La llegada 15

¡Un médico!

Llegó el día de la partida, fueron al Boulevard donostiarra a despedirse. Allí les esperaban Julio, Iker, Unai, el jefe Grijalba, Ekhi... Después de unas pocas palabras de despedida, se preparaban para partir. -Si encontráis supervivientes mandadlos aquí. -dijo Julio. -Sí, claro ¿Ya lo tenéis todo organizado? -Sí, sí. Tenemos de todo, carpinteros, médicos, agricultores... Incluso tenemos algunas personas que se han ido al campo con los animales y vienen cada pocos días. Estoy planteando un sistema de aprendizaje continuo para no depender de nadie, cuando lo tenga claro lo votaremos. -¿Aprendizaje continuo? -dijo Amaia -Sí, que el carpintero enseñe al agricultor, el agricultor al médico, el médico al ganadero, el ganadero al carpintero... Tengo que organizarlo para que todo el mundo sepa mucho de lo suyo y algo de todo lo demás. -¿Eso no es una pérdida de tiempo? -dijo Mikel. -Mira, te pongo un ejemplo. Solo tenemos un ingeniero electrónico, al que conociste. Si le pasa algo ¿qué hacemos? -Ah, claro, claro. -Además, han llegado algunos niños. Tenemos un par de profesoras, pero si llegan más, nos faltará gente. Y cuando sean más mayores, necesitamos algo que sustituya las FP y universidad. Mi idea es que todos sean alumnos y profesores. -ufff... muy complicado, me supera. -Dijo Mikel. -¿No te has encontrado nunca con alguien que decía que su trabajo era super importante y que tú te tocabas los cojones con los cablecitos? -Sí, hay mucho imbecil suelto. -Pues con este sistema también te evitas eso. -Interesante. Ya nos contarás a la vuelta. Gracias por todo. -No, gracias a vosotros. Y mucha suerte acabando con la invasión.

Ekhi se acercó. -Chicos. -¿Vienes a regalarnos el arma definitiva? jejeje... -dijo Amaia. -Ojalá. Pero sí he pensado una cosa ¿Podéis subiros ahí de espaldas a mí?

Mikel y Amaia se subieron a una mesa para que Ekhi no se tuviera que agachar. Ekhi manipuló sus botas, le hizo bajar y les dijo: -Os he puesto uno como este a cada uno. -¿Qué es? -Un arma oculta en la bota. Es un punzón con filo. Si por lo que sea os desarman, podéis aprovechar un momento de despiste y atacar una zona blanda, cuello u ojos básicamente. El filo realmente es por si os atan y podéis llegar a la bota, así os podríais soltar. -No creo que eso sirva contra los robots ¡jajajaja! -se rió Mikel. -No me preocupan los robots, creo que estáis sobradamente preparados para acabar con ellos si no os confiais. Me preocupan los asesinos. No sabéis como van a actuar y toda precaución es poca. -Ya, pero por lo que sabemos casi no hay asesinos. Mikel ha viajado muchísimo y solo se ha encontrado con un grupo. -dijo Amaia con cara triste, recordando como murieron sus vecinos. -Aún así, tened mucho cuidado. En la supervivencia lo desconocido es lo peligroso. Y en este mundo en el que vivimos, casi todo es desconocido. -Ok, muchas gracias.

Cogieron las bicis y salieron de allí. La gente les aplaudía cuando partían, Mikel aceleró. Odiaba aquello. Cinco minutos después ya estaban solos, subiendo por ategorrieta. -Mikel, tranquilo. -Voy tranquilo, hostias. -No, vas a toda leche y no te puedo seguir ¿Paramos en Arzak a comer? Está aquí al lado. -No, seguimos, hay que volver a la rutina. -Era coña, joder. Qué más llevas la fama, hombre. -No lo entiendes. -Sí lo entiendo. Eres de pueblo. Tú te ibas por el pueblo y hablabas con todo dios, pero eran todos conocidos. Hablábais de igual a igual. Eso de no conocer a nadie y que todo el mundo te conozca no te gusta. Y si encima te tratan como a alguien mejor, superior o como quieras llamarlo, te descoloca totalmente. -¿Si tan bien me entiendes por qué cojones me vacilas? -Porque esta es tu nueva vida Mikel. Te tienes que acostumbrar. -No me quiero acostumbrar. -A partir de ahora, si sobrevivimos, tu vida tendrá dos partes. Por un lado irás por el bosque y por los campos en soledad, andando mucho de noche, sobreviviendo y matando. Y por otro lado cuando vuelvas a la ciudad. Donde lo tendrás todo hecho y todo el mundo te halagará, donde no podrás mantener conversaciones de igual a igual excepto conmigo y con unas pocas personas más. -Y encima, las personas con las que puedo hablar normal son gilipollas casi todos. -¡OYE! -No es por tí. Bueno, un poco sí. Pero me refiero sobre todo a Julio, a Iker y a Grijalba. -Un poco sí... Ya estás volviendo a ser el Mikel normal que yo conozco ¡jajaja!

