La llegada 17

Asentamiento

Sabían que tenían el camino despejado hasta más allá de Pamplona, así que decidieron subir por Tolosa a Lekunberri y luego hasta Pamplona. Era un camino con más cuestas pero más corto. Pararon en el almacén de Pamplona a coger más flechas. -Coge también dos arcos más, por si acaso. -Vamos hasta el culo de cosas, Mikel. Y me tienes que explicar para qué llevamos las tijeras de podar y el machete. -Vamos a asentarnos en la sierra de Guara. -Ya ¿Y? -Allí hay muchas zarzas. Buscaremos un gran zarzal, lo vaciaremos por dentro y montaremos allí el campamento dentro. -Ah, vale. Por eso quieres ir tan cargado, para luego ahorrarnos viajes. -De la sierra de Guara a Huesca no hay tanta distancia, seguro que en Huesca encontraremos provisiones. -¿Provisiones? -Sí, tienda de campaña más grande, camas más cómodas... Esas cosas. -Oooh... No pareces tú, buscando comodidad. -En principio, mi idea es irnos al sur de Jaca, a la zona de Murillo de Gállego, de ahí debemos llegar a matar lo más al sur posible, aunque no quiero estar mucho tiempo porque se supone que ahí ya hemos limpiado bastante. Luego avanzar hasta quedarnos un tiempo en Guara y hacer salidas de ahí. Cuando no podamos más, ir hasta la serra del Montsec y hacer otro campamento por la zona. Un tercer campamento ya en Gerona, todavía no he decidido donde. Luego habría que ir bajando hasta Tarragona, siguiendo los partes naturales. Ahí no podríamos plantar tanto campamento. Y para terminar, llegar al delta del Ebro. Ahí empieza lo más dificil. Habría que subir en una zona con poco bosque hasta Zaragoza o más allá. Depende de cuanto hayamos matado al principio. -Realmente te estás planteando una estancia de varios años, eh... -Tengo 37 años, mi físico irá cada vez a peor. Si no conseguimos una amplia zona segura en pocos años, tendrás que terminar tú el trabajo o nadie lo hará. -Eso, tú ponme presión... ¡Un momento! ¿37 años? ¿Cuando cumpliste? -La semana pasada, lo ví en el calendario que tiene Grijalba en su mesa. -Qué hijo de puta. Felicidades o algo. -Gracias, supongo.

Pedalearon y pedalearon durante dos días hasta llegar al asentamiento, suficientemente cerca del río Gállego como para tener agua corriente. Como la zona es muy escarpada, no necesitaron hacer grandes inventos para ocultarse. Hablaban a susurros, con señales tácticas o con los auriculares de la radio. Se movían despacio, intentando no hacer ruido. Había que acostumbrarse a vivir así, les podía salvar la vida. -¿Y el fuego? -Lo haremos solo en caso de necesidad. Uno cocina y el otro vigila desde las sombras. -¿Fuego de noche? -Al anochecer, sí. -¿Y en invierno? -Veremos. Si no hay otra haremos fuego, pero intentaremos aguantar lo posible. -Ok. En inverno los asesinos también se meterán en casas o así, no podrán sobrevivir en condiciones fuera. -Cierto.

Una vez montado el campamento, fueron a cazar. A la mañana siguiente se acercaron al sur, para ver bien lejos. Se veían tres vainas. Y estaba claro que no todas tenían el mismo tamaño. -¡Tres! ¡La hostia! -Sí, estamos entrando en zona más llana y necesitan más robots para cubrir toda la zona. -¿Por qué son distintos? -Espero que sea porque los grandes traen más robots. -¿Esperas? -Que no haya otro tipo de bichos que desconocemos. -Jo-der ¿Y qué podría ser? -Bichos que se adentren en bosques, que sean nocturnos, que disparen a kilómetros de distancia... -¿Estamos muertos? -Como siempre. -Sí. Entonces, actuemos como siempre. -Ok.

