La llegada 11

¿Y ahora qué?

Hacía ya unas horas que no oía a Amaia cuando anocheció. Mikel se levantó y corrió hacia Amaia. Se la encontró tiritando, con los ojos en blanco. Había vomitado y ni siquiera había tenido fuerzas para limpiarse la boca. -Amaia. silencio. -AMAIA nada

Le tocó el hombro, no respondía a estímulos. Estaba totalmente ida. Se la cargó encima como si fuera un saco de patatas y se la llevó al campamento. Durante la espera de la tarde anterior habían tenido tiempo de montar una tienda y una colchoneta hinchable, así que le quitó los restos de vómito, le quitó la ropa sucia y la acostó. Preparó algo de comer y le dejó comida y bebida a su lado. Él se acostó en una esterilla a su lado, sabía perfectamente por lo que estaba pasando y decidió esperar lo que hiciera falta.

A la mañana siguiente se la encontró sentada. Había comido y bebido, pero seguía sin decir nada. -Amaia ¿puedes hablar? silencio. -¿Por qué no te acuestas? Coge fuerzas. nada

Amaia se pasó los próximos 3 días casi como un vegetal. Solo salía de la tienda para hacer sus necesidades, luego volvía y se sentaba o acostaba. Mikel le dejaba comida y agua cada vez que veía que había comido o bebido. Tiempo, necesitaba tiempo.

Al cuarto día rompió a llorar. Se pasó horas llorando y gimiendo, gritando el nombre de su padre. Acunándose. Mikel la abrazó y se quedó a su lado. No sabía qué hacer, es lo que su familia había hecho con él cuando todavía le afectaban estas cosas. Cuando tenía familia.

Por fin pudo hablar. -Te entiendo Amaia. -¡NO LO ENTIENDES! -Sí, te entiendo, pero debes rehacerte. Debes rehacerte. -¡NO PUEDO, JODER, NO PUEDO! -Podrás. Será horrible y habrá días en los que pensarás que nada vale la pena. Pero a la larga podrás. Igual que yo puedo. No eres menos que yo. -¡CÁLLATE, TÚ ERES UN PUTO ROBOT SIN SENTIMIENTOS! ¡CÁLLATE!

Así seguían las conversaciones. Mikel se lo aguantaba todo, aunque Amaia cada vez gritaba e insultaba menos. Poco a poco iba calmándose.

El sexto día, Amaia se levantó más tranquila. -¿Mejor? -No. -¿No me vas a insultar? -No. -Bien. -No. -¿Te puedo dejar sola un rato? Necesito cazar. -Sí. -Vale, esta es otra fase. Vas avanzando. -Sí. -Me voy a cazar y luego iré a descubrir como funcionan los robots ¿de acuerdo? -No. -¿No? -No. -¿Que no iré a cazar o que no iré a descubrir como funcionan los robots? -Robots. -¿No quieres que vaya? -Iremos los dos. -Vale.

Mikel cazó un cervatillo, lo cocinó y ambos comieron. Luego fueron a la vaina en silencio. Mikel quería alejarse lo más posible del cadaver de su padre. -No, por ahí -dijo Amaia. -Mejor por aquí, no quiero que le veas. -Da igual. -Como quieras.

Amaia no miró a su padre, solo miraba a los robots con odio. Mikel llegó al primer robot pequeño, buscó hendiduras por las que meter un cuchillo o algo. Nada, todo parecía ser una única pieza. No era posible, se movían. Decidió tirar de hacha, lo iba a despedazar si hacía falta. Golpeó en la cadera, nada, el cuello, nada, pecho, nada. Ni un rasguño. Se puso a golpear cada vez más fuerte hasta que vió que el hacha estaba absolutamente mellada. Fue corriendo al campamento a por otro hacha y de vuelta fue a por el robot gigante.

Misma operación. Buscar hendiduras, ni una. Golpear con el hacha, nada. Esta vez decidió golpear todo el tiempo en el equivalente a uno de los hombros, parecía la parte más fragil. Terminó rompiendo el mango del hacha. Le dolían las manos y se había hecho daño en el hombro de golpear tan fuerte. Pero ni siquiera había conseguido arañar la superficie. -¡ME CAGO EN DIOS! -Vamos dentro. -¿Qué? -Vamos ahí dentro -dijo Amaia señalando la vaina. -¿Seguro? -Sí. -Vamos.