Avanzaron hacia Irún y de allí cogieron la N-121 hacia Pamplona. A medio camino pararon a descansar. Además, a partir de ahí ya no había seguridad de que no hubiera robots. Realmente no sabían donde estaba la vaina, así que debían ir con cuidado.

Al anochecer avanzaron en bici, despacio debido a la falta de visibilidad. Ni rastro de los robots. Llegaron a Pamplona y siguieron hacia la Valdorba. Iban a adentrarse en ese bosque, pasar el día allí y, si había suerte, ver la vaina desde un lugar seguro.

Y llegó la mañana. Allí estaba, cerca de donde se suponía que debía estar Sangüesa, una vaina enorme. Rápidamente, Mikel sacó un mapa que le había dado Grijalba y se puso a planificar. -Si vamos por el sur llegamos antes, si pasamos por el norte, conozco mejor el territorio. Iremos por el norte, esta noche. -¿Seguro? Prefiero ir rápido. -Lo desconocido es peligroso. -Ok, ok. Ya vuelves a ser tú mismo, estás en tu elemento y yo soy una novata. -Ahora tienes la oportunidad de demostrar lo que has aprendido. -No, no, yo te sigo a pies juntillas. No la quiero liar. -Ojalá tengamos suerte y no tengas que improvisar, en serio. -¿A qué te refieres? -A que si todo sale bien, nos acercaremos y reventaremos al bicho ese. Pero nunca sale bien a la primera, siempre tenemos que inventarnos cosas. Así que estate preparada para improvisar. -Ok, ok.

Cazaron, durmieron, comieron... Había que ahorrar fuerzas al máximo. Por suerte, en las bicicletas llevaban suficiente equipaje, incluso habían conseguido llevar una mini tienda de campaña que les permitía dormir tapados. Y así llegó la noche. Cruzaron por el mismo sitio donde habían muerto los cazadores, aunque sus cuerpos ya no estaban; “buitres” pensó Mikel. Pasaron por la foz de lumbier y avanzaron hasta la zona más cercana a la vaina ¡Vaya, que suerte! El bosque estaba muy muy cerca de la vaina, demasiado cerca. Podían disparar desde el interior del bosque al robot gigante solo con que sacara la cabeza a mirar. -Vamos a matar unos pocos, todavía queda noche por delante. -Ok ¿cuantos? -No te alejes mucho de mí, creo que podemos matar 25-30 cada uno. -Vale.

Fue rápido y efectivo, en poco tiempo habían matado a más de 60 robots, así que volvieron rápidamente al bosque y buscaron el lugar más acorde para disparar. Encontraron dos buenísimos, de hecho. Vista perfecta a la puerta de la vaina y grandes rocas al lado por si había que esconderse detrás. -Esto parece hecho a propósito. -dijo Mikel. -Sí, que bien ¿Yo me pongo aquí y tú ahí? -No me has entendido. No me gusta que sea tan fácil, podría ser una trampa. -¿Pero como? -No lo sé, pero sigue sin gustarme. Prepárate para huir, por si acaso. -Ok. -Y vamos a hablar más bajo. -¿Eh? Pero si dijiste que no oyen. -Sí, pero no me gusta esto. -Vale, vale. Aunque creo que te estás poniendo paranóico.

