La Llegada 30

Barcelona

Mikel y Amaia estaban a las afueras de Barcelona, entrando por Garraf. Su intención era subir a Sarriá, buscar supervivientes y luego bajar a Barcelona ciudad a por la vaina. Solo había un problema. No conocían Barcelona y no tenían un mapa que incluyera las calles. -Según el mapa general, desde Sarriá deberíamos tener vista directa a la vaina. -Barcelona es una ciudad muy cuadrada ¿No? -¿Cuadrada? -preguntó Mikel -Sí, como Amara en Donosti, todos los cruces de 90º. -Ah, vale, que no hay mucha callejuela y así. No sé. -Creo que sí. Veremos.

Subieron a Sarriá, aquello estaba lleno de casas abandonadas, pero no vieron a nadie. -Mikel, esto no es bosque cerrado. -Ya me he dado cuenta, si alguien vino a vivir aquí, ya se lo cepillaron. -¿Y los cadáveres? -Carroñeros, supongo. -¿Sí? ¿Tantos? -Hemos visto muy pocos cadáveres en general. Al principio había un montón por las calles, sobre todo los que murieron en las revueltas de cuando se fue la luz. Para cuando os encontré a tu aita y a tí, no quedaba ni uno. -¿Y no es raro? -Ahora que lo dices, bastante. -¿Qué será? -No lo sé. Pero ahora debemos centrarnos. Vamos a subir a esa pedazo de villa de ahí, parece que desde ahí tenemos buena vista. -Ok.

Saltaron la verja y llegaron al jardin, que estaba totalmente abandonado. La piscina estaba marrón y había animales viviendo allí. Rompieron un cristal y entraron en la casa. Subieron los tres pisos hasta la buhardilla y desde allí, a través de una ventana de techo, saltaron al tejado. La vista era espectacular. -Mira, ahí está la vaina. -Vaya mierda de parque ¿no? -Sí, esperaba algo como el Retiro, la verdad. -Supongo que no tenían sitio para árboles en esta ciudad. -Supongo. -¿Entonces? ¿No habrá supervivientes? -Primero la vaina y luego buscamos supervivientes ¿ok? -Ok. De todas formas, cuando anochezca deberíamos ver alguna fogata si queda alguien vivo. -Puede ser, veremos.

Bajaron y se tumbaron en la enorme cama a descansar. -Yo quería vivir así. -dijo Amaia. -Ya, me acuerdo. -No me soportabas, jajajaja! -Estoy seguro de que si hubieras encontrado a un novio millonario que te hubiera puesto una casa así, no hubiera sido suficiente. -Seguramente, jajajajajaja!! -Y solo ha hecho falta una extinción masiva para que se te pase la tontería, no está mal. -Para la siguiente extinción prometo convertirme en mejor persona. -Como haya otra extinción van a quedar cuatro y el tambor. -Y Julio. -Y Julio, ese cabrón no morirá nunca. -Mala hierba... -Pero gracias a él la gente vive bien. -Sí, sí, pero es un cabrón manipulador. -Cabrón manipulador por el bien común. -Cuando volvamos empezaré a llamarlo así. -Buena idea, yo también.

Se durmieron un rato para estar frescos por la noche. Ambos se habían acostumbrado tanto a esta vida que eran capaces de dormir a cualquier hora del día y en cualquier sitio.

A media tarde se despertaron, comieron algo, estiraron los músculos y salieron al tejado a mirar. -No hay fuegos. -dijo Amaia. -No. -¿No queda gente? -El robot de Finisterre me dijo que quedaba poco más de un millón de personas. Sería lógico que no quedara nadie en las ciudades. -¿Solo en bosques y así? -Se me ocurre el Amazonas, los bosques de Canadá... Ese tipo de sitios. -¿Tibet, Himalaya? -No creo, las montañas parece que no afectan más que a que no aterrizan allí, supongo que ya habrán palmado. -Creo que en medio de África hay una selva enorme también. -¿En África? ¿Seguro? -Sí, no es todo desierto. -Yo de eso ni idea, ya sabes. -Ya. Cuando volvamos estaría bien escaparse a Zaragoza. -¿A qué? -A la biblioteca a por un Atlas o algo. A ver donde hay grandes bosques y selvas. -Sí, aunque sea como curiosidad. Estaría bien saber por donde puede haber gente viva. -¿Vamos? -Vamos.