Entraron por la enorme puerta. Dentro estaba iluminado con la misma luz rojiza, era enorme. Miraron hacia arriba y solo vieron una especie de cápsulas donde supuestamente se almacenaban los robots de tamaño normal. No parecía haber un sitio para el robot gigante. Avanzaron y encontraron una pared con tres agujeros circulares en vertical y otros tres paralelos a los primeros. A Mikel se le ocurrió una idea. Cogió una cuerda fina que llevaba encima, tomó la medida del perímetro del agujero y salió. Buscó el equivalente a las muñecas del robot gigante, las rodeó con la cuerda y, efectivamente coincidían. Volvió dentro. -Los robots normales van en esas cápsulas. -Sí. -El robot gigante se enchufa aquí. -¿Sí? -No hay otro sitio. -Y aquí no hay nada más. -No ven como nosotros, no necesitan pantallas para manejar nada. -¿Entonces? -Supongo que se enchufa aquí y da órdenes. -Ah. -Como el robot ese de la guerra de las galaxias. -R2D2. -Ese.

Cuanto más hablaban de robots, mejor se comunicaba Amaia. Mikel decidió que le buscaría quehaceres, le mantendría el cerebro ocupado en otras cosas hasta que se fuera asentando. Pero primero tenían que salir de allí. -Nos vamos. -¿Sí? -A Cambó, a por otra vaina. -Ok. -Venga. -Espera. -¿Qué? -Entierra a mi padre. -Tienes razón, lo enterraremos. -No, yo no. Tú. Yo no puedo. -Yo lo entierro y tú preparas bolsas de comida para el viaje ¿ok? -Ok.

Mikel cogió la pala plegable. No recordaba haberla utilizado, pero los cazadores le habían insistido mucho en llevar siempre una. Por una vez le venía bien. Terminó su cometido y fue a hablar con Amaia. -¿Quieres una cruz? -¿Qué? -Que si crees en dios. O si tu padre creía en dios. -Ah, no. -¿Quieres despedirte? -Sí. -Te espero aquí.

Quince minutos después Amaia ya había vuelto. Se notaba que acababa de llorar otra vez. Eso era bueno. -Vámonos. -Sí, al centro comercial. -¿Qué? -Nos vamos a la tienda de deportes a por unas bicicletas. Así volveremos más rápido. -Ah, vale.

Fueron andando a buen ritmo, por toda la llanura. Sin ocultarse en los árboles. Todo estaba vacío, tranquilo. Daba impresión moverse de día por esos sitios. El instinto les pedía protegerse en la arboleda. Aún así, siguieron caminando a buen ritmo. De esta forma, los 30km se convirtieron en 20km y en solo 4 horas de camino. Perfecto. Comieron allí, eligieron dos buenas bicicletas de carretera, Mikel le puso parrilla para transportar carga a la que iba a llevar él, colocaron en ella la bolsa de mano con los dos arcos extras y las flechas extra que había conseguido en Pamplona. Ya estaba, podían salir. -Es media tarde, pero si vamos a buen ritmo podemos llegar a Donosti antes del anochecer ¿Te ves capaz Amaia? -Sí. -Pues vamos, a darle caña.

Siguieron la N-1 hacia Alsasua esquivando todos los coches que se habían quedado en el camino, subieron Etxegárate y de ahí la bajada a buena velocidad. La subida de después de Idiazabal se les hizo dura porque se les habían enfriado las piernas, pero pudieron coger velocidad otra vez enseguida. En Andoain Mikel se dirigió hacia Urnieta. -¿Qué haces? -Voy hacia Loiola, quiero ver si los militares siguen vivos. -No. -¿Qué? -Querían matarme. -Los necesitamos. -Que te jodan. -Tienes razón. Nos paramos en Martutene, subimos a Ametzagaina y bajo yo solo. -Ok.

Amaia tenía una cara que era mezcla de odio y pena. Sabía que ahora mismo era capaz de cualquier cosa, así que mejor no acercarla a esa banda de hijos de puta. Desde Ametzagaina vió que había algunos robots alejándose del cuartel, ahora que se hacía de noche. Parecía que era el límite desde Cambó. Necesitaba un mapa para saber cuanto se alejaban, a lo mejor era una distancia estándar. Así sabría por donde podía andar con tranquilidad y por donde no. En cuanto se hizo de noche bajó y gritó. -¿Alguien vivo? -¡JEFE, EL DEL OTRO DÍA! -¡COÑO CAPI, MENUDO AGUANTE TIENES! -gritó Mikel. -¡ABRIDLE LA PUERTA! -grito el capitán.

