El foco

Leo las noticias, las leo diariamente. Las leo con extrañeza, con tristeza y con indignación. Las leo porque quiero estar al día con los hechos importantes, aunque sean deprimentes.

Pero las noticias no cuentan lo importante. Las noticias, y cada vez más, ocultan lo importante para centrarse en lo llamativo. O, peor aún, en lo que ordene el director del medio de comunicación.

Llevamos meses dentro de una pandemia. Mundial. Un problema que está siendo gravísimo para la inmensa mayoría de países. En este tiempo hemos pasado del miedo al aburrimiento, del aburrimiento a las exigencias y de las exigencias al enfado.

“Saldremos mejores de esta crisis” decían. “Más fuertes, más unidos” decían. Y no. No es así.

La mayoría de países ha actuado tarde. Los países que no habían sufrido epidemias como el SARS o el MERS, no tenían un protocolo de actuación para este tipo de casos. Y se ha notado.

Mirando atrás, si se hubiera decretado el cierre del país el 1 de Marzo. O si el cierre total hubiera sido el mismo 14 de Marzo... Pero eso es hablar a toro pasado. No se hizo. No se tomó en serio. En casi ningún país.

Cuando empezó el confinamiento, se recomendó no usar mascarilla. “No es necesario” decían. “No vale para nada” repetían. Y sí. Sí servía. Y los dirigentes chinos se echaban las manos a la cabeza al vernos intentar vencer a la COVID-19 sin mascarillas. Luego resultó que no había. Que se producen en el lejano oriente y que no había suficientes mascarillas para cubrir la demanda.

Y surgió el debate. El debate para decidir si un estado como España debería gastar algo más de dinero por fabricar mascarillas en el propio país. Y ese debate se cerró rápidamente anunciando que “en unos meses” se abrirían fábricas de mascarillas.

Y luego resultó que faltaban EPIs. Y que los sanitarios utilizaban bolsas de basura para protegerse en lo posible. Y resurgió el debate.

Por supuesto, en los hospitales públicos faltaba personal y algunas comunidades tenían mucha sanidad privatizada. O en régimen de “colaboración público-privada” como les gusta llamarlo. Y muchos hospitales privados se negaron a atender pacientes COVID-19.

Después resultó que los trabajos de “bajo valor añadido” nos salvaban la vida. Los temporeros, esos sucios inmigrantes que viven hacinados en chabolas y trabajan de sol a sol sin que a nadie le importe su insignificante vida. Incluso se hicieron inspecciones de trabajo y se encontró a un montón de inmigrantes viviendo en régimen de esclavitud.

También resultó que los empleados de tiendas de comestibles o supermercados son mucho más importantes que el gran consultor encorbatado. El consultor podía quedarse en casa sin trabajar. El empleado de supermercado que trabaja incluso los domingos por poco más de 1000€ al mes. Que recibe insultos de parte de ciertos clientes que no quieren esperar tanta cola. Esa gente era importante.

Qué decir de barrenderos y personal de limpieza. Ese servicio tan básico que se ha subcontratado desde tiempo inmemorial. Porque “con que esté más o menos limpio, es suficiente”. Y resultó que no, que la higiene y la desinfección eran el primer arma defensiva contra la COVID-19.

El liberalismo calló. Calló fuertemente. Aquellos grandes empresarios que tanto se llenaban la boca conque “nosotros creamos empleo” o “bajadnos los impuestos y todo irá mejor”, sin olvidar el famoso “la empresa privada es más eficiente”, callaban ¿Se habían dado cuenta de que llevaban años equivocados? ¿De que lo público es esencial?

No. Eso ya lo sabían. Y lo saben. Pero no les importa. Ellos quieren más dinero, más poder. Y si tienen que mentir para conseguirlo, mentirán.

Pero el confinamiento estricto terminó. Unas semanas después dejaron salir a los niños. Luego llegó la Fase 0, etc.