Aquella noche se acercaron hacia Ejea de los Caballeros, donde estaba la primera Vaina. -Aquí hay algo raro, pero no sé qué es. -Ya, a mí también me lo parece. No está igual que siempre. -¿Y qué hacemos? -Esperamos a que amanezca y disparamos. No podemos hacer otra cosa. -No. -dijo Amaia. -¿Qué? -Voy a entrar por la noche. -¿Qué? ¡No! -Sí, de noche no se mueve nada, lo lógico es que dentro tampoco. Entro, mato al robot de dentro y nos piramos. -Ni de coña. -Tú te callas, que te la juegas más que yo. -Pero... -Ni pero ni hostias, que aquí la ninja pija soy yo. -Yo... -Que te calles, abuelo. -Te estás jugando el pellejo sin necesidad. -¿Sin necesidad? Estamos a una hora en bicicleta del bosque más cercano. Si matamos al amanecer hay que volver al bosque a pleno día. -Sí, tienes razón. -Y hay otras dos vainas cerca. Morimos fijo. -Ya,ya... -No hay otra opción. -Ok, tienes razón. Pero entro yo. -¿Qué? ¡No! -Sí, como te he dicho antes, son mis últimos años. Es mejor que muera yo. -Que no, la idea es mía y me la juego yo. -Ni de palo. El abuelo soy yo, que lo acabas de decir. -Puto heroe, siempre tienes que ser el heroe. -Y por eso me quieres. -Sí, como a mi abuelito. Mi abuelito también era un poco gilipollas. -PFFF... -Mikel ahogó la risa para no hacer ruido. -¿Vamos? -Vamos, aunque se está haciendo tarde. -Ya, habrá que pedalear rápido para que no nos pille el día en el camino de vuelta. -Sí.

Mikel se acercó a la puerta de la vaina. Cuanto más se acercaba más grande le parecía. No había plan. Mikel entraba, Amaia esperaba fuera. Si Mikel no aparecía en 5 minutos Amaia se piraba.

El tiempo pasaba lento, Mikel iba despacio. Cuando estaba al lado de la puerta se dió cuenta ¡No había luz roja! ¿Eso era bueno o malo? ¿Entraba? ¿Salía corriendo? -Amaia. -dijo Mikel por radio. -Dime. -Ya sé qué es lo raro. -Dime. -No hay luz roja. -Jo-der. -¿Entro? -No sé ¿Y si no, qué hacemos? -Ya. O sea, entro. -Supongo. -Pues vete. Si eso te alcanzo. -¿Qué? ¡No! -No ganas nada estando aquí. -No te dejo aquí ni de coña. -Que te pires.

Mikel entró y la comunicación por radio se cortó automáticamente. “¿¡Qué!?”, pensó Mikel. Pero ya no podía echarse atrás. Era una sala enorme y vacía, la misma que había visto aquella otra vez. Fue directamente al “panel de mandos”, donde esperaba encontrar al robot gigante enchufado a la vaina. Efectivamente, ahí estaba. Quieto, de cuclillas y la cabeza agachada, demasido fácil. Su cuerpo le pedía salir corriendo de allí, su instinto de supervivencia le decía que era una trampa. No podía ser tan fácil, no era posible. Nunca lo era.

Se acercó y se puso al lado, la cabeza del robot gigante estaba justo ante él. Un morro cónico terminado en una bombilla, ahora apagada. Mikel cogió el cuchillo y fundió la luz. Inmediatamente notó como la radio volvía a funcionar. -Amaia -dijo por radio. -¿Estás bien? -Perfectamente. Robot gigante muerto ¿Te has ido? -¿Tú qué crees? -Que no. -Chico listo. -Vete, estoy saliendo. -Ok.

Mikel salió y vió a Amaia a lo lejos. Mierda, las primeras luces del día. Cogió la bici y, cuando se iba a poner a pedalear hacia el Nordeste, vió otra vaina lo lejos, al Oeste. Si no estaba desubicado, hacia Tudela. Cogió la bicicleta y pedaleo intentando alcanzar a Amaia. No lo conseguía, como apretaba la muchacha.

En la lejanía vió como desde otra de las dos vainas que habían visto el primer día se empezaban a mover robots. Y venían hacia ellos. Llevaban mucha ventaja y en bicicleta podían avanzar muy rápidamente, pero no sabía cuanto corrían realmente esos bichos. ¡Joder! ¡Iban mucho más rápido que ellos! ¿¡Pero cuanto corrían!? -¡Amaia, no vayas al campamento. Más al norte, más al norte! -dijo por radio. -¿Qué? -Ve al norte, a tu izquierda se acercan robots en la lejanía ¡y vienen a toda hostia! -¿Qué? ¡Ah! -gritó Amaia al verlos. Y giró a la izquierda.

Ambos corrían dándolo todo. Amaia seguro que llegaba al bosque, Mikel no lo tenía tan seguro. Decidió quitarse la mochila para ganar velocidad. Ya la recogería la noche siguiente si eso.

Al acercarse a la zona donde se había escondido Amaia, Mikel ya tenía a los robots a distancia de disparo. Escuchó el puto zumbido agudo y, entonces, vió volar una flecha. El zumbido paró y los ruidos de los pasos también se fue alejando.