Mikel entró. Llevaba un cuchillo de caza enganchado bajo la camiseta por si acaso. No se fiaba de esta gente. -¿Pero qué coño Mikel? ¿Vivo y solo? -Aupa capi. -Llámame Sergio, anda. Que aquí ya ni somos militares ni nada. -Aupa Sergio, veo que tú también estás vivo y sin grandes heridas. Sergio se tapó la venda del brazo con la manga. -Sí, bueno. Supongo que te lo contaron ¿no? -Sí ¿como sobreviviste? -Dos novatos contra mí. No tenían nada que hacer. -¿Te los cepillaste? -Oh, no, no. Solo los reduje. Ya están casi curados. Y, por cierto, “gracias” a esa situación he conseguido que me respeten más. Antes ordenaba por rango, después del aterrizaje fui perdiendo poder poco a poco, pero tras la pelea de cuchillos todos me respetan más. -Oh, el macho alfa. -Oye, dime una cosa. -¿Qué? -¿Siguen vivos? -Salieron vivos de aquí. Pero Joxean murió en Vitoria. -Oh, vaya ¿cuando? -Hace una semana o poco más. -¿Y como pasó? -Al cargarnos la vaina de Vitoria. -¿¿¡¡QUE OS HABÉIS CARGADO LA VAINA DE VITORIA!!?? -Sí. Y ahora vamos a por la de Cambó. -¡¿PERO COMO?! -Si me invitas a comer te lo cuento.

Y Mikel le contó los pormenores de lo ocurrido. -Entonces se les puede vencer. -Sí, se puede. -Pero es complicado. -Mucho. -Bueno, pero me das herramientas. -¿Herramientas para? -Mira a mis hombres. Eran soldados, tenían metido en la cabeza que iban a la guerra, con sus armas, etc. Y de repente no tienen armas y solo pueden esconderse como ratas, han dejado de ser militares y eso ha sacado sus peores instintos. Ahora podré motivarlos y volverán a ser soldados. Solo necesito tiempo. -Parece algo muy bueno Sergio. -No me llames Sergio, llámame capitán Grijalba. Me toca volver a ser militar. -Si quieres te llamo capi, pero no te llamo capitán Grijalba ni de coña. -No ayudas nada. -No, solo mato a miles de robots y me cepillo al jefe de la vaina mientras vosotros os escondéis. -Ya, ya, eres el puto heroe de este cuento. -Te tengo dicho que no me llames heroe. Si lo haces otra vez te meto una hostia que te arranco los dientes. -¡JAJAJAJAJAJAJAJA! No podrías, pero me gusta tu estilo. -Bueno ¿cual es tu plan? -¿Te acuerdas del “comité de expertos”? -Sí. -Antes de fallecer en extrañas circunstancias, elaboraron un plan muy ambicioso de actuación. Montar un campo de refugiados en el boulevard de Donosti, donde y como conseguir comida y bebida, como buscar supervivientes... Todo al detalle. Solo le faltaba una cosa. -¿Cual? -El librarnos de los robots cercanos. -Ah, claro ¡JAJAJAJAJAJAJAJA! -Vale ¿necesitas ayuda para Cambó? -No... Espera, sí. -¿En serio? -Sí, quiero a unas pocas personas que vengan conmigo. Que estén más o menos en forma para que no se queden atrás. Ah, y que sepan de carpintería o algo así. -¿Eh? -Necesito una barrera. -¿Como la que has usado en Vitoria? -Sí. -Creo que podría darte algo desmontable. -¿Y lo llevo yo? -¿Algún problema? -No, lo prefiero. Cuantos menos seamos más rápido iremos. -Ok, dame unos días. Enviaré a unos hombres a que monten algo en la tienda de bricolaje de ahí arriba y luego te lo llevas. -¿Como me vas a avisar? No pienso decirte donde nos vamos a esconder. -Qué poca confianza. -Ya, qué cosas ¿verdad? -Vale, vale. Lo entiendo. Entonces, la noche en la que todo esté listo subiré a la puerta de la tienda de bricolaje de ahí arriba. Vete mirando y si me ves a mí, es que ya está. -Ok. Me piro. -¿Necesitas algo? -No, tengo ideas de donde conseguir lo que quiero. -Vale. Nos vemos en unos días.