Esperaron al amanecer. El robot gigante sacó la cabeza y Mikel rápidamente disparó su flecha. Justo antes de soltar la cuerda vió como otra flecha acertaba en el ojo. Aún así no le dió tiempo y soltó la suya. También acertó. Se escondió tras la roca y esperó media hora, aunque iba mirando con el espejo pequeño. Estaba claro que los robots ya no seguían vivos. Se levantó y salió del bosque. Nada se movía. -¡Amaia, sal! -¡Voy! -¡Y trae el cortapernos!

Intentaron romper alguna parte de un robot con el cortapernos. No había manera. Incluso lo intentaron entre los dos, apretando un mango cada uno. Al final, debido a la fuerza, terminaron rompiendo el cortapernos ¿No había nada suficientemente duro como para romper un robot de estos o qué carajo? -Bueno, al menos no hemos tenido problemas. -Sí, ahora nos vamos. -¿A donde? -A por la siguiente vaina. Por ahora subiremos hacia pirineos. -¿Conoces algo de la zona? -Yo iría hacia el monte perdido, tirando por al Yesa, Jaca, Sabiñánigo y para arriba. Al pasar el bosque de Ordesa tenemos río y una buena explanada. Ahí montamos un pequeño campamento y empezamos a buscar. -¿No está muy arriba? -Sí, pero conozco la zona. Buscamos siempre territorio conocido. -Ya, ya. Pero estabas paranóico y has fallado. Baja el pistón ¿vale? -mmm... no sé yo...

Relativamente tranquilos por la falta de robots, subieron en bicicleta hacia Ordesa. Al atardecer se acercaron al final del bosque. Mikel ordenó parar. -¡Quieta! -¿Qué? -He visto humo. -¿Donde? -Silencio absoluto. Soltamos las bicis aquí y nos acercamos despacio. -Ok.

Agazapados, se fueron acercando a la salida del bosque. Mikel conocía la zona, cuando aún no tenía hijos había venido varias veces a subir al perdido. De hecho, había dejado de subir porque “esto parece la puta procesión de semana santa, joder”. Un camino relativamente llano que llevaba a la cola de caballo, que debía estar espectacular en pleno deshielo. Llegaron a la linde y vieron dos tiendas de campaña enormes, de las de familia numerosa. Entre ellas, un fuego, sillas y mesa de camping... Y cuatro parejas viviendo tranquilamente. -No parecen hostiles -susurró Amaia. -Espera, hay que confirmarlo. -Ok.

Vieron que tenían una huerta, mucha leña cortada e incluso gallinas. Vivían ahí desde hacía tiempo.

Escucharon conversaciones, eran gente educada y muy asentada. Parecían vivir de forma aburrida. Todo era buena señal, pero Mikel no se fiaba. -Oye, se nos va a hacer de noche. -Dijo Amaia. -¿Quieres salir? Sal y yo te cubro. -Ok, voy.

Amaia salió. -¡Oh, qué sorpresa! ¡Mira cariño, una chica! -Hola, me llamo Amaia. -Hola Amaia ¿necesitas ayuda? Siéntate por favor. -Oh, no. Solo una pregunta. Aunque puede sonar raro. -Dinos, dinos. -¿Vais armados? Si la respuesta es que no ¿puedo asegurarme de que es así? -¿Por quién nos tomas? Somos gente civilizada que vive aquí tan decentemente como puede. Claro que no vamos armados. -Bueno, ahí tienes un hacha y ahí unos cuchillos de cocina. Nada más. -¿Puedo mirar las tiendas? Prometo no meterme dentro, solo mirar desde fuera. -¿Y esta desconfianza? Ni que te hubiéramos hecho algo. -Hay asesinos sueltos por ahí. Roban y asesinan para sobrevivir. -¿¡QUÉ!? -¿Puedo asegurarme por favor? -Oh, en ese caso... Mira, mira.

Amaia metió la cabeza en las tiendas, Mikel observaba agazapado y con el arco preparado. Enseguida, Amaia se dió la vuelta y dijo. -Mikel, puedes salir. -¿Mikel? ¿Hay otro? -Sí, os presento a Mikel. -Hola. -Oh, hola.

Las ocho personas miraron a Mikel con cierto temor. Mikel pensó que era normal, que aparezca un tío con esa cara de bruto, con esa barba, despeinado y con un arco casi dispuesto para disparar... Quitó la flecha y se la guardó. -Perdón por esto, pero todas las precauciones son pocas.