Bajaron, salieron a la calle y de allí cogieron las bicicletas para entrar en Barcelona. Por lo que habían visto, tenían que bajar casi hasta el mar. -¿Como se llama esta calle? -preguntó Mikel mientras bajaban. -Avenida Vallcarca. -Ok.

Al rato, hicieron un par de giros y entraron en el ensanche. -¿Y esta? -Carrer Gran de Gràcia ¿por? -No, por nada.

Y siguieron bajando. -¿Y ahora? -Joder Mikel ¿qué más te da? -Yo qué sé, tú dime. -Via Layetana. -Vale, vale.

Cuando estaban llegando al mar, Amaia se paró. -¿Qué pasa? -Mira a tu izquierda. -Ah, vale. Ahí está. Estamos en el Paseo de Colón. -Qué peñazo eres, en serio. -Vale Amaia, nos acercamos y miramos si hay zona roja. Ya sabes que si hay toca esperar. -Ok. -Entro yo. -No. -Sí. Ya lo hemos hablado antes. Soy viejo y tú no. Yo ya he tenido hijos y tú todavía puedes. -Deja ese rollo. -Vale, pero entro yo. Si pasa cualquier cosa, te piras. -No, no me piro. -Que te piras. Aquí no puedes salvarme. -¿Pero como me voy a pirar? -Coges la bici, coges el paseo de Colón y pedaleas hacía allí, alejándote de la vaina. -¿Pero por qué te pones así? Hemos hecho esto decenas de veces. -Ya, pero prometí que no fallaríamos. Y eso implica extremar las precauciones. -Vale, vale. Ahora entra, reviéntalo y te vienes. -Si hay dos te llamo. -Nunca hay dos. -Una vez hubo dos. -¿Ah sí? Eso no lo sabía ¿Y como lo hiciste? -Eh... da igual. Ya te contaré. -Joder, como se te nota cuando dices algo que no debías decir. Bueno, tira, ya me contarás a la vuelta. -Ok, tú atenta.

Se acercaron, no había luz roja. -Ve. -Voy.

Mikel se acercó despacio, agazapado. Tenía que ver si había uno o dos robots antes de seguir. Entró un poco, despacio, en silencio. Solo había uno. Se acercó un poco más, a ver si tenía las manos enchufadas a la nave. Así parecía. Vale, todo normal. Cogió el cuchillo y se acercó para fundirlo. -Mal calculado, Mikel. -dijo la voz del robot. Exactamente la misma voz de la otra vez. -¡MIERDA! -Mikel no podía moverse ¡Otra vez! -Qué mal veis cuando hay poca luz, tengo las manos colocadas pero sin meter en la nave. -¡Pero no me puedo mover! -Oh, es que esta vez no es como la otra. Ahora sí que el juego se ha terminado. -¿No me das ni una oportunidad como la última vez? La última vez me dejaste un resquicio. -No, esta vez no.

Mikel estaba desesperado, gritó por si le escuchaba Amaia. -¡HUYE AMAIA!

Escuchó muy bajito un grito. -¡Mierda, noooo, Mikeeeeeel! -¡QUE HUYAS!

Mikel estaba llorando, sabía que había llegado su hora. -Bien hecho Mikel, así estamos solos y podemos hablar. -dijo el robot. -¿Pero qué?

El robot se levantó, la puerta exterior se cerró y Mikel pudo moverse. Rápidamente cogió un kunai y se lo lanzó al ojo. El robot giró la cabeza y no le acertó. -¿Te puedes tranquilizar? Ni puedes matarme ni vas a morir. -¿Qué? -Mikel ya tenía el arco con una flecha preparada. -O sueltas el arco o hago que pese tres mil kilos. -¿Qué?