Mikel no se fiaba de lo que iban a hacer, pero tampoco tenía muchas opciones. Lo primero Mikel y Amaia que hicieron fue ir a la tienda de deporte a ponerle otra parrilla a la bicicleta de Amaia. A ver si se podían apañar para llevarlo todo entre los dos. Luego se acercaron a la estación de bomberos que había al lado, a ver si encontraban algo de interés. Mikel se hizo con un hacha mejor y con unos cortapernos enormes de los que se usaban para sacar a la gente encerrada en los coches. Si conseguía acoplarlos a la bicicleta, esperaba poder descuartizar un robot para verlo por dentro. Y si no podía llevar el cortapernos consigo en ese momento, ya iría más adelante. Para terminar, volvieron a la tienda de deporte y cogieron una tienda, la montarían en un pequeño bosque, al lado del polígono 27.

Pasaron 3 días hasta que el capitán Grijalba se personó en la puerta de la tienda de bricolaje. Mikel se acercó. -Hola ¿ya está? -Sí, mira. -¿Y esto? Es pequeño. -Esa era la idea. Es pequeño y ligero. Se abre así y se enganchan estas piezas. Y tienes una media luna perfecta con un metro de altura. -Jo-der. Muy bien ¿y esas cinchas? -Por si te lo quieres poner en la espalda, o en el manillar de la bicicleta, o algo. -¿Como sabes lo de la bicicleta? -Porque eres bueno sobreviviendo, pero no se te da bien el sigilo. -¿Eh? -Te vieron salir con dos bicicletas del centro comercial.

La conversación avanzaba, pero no había nada de provecho en ella, así que Mikel cortó. -Oye, que nos vamos. Gracias. -De nada. Una cosa. -Dime. -¿Donde está la tienda de los arcos y las flechas? Me vendría bien para entrenar a los chicos. -Por ahora os hacéis unas con la madera de ahí dentro. Cuando sepáis disparar, hablamos. -Eh, no seas así. -Sois más de 100 personas. No me pienso quedar sin arcos ni flechas. -Vale, vale. Ya haremos algo. -Podéis ir a la tienda de deportes, supongo que tendrán arcos deportivos, dianas y esas cosas. Para aprender os vale. -No es mala idea, gracias.

Y mikel se fue corriendo. -Mira Amaia, con esto me puedo esconder. -No está mal. Muy portatil y ligero, mejor que el de Vitoria. -Sí. Ahora a ver como hacemos para acoplar todo esto a las bicicletas. -Vamos allá.

Media hora después ya tenían todo montado. A partir de ahora tenían dos opciones: o evitaban los caminos, lo que implicaba no ir en bicicleta, o iban de noche. Irían de noche.

Estaba amaneciendo y todavía no habían llegado, así que subieron hacia pirineos, buscando un bosque desesperadamente ¡MIERDA, TERRITORIO DESCONOCIDO! ¡No habían pensado suficientemente las cosas, joder!

Vieron un pueblecito. -¡Sígueme! ¡Nos ocultaremos en un piso! -¡VALE!

Entraron a toda prisa y en cuanto vieron una casa con un balcón suficientemente bajo, pararon. Mikel agarró a Amaia y la subió rápidamente al balcón. Le lanzó las mochilas principales. Entonces Amaia intentó ayudar a Mikel a subir, no llegaba. -Ata la cuerda y lánzamela. -¡Voy!

Se empezaron a escuchar los pasos de los robots ¡YA VENÍAN! -¡Date prisa, joder! -¡YA ESTÁ!

Mikel subió. Desde el balcón vieron a los robots. Se agacharon, los robots se quedaron al lado de las bicicletas y las pisaron ¡MIERDA, JODER! Mikel y Amaia estaban tumbados, pero las cabezas de los robots estaban casi a su altura, era demasiado peligroso. -¡Amaia, hay que romper el cristal y entrar en la casa! -dijo Mikel. -¿Como? -susurró Amaia -¡Coge el hacha y dale! -¡Pero habla bajo! -¡No oyen! ¡TÚ DALE HOSTIAS! -gritó Mikel.

