La llegada 21

Muerte

Antes del anochecer ya había llegado al destino. Dejó la bicicleta tras unos matorrales y se movió despacio hasta que encontró el pueblo esclavista. Allí estaban, portando antorchas y obligando a los esclavos a meterse en una especie de barracones mal hechos. Quería atacar de noche, pero estaba cansado después de tantos kilómetros en bicicleta. Además, le faltaba información. Se quedó a observar a ver donde se metía cada esclavista.

Esperó hasta bien entrada la noche y se acercó al pueblo en sigilo. Por suerte había traído el camuflaje de Ekhi y pudo moverse sin problemas. No encontró nada importante, pero se hizo un mapa de como era el terreno, de situaciones de ventaja/desventaja posibles y demás. “La información es poder”, pensó recordando a Julio. Y se fue a dormir a un bosque cercano, subido a un arbol. No pensaba arriesgarse ni a montar tienda de campaña.

A la mañana siguiente se acercó de nuevo al poblado, a observar. Allí había doce esclavistas y más de 50 esclavos. Según lo que sabía, si Mikel atacaba, era muy probable que los esclavos le ayudaran. Pero doce esclavistas eran pocos. Suponía que alguno seguía dormido, aunque podía ser que los esclavos hubieran matado a más esclavistas en la pelea anterior.

Ya había decidido por donde atacar. Se colocó en posición y esperó “dos flechazos, saco wakizashi y mato otros dos, saco puñal y pelea a dos armas hasta que pierda una. Termino con los seis kunais. Tengo que matar a un mínimo de dos personas con la katana y el puñal si quiero tener posibilidades. Si no salen muchos de dentro de las cabañas, se puede”.

Cogió el arco, le puso una flecha, dejó otras 5 flechas cerca por si acaso. Necesitaba que los enemigos estuvieran dispersos. Atacaría a uno lejano, dispararía una segunda flecha y, si eran muy lentos reaccionando, una tercera. Más era imposible.

Al rato salieron otros cinco esclavistas de las cabañas. Demasiados. Pero no había otro plan posible. Esperó al momento adecuado.

Vió que era el momento cuando vió a todos bastante separados unos de otros. Había dos juntos cerca de los esclavistas, mataría a uno de los dos con la primera flecha. Así alertaba a los esclavos al mismo tiempo que empezaba la matanza. Tensó el arco, disparó y acertó en el cuello. Cogió otra flecha y rápidamente disparó a otro que estaba lejos. No había tiempo para más, tenía a uno encima.

Esquivó un garrotazo mientras sacaba la Wakizashi. Con el mismo movimiento de brazo, acertó en el hombro del otro hombre, desarmándolo y dejándole el brazo colgando sin vida. Siguiente espadazo en el suello y al suelo. “Golpes mortales, que desarmen o impedir que se muevan, Mikel”, se dijo a sí mismo. Era la hora de demostrar que Ekhi le había enseñado bien.

El siguiente llegó solo, así que le soltó un estoque al cuello. No pudo ni intentar atacar. Mikel sacó el cuchillo de su espalda. Los esclavistas se había agrupado y atacaban varios a la vez.

Esquiva, defensa con Wakizashi y pinchar con el cuchillo. Uno al suelo. Esquiva, defensa con Wakizashi y pinchar con el cuchillo. Dos al suelo. Un ataque por la izquierda, defensa con el cuchillo y atacar con Wakizashi “¡Mierda! se ha atascado en su craneo”. Cogió un kunai para seguir a dos armas.

Mikel dió un salto atrás y se hizo un mapa. Le quedaban ocho esclavistas delante, tenía seis kunais y el cuchillo. Al fondo los esclavos se habían sublevado, pero poco podían hacer famélicos como estaban. Por lo menos entretenían a seis esclavistas. “Un momento ¿seis? Me he cargado ya a siete, aquí hay ocho y allí seis ¿veintiuno? Demasiados”. Por suerte, se notaba que ninguno tenía formación en el uso de armas.

Los ocho esclavistas estaban asustados y agrupados. Pero ninguno se atrevía a atacar. Eso le dió tiempo a Mikel a mirar a los lados. A su izquierda alguno de los enemigos había soltado un hacha. Era una oportunidad. Lanzó un kunai, saltó a un lado en el mismo momento en el que el kunai atravesaba un ojo y cogió el hacha del suelo. “Quedan siete, cinco kunais, un cuchillo y un hacha. Mejor que antes”. No hubo tiempo de más, le atacaron en grupo.

Mikel corrió de lado, no podía permitir que le rodearan. Se acercó al de más a la derecha, hachazo al hombro, agarcharse para esquivar a otro esclavista y rajar los tendones de la rodilla del primero. Le rozó un cuchillo en el antebrazo, pero nada grave. Quedaban seis esclavistas y ocho armas.

Los esclavistas pararon otra vez, pero esta vez a Mikel no le interesaba. Lanzó el hacha y acertó en el craneo de uno. Cogió un kunai y saltó contra ellos, clavando un kunai en el cuello de uno y otro a la altura de la boca del estómago del otro. Mal, la boca del estómago no impide que ataque. Sacar kunai, salto atrás, comprobar estado y deslizarse rápido. Esta vez sí. Kunai clavado hacia arriba, directo al corazón.