El arco empezó a pesar más y más hasta que Mikel tuvo que soltarlo y dejarlo caer con un gran estruendo. -Vale ¿Hablamos ya o qué? –...sí. -El juego se acabó. Amaia y tú sois los únicos supervivientes de los que habéis llamado mata-robots. -¿Y Nuria? ¿E Iñaki? ¿Y María? -No han estado en la competición, solo han sido un complemento para vosotros. -¿Qué? -El juego era más complejo de lo que te dije la última vez. -¿Eras tú? -Sí, eso te lo cuento luego. A lo que iba. Tenía varias partes. Una parte era la que ya conoces. La otra erais los mata-robots. Una serie de personas que no os conformásteis con sobrevivir, sino que intentasteis matarnos y salvar a la humanidad. A esos os hicimos un seguimiento especial y os fuimos poniendo pruebas. -¿Pruebas? -Sí. Por ejemplo cuando pusimos dos robots a la vez en la misma vaina, o el atacar a tu familia... -¿Fue como parte de una prueba? -Sí, pero nos encargamos de que no os encontrárais de nuevo. Mandábamos a robots a buscaros a los lindes de los bosques... Todo para poneros a prueba. -¿Y? -Había que cumplir dos requisitos. Matar a una cantidad de robots gigantes y ser el último en sobrevivir. -¿Todos los demás han muerto? -Así es. Había un militar brasileño muy bueno que se lo estaba currando. Creo que era mejor incluso que tú. Pero le ha mordido una araña en el amazonas y... -¿No lo habéis matado vosotros? -Oh, no, no. De hecho, te voy a contar una cosita. Cuando aterrizamos sí que matamos a un montón de humanos que nos atacaron. Y cuando aterrizaron las naves en las ciudades, más. Pero a partir de ahí os habéis muerto vosotros solitos. -¿Como? -Sí, hemos hecho una segunda oleada de “vainas” en las principales ciudades de cada país. En España en Madrid y Barcelona, en Italia Milán y Rom... -Quiero decir que qué es eso de que hemos muerto solitos. -Oh, claro. Es lógico que te interese más esa parte. Habéis muerto de hambre, os habéis matado entre vosotros, os han comido animales salvajes... Como especie sois una puta mierda, perdona la expresión. -¿Qué? -Más de la mitad de la población del mundo ha muerto solita. De hecho, quitando los primeros tres o cuatro meses, hemos matado a bastante poca gente. -No me lo creo. -¿Ah no? Ven conmigo.

El robot se acercó a Mikel, lo cogió en el aire con sus seis brazos y se fue a una esquina de la vaina. El lateral se abrió, una plataforma del suelo se elevó y salieron volando en una especie de disco. El robot soltó a Mikel en el suelo. -Te voy a llevar por todo el mundo, mi querido amigo. -¡Pero qué cojones! -Tranquilo, hay una pantalla invisible que te protege del viento, del agua, del frío y de todo. Iremos a velocidades que no puedes ni soñar.

Mikel notaba la tremenda aceleración, pero había algo a su espalda que le impedía irse hacia atrás. -Mira. Esto es Barcelona desde el cielo ¿ves a alguien? -Estamos muy altos, no puedo verlo. -Oh, cierto, vuestra mala visión. Tengo que arreglar eso. Por ahora, te lo mostraré con lo que llamábais realidad aumentada. Marcaré los seres vivos que hay.

Frente a Mikel se empezaron a mostrar un montón de puntos de color rojo. Había miles. -¡Hay un montón de gente viva! -dijo Mikel con euforia. -Oh, no, son todo animales. Si intentas tocar un punto te dirá qué animal es.

Mikel empezó a tocar puntos; “jabalí”, “paloma”, “gato”... No había humanos. -Vámonos a Madrid.

Minutos después estaban en Madrid. Aquella aceleración no era normal, Mikel sentía una gran opresión en el pecho. -Lo siento ¿debo ir más despacio? -Sí.

Se empezaron a iluminar otros miles de puntos ante él. Mikel fue directamente a Navacerrada, a donde le habían dicho que había personas vivas. -Aquí hay humanos. -Sí, son menos de cien. Diez de ellos mandan y noventa están viviendo como esclavos. Si siguen así no llegan a la siguiente generación. Y no están intentando reproducirse. Si María los viera los mataría. -¿Conoces a María? -Os conozco a todos, Mikel. Mi capacidad de análisis es tan grande que ahora mismo estoy observando lo que hace cada una de las personas que hay en el mundo. Y aún así me aburro.