Amaia cogió el hacha y rompió el cristal. Hizo un agujero mayor con el mango, puso la mochila sobre el cristal y pasó dentro. Mikel le siguió. Salvados. -Bien, aquí estamos a salvo. -¿Seguro? -No, seguro no. Si los oímos moverse tengo que coger la mochila, a ver si consigo darle a la bombilla con la katana antes de que me mate. -¿Y el arco? -Abajo, en la bici. Espero que no lo hayan roto los robots. -¡NO ME JODAS! -Ya no podemos hacer nada, estemos atentos.

Amaia cogió el espejito de Mikel y se puso a vigilar a los aliens. Allí estaban absolutamente quietos. Dos horas despues, Mikel le hizo el relevo. Así estuvieron hasta que iba a anochecer. Cuando los robots se alejaron a hibernar, Mikel y Amaia salieron de la casa y miraron las bicicletas. Ambas rotas, pero el equipaje estaba intacto. -Tardaremos más en volver, pero podremos seguir con lo nuestro. -No es poco.

Siguieron a los robots en la lejanía y, cuando se pararon 5 robots en círculo ya se veía la vaina a lo lejos. -Amaia. -Dime. -Vamos a hacerlo rápido. Cada uno a un grupo de 5. Te metes debajo, les clavas el cuchillo en la luz frontal a los 5 y a por el siguiente grupo. Hoy nos tenemos que cepillar cuantos más mejor. -Ok.

Y así lo hicieron. Aquella noche fundieron cientos de robots. Antes del amanecer ya habían vuelto a la casa y habían subido la carga. La noche siguiente había nuevos robots, igual que en Vitoria. Ejecutaron la misma operación, iban a toda velocidad, intentando no entrar en círculos que ya habían sido fundidos. En 4 noches ya habían terminado con todos los que había fuera de la zona roja. -Yo me quedo con la barrera y tú te vuelves. -No, me quedo. -¿Recuerdas lo que pasó la última vez, no me jodas. -¡CÁLLATE GILIPOLLAS! -Vete ya. Esta noche me reuno contigo. Si no estoy, te piras y te buscas un sitio donde vivir cerca de Vitoria. Si algún día aprendes a usar el arco y las flechas, ya sabes lo que puedes intentar. -Cuando vuelvas me tienes que enseñar a disparar. -Si vuelvo te enseño. -CUANDO VUELVAS. GILIPOLLAS. -Ok, cuando vuelva.

No podía fallar, no se lo podía permitir. Ahora Amaia dependía de él. No era su familia pero era lo único que tenía.

Al amanecer, el robot gigante sacó la cabeza, miró alrededor y se puso a acercarse a Mikel. Esta vez Mikel estaba más preparado, sabía más o menos como iba a ser. Tensó el arco y, en cuanto asomó la luz, disparó. Esta vez no falló y oyó como todos los robots de la zona roja caían al suelo. De fondo se oyó un grito muy lejano “¡SIIII!” ¿pero qué coño? ¿Amaia estaba mirando con los prismáticos? Chica lista.

Al anochecer, Mikel se levantó, recogió la barrera y fue corriendo a por Amaia. -¿Lo has visto? -Sí, sí, síiiiiiiii... -dijo con los ojos a punto de saltar de las órbitas. -¿Se te ha ocurrido seguir mirando? -¿Quieres decir cuanto tardan en morir del todo? Sí. -¿cuanto? -La luz de los robots termina de apagarse en menos de media hora. Así a ojo. -La próxima vez intentaré moverme unas pocas horas después. -¿Próxima? -Yo sigo. Ahora me voy a por la vaina de Navarra. -Yo voy contigo. -¿Seguro? Según Serg... perdón. Según el capi, van a montar un pequeño pueblo en Donosti. Buscarán supervivientes y podrás empezar algo parecido a una vida normal. -No quiero una vida normal, quiero matar robots hasta que ellos me maten a mí. -Me recuerdas a alguien. -Me han quitado toda mi vida, no se lo pienso perdonar. -Cada vez me caes mejor ¿lo sabías? -¡CÁLLATE! GILIPO... -LLAS.

Una pequeña sonrisa asomó en los labios de Amaia. Todavía estaba jodidísima, pero había empezado a tener una razón para superarlo.