Todos se fueron tranquilizando. Hablaron. Resultaba que allí había dos médicos, una enfermera, el antiguo gerente de un hospital... Todos ellos habían huído de Huesca y luego habían ido montando el campamento lo mejor posible. No habían visto a nadie desde que huyeron. -Deberíais ir a Donosti. -dijo Amaia. -¿Y eso? -Hemos conseguido habilitar una zona segura. Se están organizando allí. Nos fuimos hace unos pocos días y ya eran más de mil. -¿Tantos? Qué alegría me das. -Allí tendríais comida, refugio, alimentación garantizada, cuidados sanitarios... Deberíais ir. -Oh, eso también lo tenemos aquí. Mira.

Una mujer le enseñó a Amaia una gran bolsa llena de medicamentos, kits de sutura, gasas, etc. -Me alegro de que os vaya bien, pero aquí no estáis a salvo. Los asesinos podrían venir. -dijo Amaia. -Donosti está muy lejos. No creo que nos pase nada, hasta ahora hemos estado bien aquí. -Pero no tenéis protección, si vienen los asesinos os matarán. -¿Estáis seguros de que eso es verdad? Llevamos años aquí y ni rastro de ellos. -A mí me pasó igual. Un día aparecieron los asesinos, mataron a mis vecinos y, gracias a Mikel sobreviví. -Cielo cariño, debe haber sido una experiencia traumática. -No estamos hablando de mí, sé cuidarme sola. Deberíais ir, por vuestra seguridad. -Bueno, lo pensaremos ¿vale?

Cenaron con ellos, pero Mikel no quería quedarse allí, con tanta luz y gente. Así que volvieron al bosque a montar la tienda. -Creo que deberíamos quedarnos, Mikel. -No, es arriesgado. Y baja la voz. -No puedes ser tan paranóico, en serio. Te va a dar algo. -Que bajes la voz.

Amaia no se callaba, pero al final llegaron a las bicis. -Acamparemos aquí y mañana seguiremos camino. -Ok, pero Mikel. -Dime. -Tienes que ser más amable con la gente. -No me toques los co¡PUM!

Se escuchó un ruido sordo y Mikel cayó al suelo. Le habían golpeado en la cabeza. Cuando despertó iba atado a una rama gorda, como si fuera un cochinillo. Buscó a Amaia, estaba mareado y con un dolor de cabeza atroz. La vió un poco más atrás, caminando delante de un hombre con un cuchillo ¿Asesinos? Seguramente ¡MIERDA! Se había acabado. No había ninguna opción para él.

Se dió cuenta de que estaba en ropa interior ¿por qué? ¿Para asegurarse de que no escondía armas? También notó que le sangraba la cabeza. Hizo acopio de fuerzas y dijo: -Amaia, improvisa. -¡CALLA! -dijo uno de los asesinos mientras le volvía a golpear la cabeza.

Se volvió a despertar y estaba atado a un árbol en un claro del bosque. A su lado de pie Amaia, vestida y sin atar. -Bueno preciosidad. Te vamos a explicar por qué no te hemos atado todavía. -dijo uno de ellos. -Te va a encantar, sobre todo cuando vomite por el dolor, o se desmaye. -dijo otro mientras sacaba un cuchillo.

¿Cuantos eran? ¿Qué iban a hacer? Miro alrededor. Eran 3, aunque uno se alejaba hacia el bosque. El hombre del cuchillo se acercó y le hizo un pequeño corte en el hombro ¡qué dolor! -Mira bonita, vamos a divertirnos un poco con él y luego te pediremos amablemente que te dejes follar y hacer todo lo que digamos. Si lo haces, luego os mataremos de forma rápida y prácticamente indolora. Si no...

Y volvió al otro hombro. Mikel gritaba de dolor y Amaia de terror. El hombre estuvo un buen rato haciendo cortes por todo el cuerpo a Mikel, los muslos, las tibias... -Voy a hacerle un último corte y luego te reviento a pollazos, ¡JAJAJAJAJA!