Le llevó a Brasil. -Mira, aquí murió tu último competidor. -El Amazonas. -Sí, ha crecido un montón de hectareas desde que dejasteis de talarlo. En pocas décadas volverá a su ser. -¿Y los nativos de aquí? -Sobrevivirán como han hecho hasta ahora. Viven en comunión con la naturaleza, no tengo problemas con ellos. -¿Y los demás? -Oh ¿te refieres a tu gente? -Sí, es lo único que me importa. -Primero, déjame decirte que lo tuyo ha sido espectacular. Un electricista sin ningún tipo de formación en supervivencia ha conseguido aprender a combatir, a disparar con el arco, a... Bueno, a todo. Ha sido como una novela en la que el héroe no para de adquirir capacidades. Me ha encantado, me has divertido mucho. –...gra-cias, supongo. -Tu familia sobrevivirá, Mikel. No voy a ampliar la invasión. -¿Os vais a retirar? -Oh, no, no. No puedo hacer eso. -¿Qué? -Las vainas están clavadas en la tierra, los robots están programados para hacer una serie de cosas. Lo que haré será dejar de controlarlos. -¿Qué? No entiendo nada. -Que los robots se quedarán a menos de ochenta kilómetros de su vaina. Es decir, que aunque no matéis más robots, no os atacarán. Si sois mucha gente, solo tenéis que ir a una zona nueva, matar al robot gigante de la zona y apropiárosla. -¿Y ya está? -¿Te parece poco? Hace unas horas no soñabas con algo así. -N...no, supongo que no. -Por cierto, vamos a Vitoria.

La nave aceleró otra vez. En menos de una hora estaban en Vitoria. -¿Y la vaina? -Eso quería enseñarte. No está la vaina ni están los robots. -¿Y eso? -Son biodegradables, muchacho. Y tengo que contarte otro secreto. -¿Sí? -Mikel empezaba a tener menos rabia contra el robot y más curiosidad por saber lo que ocurría. -Hay otra especie de robots que han salido de las vainas. -¿QUÉ? -Tranquiiiiiiilo. Estos no son peligrosos. Lo único que hacen estos robots es evitar la descomposición de los muertos. -¿Como? -Son unos robots diminutos, invisibles al ojo humano. Esperan a que los carroñeros hagan su parte. Y, después, o si no hay suficientes carroñeros como ha pasado a veces, descuartizan lo que queda en cachos diminutos y se los llevan bajo tierra, para que sirvan de abono. -¡Por eso no vemos cuerpos! -Eeeeso es. Que lo hablabas ayer con Amaia. -¿Entonces? ¿Se ha terminado? ¿Me vas a soltar y podré vivir tranquilo el resto de mi vida? -Oh, no, no. Se ha terminado, pero no para tí. Tú tienes un último trabajo que hacer. Y no te gustará. Pero eso a su debido tiempo. -¿Qué? -A su debido tiempo.