Y entonces llegó el momento de contraatacar. La gente ya había hablado de sus necesidades. De sanidad pública, de sacar la alimentación del esquema económico. Esos tabúes socialistas tan temidos por la clase dominante. Por eso había que cambiar el foco de atención, pero ¿como?

Muy fácil, sacando la artillería. Los periódicos tienen dueños. Y esos dueños son ricos desde hace generaciones. La mayoría llegó a ser rico e influyente a partir de 1939. Todo está atado y bien atado, así que se llama al director de los principales medios de comunicación y se dice “hay que hablar mal del gobierno. Y sobre todo de Unidas Podemos”. Los medios de comunicación cumplen. Se habla mal, en las cosas que el gobierno ha hecho mal, pero en las que ha hecho bien, también se habla mal. Incluso si la oposición ha apoyado dichas medidas.

Pero eso no es suficiente, así que cuatro ricos trasnochados empiezan a sacar cacerolas al balcón para quejarse del gobierno. Sin argumentar, solo “gobierno dimisión”. No hace falta más, los medios de comunicación lo venderán.

El gobierno envía a la policía a multar, ya que no se puede salir a la calle sin razón. Pero claro, la policía no puede multar alegremente a los nietos de los que ganaron la guerra. Son gente poderosa. Así que todo queda en que “son demasiados para actuar”.

No son demasiados, son menos de 2000 personas. Se ha actuado en manifestaciones mucho más multitudinarias. Y la policía lo sabe. El gobierno lo sabe. La prensa lo sabe. Pero a nosotros, pobres consumidores de noticias de prensa, no nos llega tal información. Si lo sabemos es por medios pequeños, independientes, sin medios.

Todos los medios hablan constantemente de Aravaca, del barrio de Salamanca o de Nuñez de Balboa. Se hace lo imposible para no hablar de sanidad pública, de ayudas a necesitados, de las colas para conseguir comida en los barrios obreros.

Y este fin de semana salen a hacer ruido en coche. Y se llenan portadas con fotos. Los principales medios de derechas hablan de “histórica manifestación”, de “Madrid paralizada por la avalancha de coches”. Los medios generalistas más alejados de las posturas de derechas también tienen las portadas llenas de coches, aunque hablan en otro tono.

Y otra vez nos olvidamos de los heroes de esta pandemia. Los sanitarios, los agricultores, los reponedores de comida o el personal de limpieza.

Y resulta que en Madrid hubo unos 6000 coches. Una verdadera ridiculez de manifestación. Mucho ruido, pero poco apoyo real.

Eso da igual. Ya se ha conseguido alejar el foco del debate de lo importante. De la necesidad de sanidad pública. De que es absolutamente incierto que la privada gestione mejor que la pública. De que todo el mundo debe tener derecho a vivienda, ropa, comida, educación, sanidad, dependencia. Ese debate ya está enterrado por banderas preconstitucionales que hacen mucho ruido pero que representan muy poco.

La clase del capital ha desviado el foco de atención otra vez. Son muy pocos, no son inteligentes, no lo necesitan. Están organizados y tienen mucho poder.

Tienen periódicos, tienen medios televisivos, de radio. Periódicos online. Perfiles de redes sociales, reales o bots. Se dedican activamente a cambiar el foco de opinión hacia donde les interesa.

Y nosotros, pobres consumidores de noticias, entramos al trapo. Hablando de las banderas preconstitucionales, mostrando vídeos donde se demuestra que la policía trata peor a la gente de los barrios pobres. Riéndonos en redes sociales del señor gordo con el megáfono en el asiento de atrás de su descapotable, mientras su chofer le lleva.

Pero el foco de la noticia cambia. Y caemos en su trampa. Una y otra vez. Una y otra vez. Y los poderosos siguen con su presión al gobierno, a la oposición. Consiguiendo nuevas “colaboraciones público-privadas” o “flexibilizaciones de despidos”.

En fin, voy a apagar la radio.