El hombre cogió otro cuchillo, pequeño y puntiagudo. Se acercó a Mikel e hizo un corte empezando por la parte alta del pecho hasta la cadera contraria. Muy despacio. Mikel aullaba de dolor, no podía más. Estaba a punto de desmayarse. -Bien ¿te gusta lo que le hacemos a tu amigo? Por ahora las heridas son poco profundas, pero puedo apretar más. -¡Parad, hijos de puta! -gritó Amaia. -¿Vas a hacer todo lo que te digamos? Va, pórtate como una buena niña y quítate la ropa. -¡Amaia, no! -gritó Mikel, pero le dieron una patada en la cara para callarle. -Ok, ok, lo haré. -dijo Amaia.

Amaia se agachó a desatarse la bota, pero tardaba. -¿Tan cachonda estás que no sabes ni desatarte la bota? ¡JAJAJA! -Voy, voy, sí...

El hombre que no había torturado a Mikel se acercó con la mano agarrando un cuchillo de caza que llevaba en el cinturón. Amaia seguía agachada y mirando al suelo. En el momento en el que estaba suficientemente cerca, Amaia cogió el punzón de su bota, se levantó y se lo clavó directamente en el ojo. ¡¡¡¡AAAAAAAAARGH!!!! gritó el hombre y se llevó las manos a la cara. En ese momento, Amaia cogió el cuchillo de caza del cinturón del hombre y, con un agil movimiento, se lo clavó de abajo hacia arriba en el estómago, intentando alcanzar el corazón. Sacó el cuchillo rápidamente, el hombre cayó. Le puso el cuchillo en la mano a Mikel, dijo “¡Corta las cuerdas!” y huyó al bosque.

“¡Buena chica!” pensó Mikel. Ella había salvado su vida y le había dado una oportunidad a Mikel. Mucho más de lo esperable. Sabía que el tercer asesino podía volver en cualquier momento y que debía cortar las cuerdas cuanto antes. Antes de terminar de soltarse, apareció el tercer hombre. -¿PERO QUÉ COÑO? ¿Tu amiga ha hecho esto? Te mato y voy a por ella.

En ese momento el hombre cayó al suelo. Detrás de él estaba Amaia. Le había clavado el otro punzón de su bota entre dos vértebras cervicales.

Amaia fue corriendo a donde estaba Mikel y le ayudó a soltarse. Cogió los dos punzones y se los volvió a poner en las botas, ayudó a Mikel a levantarse y dijo: -Vámonos, debemos ir donde los médicos a curarte. Estás muy mal. -¡No! ¡Al río! -¿Qué? -¡Hay 5 mochilas! ¡Hay otros dos y yo iré dejando rastro de sangre! ¡Al río! -¿Estás loco? ¡No sobrevivirás! -Sí, lo haré. Es la única manera.

Amaia ayudó a Mikel a caminar, Mikel iba malherido y descalzo, todo se le clavaba en los pies. Pero no era momento de quejarse. Había prisa. Por suerte, había un río cercano que subía hasta las tiendas de campaña de los médicos. Mikel se metió e iba soltando sangre. -¡Escóndete en las cercanías, si vienen eres mi única oportunidad! -¡No puedes ir solo por ahí! ¡Te desangrarás! -¡No hay otra opción!

Mikel subió, tenía los pies llenos de cortes. Se cayó al agua, se levantó y siguó. Volvió a caerse. Estaba congelado, aunque no hacía nada de frío. Había perdido mucha sangre y el frío del agua le causaba grave riesgo de hipotérmia.

Por suerte, llegaron a la salida del bosque. Salió del río, Amaia se acercó y lo cogió. Gritó pidiendo ayuda y enseguida aparecieron los médicos. Estos actuaron con absoluta presteza y profesionalidad. -¡Rápido, cogedlo y llevadlo a la tienda! -Tumbadlo aquí, ke pongo un suero ya. Nuria, cósele. -¿sabéis el grupo sanguíneo? Necesita una transfusión y alguien tiene que donar. -Yo soy cero negativo. Juan, sácame sangre. -Ven. Amaia, ayúdame moviendo esta bolsa así. -No tenemos suficiente hilo para coser todo esto. Le haré puntos muy grandes y lo que no pueda lo taparé con gasas. -¿Aguantará? -Tendrá que hacerlo, no tenemos otra. Mikel, bebe suero. Necesitas hidratarte y producir sangre. Y muévete lo menos posible.