Mikel llegó al bosque y se metió a toda velocidad, montado en la bicicleta. Empezó a frenar, pero no le dió tiempo y acabó golpeándose con una rama y cayendo de la bicileta. Un par de rasponazos, pero estaba salvado. -¿Qué quieres? ¿Que practique medicina contigo? -sonrió Amaia. -Estoy bien, gracias ¿Qué ha pasado? -En cuanto he acertado en el ojo de un robot, el resto se han dado la vuelta y han huído. -¿En serio? -Sí. Bueno, es algo que sospechábamos ¿no? -Si, pero se me hace raro. -Ya y a mí. -¿Cuanto corren? -Más o menos el doble de rápido que tú. -Es decir, unos 60-80 km/h. Que bestialidad. -Oye, esto igual funciona al lado de las vainas. -¿El qué? -Lo de disparar a uno y que el resto huyan. -¿Quieres decir ir a pecho descubierto, matar a un robot y tener vía libre para entrar en la vaina? No sé, no lo veo. -No, imbecil. Quiero decir que si nos vemos en apuros como hoy, en vez de huir podemos reventar un robot y luego salir de allí. -Ya, te estaba vacilando. -¿Te das cuenta de que has estado a punto de morir y que estás super tranquilo haciendo bromas? -Ah, pues tienes razón. Será la costumbre. -Joder, acostumbrarse a estar a punto de morir. Tú estás mal. -Suena feo ¿no? -¡jajajajaja! Menudo capullo eres Mikel, en serio. -¡jajaja!

Salieron del bosque y fueron en bicicleta hasta el campamento. Se sentaron a descansar y a discutir. -Hay otra vaina hacia Tudela. -¿Qué? -Sí, que soy tan gilipollas que no se me había ocurrido. -Pero vamos y nos la cepillamos, no pasa nada. -Sí, pero teníamos que haber ido desde la Valdorba, o desde Urbasa. Yo diría que tardamos cuatro horas en bicicleta. O más. -¿Tanto? -Sí. -Bien, ya sé que hacer. -¿Ah sí? Dime, dime. -Primero nos cargamos las dos vainas de aquí. Y así aseguramos esta zona. -Aaahhh... ya sé por donde vas. -Sí. Luego ya podemos ir una tarde hacia allí, llegar de noche, matar al super robot y volver tranquilamente. Incluso se nos podría hacer de día para la vuelta. -Buena idea. Así lo haremos. -¿Cuando? -Si podemos, a vaina por noche. -¿Cepillarnos cuatro vainas en 4 noches? Joder, a destajo. -Lo consideraremos la parte fácil. Ya vendrán tiempo peores. -Sí, supongo. -¿Y la luz? -No sé, pero por lo menos ahora sabemos que, si no hay luz puedes entrar. -¿Y si la próxima vaina tiene luz? -Si hay bosque cerca, usaremos el método anterior. Si no hay bosque, habrá que volver a jugarse la vida para saber si la luz roja es mortal. -¡Alegría! ¡Que no se diga que la vida es aburrida! -Sí, ¡jajajaja! -Y yo me quejaba por subirme sin arnés a 4 metros para poner una bombilla. -¡jajajajaja! -Bien Amaia ¿y el siguiente? -El que nos ha atacado hoy ¿no? -Sí, supongo que sí. Pero ese es el más grande ¿no habrá nada más? -Adivina como lo vamos a saber. -Jugándonos la vida, como siempre. -También podríamos ir a por el otro. -No, porque nos podría pasar como esta vez. Prefiero tener un flanco sin robots, gracias. -Claro, claro.

Aquella noche se acercaron a la vaina más grande. Aquello era tan alto como una montaña, podía medir un kilómetro. Estaba rodeado de robots, miles de robots. Pero no había luz roja. Esta vez entró Amaia, se cortó la radio y a los tres minutos volvió. -Ya está. Finiquitado. -dijo Amaia por radio. -Ok, volvamos a casa. -¿Casa? jaja, eres muy chistoso. -Vaaaaaaale, volvamos a la tienda de campaña de dos por un metros.

La tercera vaina cayó con la misma facilidad. Para la cuarta tuvieron que esperar un par de días encerrados en la tienda por una tormenta. Pero luego fue igual de rápido y bien. -Nos hemos cepillado cuatro vainas en una semana. -Impresionante. -Pero hay muchas más vainas de las que pensábamos. Tardaremos mucho. -A partir de ahora iremos más lento, no hay otra. Hay que asegurarse de no dejarnos ninguna. -Por suerte se ven a lo lejos. -Sí, pero no podemos saltarnos ni un solo valle. -Cierto, cierto. Tardaremos años. -Tardaremos años. Y lo peor será la zona de los monegros. -Pues estamos llegando al verano. Vamos a flipar. -Mucho ¿nos vamos a Guara? -Vámonos.

Y salieron de camino a la sierra de Guara.