Quedaban cuatro y tenía 5 kunais. Lanzó uno, al cuello. Otro, a otro cuello. Los dos que quedaban empezaron a huir, pero vieron que de los otros seis esclavistas quedaban cinco en pie y que estos habían parado la rebelión. Se agruparon y volvieron, pero dieron tiempo a Mikel a recuperar kunais. Fue corriendo hasta la Wakizashi, le pisó la cabeza al cadaver y sacó la espada. Se escuchó un crujido del hueso quebrándose.

Los esclavistas se quedaron quietos, estaban realmente asustados “¡SON ABSOLUTAMENTE NOVATOS!” pensó Mikel.

Se fue acercando al lugar donde había dejado el arco, mirándoles. Ninguno se daba cuenta de que allí había un arco. Cuando estuvo justo encima del arco, se agachó, cogió el arco, una flecha y disparó, ¡bingo! Le daba tiempo a otra más. Y si seguían así de bloqueados, a una tercera. Disparó y acertó. Quedaban cinco. No atacaban, no huían. Otro disparo, otro muerto.

Los cuatro que quedaban atacaron a lo loco, los tres juntos. Volvió a disparar y acertó, pero esta vez fue un error. Tenía a los tres últimos demasiado cerca. Recibió porrazo directo en el brazo izquierdo. Posiblemente se lo había roto.

Rodó por el suelo, se levantó con la inercia y se quedó frente a ellos. Cogió un kunai con su mano derecha y lo lanzó, en el hombro “¡MAL! ¡NO FALLES MIKEL!”, no podía permitirse ni un fallo si ya le faltaba un brazo.

Cogió otro kunai, le quedaban dos en ese lado del pantalón. No podía coger rápidamente los del otro lado. Aún así, se lo lanzó al mismo de antes, “AHORA SÍ, EN EL CUELLO”. Quedaban dos, pero estaban muy cerca y solo podía coger un kunai. No podía perderlo lanzándolo.

Detrás de él había una antigua valla que le impedía moverse con tranquilidad, solo podía esquivar a los lados. Era un problema teniendo solo un brazo habil.

Uno de los dos tenía un cuchillo, el otro un bate de baseball. El del bate se abalanzó, Mikel se agachó para esquivarlo y le clavó el kunai en el plexo solar, no lo puso sacar. Además, al levantarse notó un pinchazo en la pierna, el otro esclavista le había rajado. Demasiada desventaja, no tenía tiempo de coger un arma ni capacidad de esquiva. Estaba perdido.

En aquel momento vió una sombra. Esta golpeó en la cabeza del esclavista que quedaba y cayó emanando sangre. Era un esclavo, que había cogido una porra del suelo y le había ayudado. -Gracias. -dijo Mikel. -¿Acabas de cepillarte a diecinueve personas para salvarnos la vida y me das las gracias? -Me acabas de salvar la vida tú a mí. Así que claro que te doy las gracias. Por cierto, soy Mikel, encantado. -Miguel. -¿Me ayudas hasta la mochila? Tengo que coserme las heridas. -Eres duro. -No quiero desangrarme por esta amena conversación.

La herida de la pierna y del antebrazo eran superficiales, se las vendó y lo dió por bueno. Utilizó una camisa de un esclavista muerto para hacerse un cabestrillo. Ya estaba listo. -Bueno, más o menos estoy sano ¿qué tal vosotros? -Estamos todos malnutridos y deshidratados. -¿Por lo demás bien? -¿Te parece poco? -Me refiero a heridas y tal. -No, bien, bien. -Hace un tiempo hubo otra revuelta ¿No os quedan secuelas de aquello? -¿Eres amigo de la rubia? Eso explica muchas cosas ¿sigue viva? -Sí. Tiene la rodilla jodida, lo demás bien. -Me alegro. -¿De aquella revuelta no quedan secuelas? -Si nos alzábamos nos pegaban con cuidado. Y mataban a alguno como escarmiento, pero a la mayoría nos mantenían sanos para que pudiéramos trabajar. -Golpes sí, huesos rotos no. Entiendo ¿Qué vais a hacer? Tengo un sitio. -¿Sitio? -Hay una comunidad en Donosti. Vivimos todos en igualdad. Cada uno ayuda todo lo que puede a la comunidad. Sin jefes, sin esclavos, sin hambre... También tenemos médicos. -Joder, parece el paraíso. -Supongo que es lo más parecido al paraíso en el mundo actual. -¿Videoconsolas tenéis? -dijo Miguel sonriendo. -No nos quedan existencias. -rió Mikel.

Se pasaron un par de días comiendo y bebiendo, para recuperar fuerzas. Luego cada uno hizo un pequeño equipaje y fueron a Santander a por bicicletas para todos. Empezaron el camino de vuelta y se encontraron a Dani acompañado de otras dos personas. -¿Pero a donde vais? -dijo Mikel sonriendo. -¿Sigues vivo? Íbamos a salvarte. -Ningún problema, todo bien. -dijo Mikel mientras iba en bicicleta a una mano porque tenía el otro brazo en cabestrillo.– ¿volvemos?

Y volvieron todos juntos.