Poco después lo tenían cosido y con una vía por la que le metían suero y sangre cero negativo. Le pincharon también un poco de sedación para soportar el dolor. Aún así, a Mikel le dolía horrores. -Lo siento Mikel, no tenemos ni anestésicos ni más sedación. Tendrás que aguantar con analgésicos. -Vale. -dijo Mikel. -Ahora estate quieto y en silencio. Aprovecha la sedación para descansar, que luego será peor. Amaia, cuéntanos qué ha pasado. -Los asesinos nos han pillado y han torturado a Mikel. Nos hemos escapado. Cuidadlo que tengo algo que hacer. -¿Qué? ¡Pero no te vayas!

Y Amaia se fue al bosque.

Pasaban las horas, Amaia no volvía y a Mikel cada vez le dolía más. Llegó la noche. -Mikel, te vamos a dar un analgésico en vena, una pirazolona. Está caducado así que puede que no te haga efecto. Pero no tenemos más. -Vale. -Lo del agua fría ha sido una idea suicida pero ha funcionado. -¿Qué? -El frío es vasoconstrictor, digamos que encoge las venas y disminuye la circulación sanguínea. Ha hecho que pierdas menos sangre. -Ah ¿Y suicida? -Porque la pérdida de sangre y el frío juntos te pueden provocar una hipotérmia y matarte. Estás muy loco. -Sí. -Pero mucho. -Lo sé.

Parecía que el analgésico hacía efecto, le dolía menos. Ojalá tuvieran más sedantes, porque esto era absolutamente insuficiente. Aún así, estaba quieto y sin quejarse. Era lo que le habían ordenado y estaba dispuesto a aguantar lo que hiciera falta.

De madrugada apareció Amaia, llevaba las dos mochilas de supervivencia. -¡Joder, qué susto! -Ya, estamos seguros creo. -¿Qué? -Que ya no quedan asesinos que podrían seguirnos. Mañana por la mañana traeré el resto de equipo. -¿Los has matado? -Sí. -¿Y no hay más? -En ese grupo había cinco y he matado a cinco. A menos que haya otro grupo cerca, no hay más. -Bueno, descansemos. -No. Yo me quedo vigilando. Y mañana por la mañana uno de vosotros me releva. -¿Relevarte? ¿Y qué voy a hacer si viene un asesino? ¿Recetarle un diurético? -Gritar para que yo me encargue. -¿Así estamos? -Sí, hasta que estéis preparados para irnos. -Amaia tiene razón, no podemos quedarnos aquí. No estamos tan seguros como pensábamos. -Sí, es posible. -Ahora dormid lo que podáis, yo me encargo de todo.

Amaia se acercó a Mikel y le susurró. -Lo siento Mikel. Como siempre, tenías razón. -¿qué? -contestó Mikel. -Que debíamos ser más precavidos. Lo siento tanto. -Tranquila, me has salvado a mí y luego nos has salvado a todos. Lo has hecho increíblemente bien. -Gracias, pero es mi culpa que estes así. -Ya hablaremos cuando no me muera de dolor. Ahora vigila para salvarnos la vida. Mañana partimos. -Vale.

A la mañana siguiente, después de haber dormido más bien poco por el miedo, le hicieron el relevo a Amaia. -Ahora acuéstate, anda. Que estarás agotada. -Estoy bien, hablamos y me acuesto. Tú vigila y el resto venid. -Dinos. -Nos vamos. -Sí, sí, no podemos quedarnos aquí. Es peligroso. -¿Tenéis mochilas de montaña? Os voy a decir lo que necesitáis para sobrevivir el camino. No llevaremos carga extra. -Tenemos algo mejor. -No quiero algo mejor. Quiero que os preparéis, que estabilicéis a Mikel y que pensemos en la mejor manera de llevarle al hospital de campaña de Donosti. -Escúchame. Si llevamos a Mikel en una camilla improvisada y arrastrándolo o en brazos, se muere. No llega, es imposible. -No, no lo es. Tiene que ser posible. -¿Me quieres escuchar? Tenemos algo mejor. Dos caballos y un carro. -¿Eh? -Que podríamos llegar en 3-4 días, llevar a Mikel cómodamente, llevar cosas que no son “solo lo mínimo imprescindible”... La única desventaja es que tendríamos que ir por carretera y los aliens... -No hay aliens de aquí a Donosti. -¿Seguro? -Seguro, nos los cargamos Mikel y yo. -¿¡EN SERIO!? -Sí, pero no es momento de hablar de eso. Id empaquetando. Aunque llevemos carro llevaremos lo justo. Las tiendas se quedan aquí. Dormiremos en casas de pueblos. Prepararé la ruta. -Necesitas descansar. -Cuando salgamos descansaré. -Vale, vale. Creo que para esta tarde podemos estar listos. -Salimos en 2 horas. -zanjó Amaia.

