putos aliens habían aterrizado. Una especie de vainas gigantes se habían clavado en la tierra y cada vez había más. El presentador hablaba atropelladamente, llegaban noticias de distintos puntos de España, había decenas de vainas clavadas por todo el territorio. En los mensajes de texto bajo la imagen se informaba de que en otros países ocurría lo mismo. El ejército se movilizaba y se suponía que haría lo mismo en el resto de paises.

De repente se apagó la tele. “Se ha ido la luz en el puto mejor momento”. Intentó encender la linterna del móvil para ir al cuadro eléctrico, no encendía. Llegó a tientas al baño y cogió unas cerillas, no encendían “¡PERO QUÉ ME CAGO EN DIOS!”. A tientas llegó al cuadro y todos los magnetotérmicos estaban subidos “será algo general”. Abrieron las persianas, todo lo que había a la vista estaba a oscuras. Ni siquiera había un coche en marcha. Silencio absoluto excepto algunos vecinos abriendo las persianas, hablando y/o gritando.

En cuanto empezó a amanecer, Mikel bajó al coche. Intentó encenderlo, no funcionaba. Otros vecinos estaban igual. – Pero qué coño pasa aquí. – No sé, mi coche es nuevo joder. – Es que ni intenta. – Espera, voy a coger la vespa. Esa la arranco empujando.

Nada. No había explosión.

Por lo que había oído en la tele, la vaina más cercana estaba en los campos de Álava. Eso daba un margen si esos aliens atacaban, pero no mucho. Nadie sabía si iban a atacar. De repente, salió un hombre gritando con una escopeta de caza. – ¡Qué coño pasa aquí! ¡QUIERO UN PUTO COCHE QUE FUNCIONE, AL QUE LE ENCIENDA ME LO DA AHORA MISMO QUE YO ME PIRO DE AQUÍ! – Tranquilo macho, que no funciona. – ¡CALLA O TE REVIENTO LOS SESOS! ¡DAME TU COCHE! – Toma las llaves, para lo que los tengo.

Un joven, al ver la escena, se puso a gritar. El hombre de la escopeta se asustó del grito, giró y disparó. Nada, silencio. Los cartuchos no explotaban. Esto no era posible, era absolutamente imposible que esto sucediera. – Mikel. – ¿eh? Ah, Txomin ¿qué hostias pasa aquí? – Ni puta idea ¿tu familia bien? – Sí, los niños dormidos, pero ese zumbado ha intentado disparar su escopeta y no ha funcionado ¿los tuyos? – Bien, bien. Sí, ya lo he visto. Le daba de hostias si no estuviera tan acojonado. – Ya. Tú que eres listo ¿qué hostias pasa? – ¿y te crees que yo sé algo? – No, hostias. Pero tú has estudiau, algo más que yo entenderás ¿no? – Nada. No entiendo nada. Parece que no funciona ninguna forma de energía. – ¿eh? – Que todas las formas que teníamos de conseguir energía han dejado de funcionar. Gasolina, pólvora, electricidad, gas... – No jodas ¿volvemos a las cavernas? – Ellos tenían fuego. – ¿Ni el fuego? – No sé, supongo que no. – Vale Txomin. Entonces hay que protegerse. Coged la comida no perecedera, ropa, medicinas y os venís a casa. – ¿qué? – Tan listo y no te enteras. La poli no tiene armas y hay situación de pánico. Habrá robos y de todo. Coged lo estrictamente necesario y os venís a casa. Mi casa es más grande y la puerta es acorazada. – HOS-TIAS. Vale, voy a despertar a los niños. – Ok, voy a hablar con Izaro y a ver si consigo algo más de víveres. – Es cosa de los aliens. – Supongo. Si son capaces de esto y quieren matarnos, ya estamos muertos. – Vale, nos preparamos y vamos a tu casa. Necesitamos algo de tiempo para decidir qué hacer. – Vale.

Mikel subió corriendo a casa. Habló con Izaro, cogió un cuchillo de cocina, una mochila de montaña y salió a la calle. Estaba prácticamente desierta. Fue corriendo “no era así como quería empezar a correr otra vez, mecagoendios” a un supermercado y vió un cristal roto. Ya había alguien robando. Entró él también. Estaba caminando entre las estanterías cuando se encontró con alguien, cogió el cuchillo. La otra persona gritó y salió corriendo con lo robado. Mikel se quedó solo en el supermercado. Cogió unas bolsas y las llenó de comida precocinada, no perecedera, algo de fruta, alguna manta... todo lo que pensó que le podía servir y con lo que podía cargar. Una hora después estaba en casa sin más problemas. Txomin y su familia ya estaban allí.