Tres horas después seguían sin estar preparados. Amaia estaba desesperada, quería ayudar a Mikel y no podía hacer más que ayudarles y meterles prisa. -Amaia, necesito dos ramas rectas y largas. -¿Como? -Quiero meterlas por debajo del camastro donde está Mikel y usarlo de camilla hasta el carro. -Ok ¿como de largas? -Tres metros. -Voy.

Y se fue corriendo al bosque con el hacha en la mano. No tardó mucho tiempo en encontrar dos ramas suficientemente largas, rectas y gruesas como para servir. Las cortó, les quitó las ramitas sobrantes... Se volvió. -Ya ¿algo más? -No, creo que estamos. Los caballos ya están aquí, tenemos hierba seca por si acaso... Creo que está todo. -Hay campos y pueblos por el camino, si no lo tenemos todo lo cogeremos de algún sitio. -Sí.

Amaia iba por delante vigilando el camino, los demás iban a una distancia prudencial. Dos llevaban la improvisada camilla al hombro, otro llevaba el gotero con suero en alto y los demás se turnaban de vez en cuando. No tardaron demasiado en llegar al camino y encontrar el carro. Mientras unos atacan a los caballos, otros metían a Mikel con cuidado y el resto metía el equipaje. Había que hacer otro viaje, pero ya sería más rápido y además no tenían que ir todos.

Para media tarde estaban saliendo. Era un desastre, estaban tardando demasiado. Mikel no iba a aguantar tanto. -Os he dicho dos horas y hemos tardado casi todo el día. -dijo Amaia. -No podíamos ir más rápido. -Sí, sí podíais. Es que no estáis preparados para sobrevivir con lo mínimo. -Tu marido necesita cuidados y eso nos retrasa. -No es mi marido. Es, es... -Soy un mongolo que un día la ayudó y ahora no puede quitárse a esta niña pija de encima. Tranquila Amaia, que sobreviviré. -dijo Mikel. -Calla, GILIPOLLAS. Y descansa. -Vale, pero descansa tú también. Túmbate y duérmete, que llevas mil horas sin dormir. -¡Mikel! -Calla y hazme caso. Me dijiste que me harías caso. Son médicos y saben salvar vidas. Harán lo imposible por salvarme la vida. Y yo también.

Aquella tarde llegaron hasta Sabiñánigo, entraron en un Hotel que tenías las puertas abiertas y subieron a Mikel a una habitación. Le cambiaron de cama para que no se pasara demasiadas horas en la misma postura, tenían miedo a las úlceras por presión.

Al día siguiente, después de que todo el mundo durmiera bien, desayunaron bien y emprendieron la marcha. Ahora el camino era más llano y podrían avanzar más rápidamente. Los siguientes días fueron muy duros para todos, pero por fin llegaron a Donosti. -¡TRAEMOS A UN HERIDO! -gritaron.

Enseguida apareció gente de todos lados a ayudar. Metieron a Mikel en el hospital de campaña y le curaron las heridas. Estaban mucho mejor preparados, pero ya había pasado demasiado tiempo y decidieron no ponerle más puntos de sutura. Mikel sobreviviría. -Bueno, bueno. Aquí el heroe es inmortal. -le dijo el jefe Grijalba a Mikel. -Ríete que me da igual. Aquí tienen sedación y ya no me duele. Voy a dormir. -¡Jajajaja! Eres increíble, de verdad. Descansa que ya tendremos tiempo de ponernos al día. -Vale. Pero una cosa. -Dime. -Cuando vayáis a por supervivientes, podéis llegar hasta la altura de Sabiñánigo e incluso un poco más allá. -¿Otra vaina? -Otra. -El puto heroe de los cojones. Gracias Mikel. -Sí.

Y se durmió.