Los primeros días no salieron de casa. En la calle había muy poco movimiento, pero el que había era cada vez más violento. La gente se estaba quedando sin comida y trataba de conseguirla como fuera. Por suerte había agua corriente, no iban a morir de sed por ahora. Vió a algunos vecinos que se iban andando con un carro de supermercado, nadie sabía a donde. Las dos familias se sentaron a hablar. – Tenemos que hacer algo YA. Esto se está poniendo violento y no tenemos comida para siempre. – ¿Y qué hacemos? ¿Partimos sin rumbo? – No. – ¿qué sabemos? – Nada. – Sí, sabemos poco, pero algo sabemos. – ¿eh? – ¿visteis las noticias? – Algo. – Esa noche no podía dormir, estuve viendo la tele desde las 3 de la mañana. Poco después cortaron la emisión para hablar de esto. – ¿y qué sabes? – Caen siempre en zona llana y de cultivo. – ¿eh? – Lo que oyes, ví caer decenas de esos bichos. Siempre en zona llana y limpia. Tierra de cultivo. Nunca en carreteras, bosques o montes. – Eso ya es algo. – No sabemos por qué, posiblemente porque así aterrizan mejor. – Pero nosotros vivimos en zona montañosa y aquí no vemos a ningún alien. A lo mejor no les gustan los montes. – Es posible que los aliens no vengan. Pero nos vamos a quedar sin comida y nos matarán nuestros propios vecinos. – Ya no son nuestros vecinos, son enemigos por la supervivencia. – ¿esto era la civilización? – No es momento de filosofía. Ya sé qué hacer. – Dime. – Mi familia tiene una cabaña en el pirineo. Vamos a ir para allí. – ¿Y de qué viviremos? – Es una zona de dificil acceso, no hay pueblos cercanos ni nada. Pero hay un pequeño manantial y, si llevamos semillas, podemos plantar. – ¿Y la proteína? – No he dicho que vayamos a vivir bien. Vamos a vivir. Si hay suerte. – ¿y si nos quedamos? – Antes o después tendremos que salir a por más comida. Y cuanto más tarde más violencia habrá. – ¿cuando salimos? ¿de noche para que no nos vean? – No, de noche es cuando salen todos a robar. Salimos a mediodía. – Vamos a ir a mi casa a por mochilas. Tenemos que llevar la mayor cantidad de cosas posibles. – Iré a robar un carrito de supermercado. – En el carrito dejamos algo de comida y cosas lo más prescindibles posible. Si alguien nos ataca, se le da el carro y salimos pitando. – ¿Y los niños? – Hay que llevar el carro de bebé. – No podemos andar mucho cada día. – Iremos por el campo, evitando pueblos. – Lo dices fácil. – No es fácil. Ya nada será fácil nunca más. Olvidad lo fácil. Es posible y eso tendrá que ser suficiente. – ¿cuando salimos? – Todavía tenemos tiempo. Por suerte tenemos comida para exportar y seguimos con agua corriente. – Mikel ¿puedes ir al cuartel de Loiola? – ¿a qué? – ¿Pero por qué tiene que ir Mikel? – Tranquila Izaro, es porque está en mejor forma que el resto, porque es cinturón negro y porque se busca la vida como nadie que yo conozca. Quiero que vayas al cuartel militar a ver qué dicen/hacen. Seguramente sabrán algo. – Estoy flojo de forma, desde que nació Xabi... Bueno, da igual. Voy en bici. – No es mala idea. Sin armas de fuego, la peña con cuchillos es menos peligrosa. – Ok, salgo en media hora.

Mikel se puso ropa cómoda, cogió la bici del trastero y salió. Eran las 11 de la mañana y no se cruzó con nadie, solo algunos cadáveres. Las carreteras estaban llenas de coches abandonados. En media hora llegó al cuartel, allí había gente. En la puerta un montón de personas pidiendo entrar. Dentro, los militares habían montado una barricada y no dejaban entrar a nadie. Iba a estar complicado hablar con nadie. – ¡EH! – ¡No puede entrar señor! – ¡NO QUIERO ENTRAR, QUIERO RESPUESTAS! – ¡NO SABEMOS NADA SEÑOR! ¡NO SE ACERQUEO O DISPARAMOS! – ¡NO PODÉIS DISPARAR, MANGURRIANES!

Mikel se acercó. Efectivamente no dispararon. – Señor, aléjese. Esto es territorio militar. – Mira majo. Te meto ese fusil por el culo si no te apartas. – Señor, queda usted detenido.

En estas, apareció un mando. – Deja pasar al chico. – Sí, señor. – Bueno muchacho. Tú no vienes a que te salvemos ¿me equivoco? – Si pudiérais salvarnos no estaríais aquí atrincherados. – ... – Necesito saber qué sabéis. – No tenemos comunicación por radio con nadie. – ¿Y ya está? ¿Os quedáis aquí hasta que se os agoten las raciones de comida y luego os morís? – ... – Algo habéis hecho, o si no los militares sois más subnormales de lo que yo pensaba. – Un respeto. – Sálvale la vida a mi familia y te respetaré. – Bien, bien. Te cuento lo poco que sabemos. Tampoco es que sea ningún secreto de estado. Si es que aún existe eso que llamamos “estado”. – Dime. – El día que nos quedamos sin comunicaciones ni energía, enviamos a unos cuantos emisarios a por información. En bici, como tú. – Sigue. – El primero en volver fue el que fue a Vitoria. Una masacre. – ¿eh? – Sí, encontró un montón de cadáveres. Un agujero a cada uno, en la cabeza o en el corazón. No vió ningún disparo fallido. Por como estaban los cadáveres, entendemos que las fuerzas del estado intentaron atacar en formación. – ¿y quién fue? – Los aliens claro – No, ya. Pero no hemos visto a ninguno en la tele, solo sus naves. – Ah sí, claro. Había centenares corriendo en la lejanía. No se atrevió a acercarse, claro. – ¿sabemos algo de ellos? – Parece que están más cómodos en las llanuras y sitios abiertos. Vió a alguno por la carretera de Alsasua, pero a partir de Etxegarate ya no había. – O sea, las cuestas y los bosques mal. Pero las carreteras no les importan tanto. – Eso parece. – ¿estamos seguros? – Creo que no ¿nos invaden y luego se quedan donde están? Menuda mierda de técnica de invasión. – ¿Crees que habrá otro ataque? – O vienen más vainas con tropas preparadas para el bosque y la montaña, o estas mismas tropas se meten en bosques y montañas. No veo otra opción. – ¿Y como podemos defendernos? – No podemos. – ¿entonces? – Vamos a morir todos, chico. – Ni de palo. – Busca la solución, si quieres te presento al equipo que lleva todo este tiempo buscando. – Sí, dime. Quiero información. – No te voy a decir que no te hagas el heroe. Total, vas a morir igual... – Eres la alegría de la huerta ¿lo sabías? – Ven, anda.

Y le presentó a una serie de señores, civiles y militares, que estaban en una sala. Habían montado una comisión de expertos para buscar soluciones. – Bien señores, les presento a... ¿como te llamas? – Mikel. Soy un puto electricista de mierda pero quiero soluciones. – Oye Capi, no dejes entrar a cualquier mindundi. Bastante tenemos nosotros. – Mira, que me da igual. Si mi pistola funcionara me habría reventado los sesos y aquí estoy, manteniendo alta la moral de las tropas. – Vuestras mierdas me dan igual. Yo voy a salvar a mi familia. Y me tenéis que dar pistas para saber como. – No puedes hacer nada. Solo tenemos cuchillos y espadas contra tíos que posiblemente ataquen con láseres. – ¿y piedras? ¿y flechas? – Vete y dispara si tienes huevos. Por la información que tenemos tienen un índice de acierto del 100% a más de 100m de distancia. – Bueno, pues algo habrá que hacer. – Lo único que puedo recomendarte es esconderte en la montaña y vivir de comer raíces. Parece que odian los bosques. – No es mal plan. Si no tenéis nada más, me piro. – No tenemos nada, ni más ni menos. Bueno, sí, aunque supongo que te habrás dado cuenta. – ¿de qué? – No hay energía. – ¿De ningún tipo? – Sí, puedes hacer una fogata con palos, o con un pedernal. De pólvora para arriba, todo vetado. – ¿como? – No se puede, es sencillamente imposible. – ¿tenéis pedernal? – Toma, un cuchillo de supervivencia. Trae pedernal y alguna cosilla más dentro del mango. – Gracias, supongo. Oye, si vuelvo ¿me dejaréis pasar? – Sí, no te preocupes, todo el cuartel se ha quedado con tu cara. Y con tus cojonazos. – Ok.

Mikel cogió la bici y volvió. Se cruzó con gente que se iba, ya quedaba poca gente en el barrio. Normal.