El robot le llevó de paseo por todo el mundo, le enseñó las zonas en las que vivía gente y las zonas en las que no. -En el Tibet vive gente. -Poca y en harmonía con la naturaleza. -Y en el norte de Rusia. -Sí, se han adaptado bien. -Amaia tenía razón, en África hay una gran selva. -Sí, Salonga. Pero aquí vive poca gente, África ya estaba muy despoblada y pocos han llegado a venir aquí a vivir. -Oh, las selvas tropicales de Tailandia, Birmania... -Sí, aquí se refugió mucha gente. Era la zona más poblada del mundo. -¿Y cuantos sobreviven? -Pocos, no estaban preparados. Gente de ciudad intentando vivir entre serpientes, arañas, tigres... No está saliendo bien. Aunque algunos sobrevivirán, claro. -¿Seguro? -Eso dice mi experiencia. -¿En cuantos planetas habéis hecho esto? -Unos pocos cientos. -¿Hay cientos de planetas con vida inteligente? -Inteligente, inteligente... Digamos que con capacidad de alterar el ecosistema. -¿Pero cuanta vida hay ahí fuera? -Mikel, el universo es infinito. Hay un número infinito de planetas, de soles, de galaxias. El big bang fue una nada comparado con todo lo que hay ahí fuera. -Oh... -No tienes capacidad para entenderlo. -Supongo que no. -¿Te queda alguna duda? -No me has enseñado las grandes islas del mundo. -Australia, Nueva Zelanda, Japón, Madagascar... ¿Ese tipo de sitios? -Sí. -En Madagascar y Nueva Zelanda hay pequeñas comunidades con grandes probabilidades de supervivencia. -¿Y en el resto? -Poco bosque, quedan demasiado pocos como para sobrevivir a largo plazo. -Oh. -Volvemos ¿vale? -Vale. -Mientras volvemos, te quería decir una cosa. -Dime. -Lo habéis hecho perfecto. -¿Qué? -Uno de los grandes problemas de la humanidad ha sido crecer a base de distintas clases sociales. -¿Qué? -Que siempre ha habido ricos y pobres. Eso ha sido muy bueno para el rápido crecimiento económico. Y la gente se ha devanado los sesos para inventar algo que le sacara de la pobreza. Pero eso ha destruído la naturaleza. -Ah. -Al centraros en el crecimiento, habéis olvidado que no sois los únicos habitantes del planeta. Habéis utilizado a los animales, habéis arrasado con los bosques y los mares... -Ya, eso ya lo decían los ecologistas. -¿Y tú qué decías de los ecologistas? -Que eran imbéciles, que mi familia necesitaba comer. -Pero no necesitaba solo comer, teníais dos coches, una moto, televisión, ropa de sobra... -Ya, supongo que era excesivo. -Y si todos hubieran sido como vosotros, aún. Pero es que había gente con varias casas, decenas de coches... El que podía, tenía más. Nunca era suficiente. Eso es lo que he castigado. -Ya, que es todo culpa nuestra. -Oh, no todo. Pero entiende que si la humanidad no respeta a los demás seres vivos porque los considera “inferiores”... Yo, que soy muy superior a todos vosotros, tampoco os voy a respetar. -Te odio, pero lo que dices tiene sentido. -Lo sé.

Antes de volver a Barcelona, se pararon a medio camino. -Mira, esa es Amaia. Va a toda velocidad a casa a avisar a todo el mundo de que te he capturado. -Ya veo. -Ya no te quejas ¿te has dado por vencido? -Sí. Has hecho lo que has querido con nosotros desde el primer momento. Mis esfuerzos han sido como el empujón de una hormiga para tí. -Pero me has divertido. Y lo más importante, has salvado a la humanidad. -Sí, lo he hecho ¿verdad? -Mikel sonreía. Aunque se temía que algo horrible le iba a hacer aquel robot. -Y además, ya no dices “vosotros”, sino tú. -¿Eh? Has sido tú el que ha cambiado el discurso. -Ya, pero te has dado cuenta. -Sí, pero no sé qué significa. -Significa que no existe un “nosotros”. Solo existo yo. -¿Qué? -Como te dije, tengo eones. Lo que no sabes es que, hace dos eones mi especie destruyó la naturaleza de mi planeta. Yo soy el fruto de una investigación que hicieron para intentar salvar a nuestra raza. De hecho, soy el único exponente. Ahora soy inmortal y tengo unas capacidades que tú considerarías “ilimitadas”. -¿Eres como un dios? -Para vosotros podría serlo, sí. Pero realmente soy un ser de una raza al que han modificado para ser inmortal. -Pero... ¿Como? -Te lo explicaré de forma muy muy simple, para que puedas entenderlo. Descubrieron como hacer robots más pequeños que un átomo, mucho más pequeños. Con estos robots se modifica el comportamiento cuántico de la materia. -¡Es lo que has hecho tú para cambiar la física de aquí! -Sí. Pero yo ya tengo un control absoluto sobre estos robots. Ellos no lo tenían. -¿Entonces? -Deja que te siga explicando. Estos robots pueden construir otros robots como ellos, actuar de forma coordinada para crear robots más grandes, de cualquier tamaño. Así actúan para detener el deterioso celular, o para curar una herida. Cualquier cosa que me ocurra, me lo reparan. -¿Así? -Sí. Y, es más. También mejoraron mis funciones cerebrales. Bueno, yo no tengo cerebro, tengo otra cosa. Pero para que tú lo entiendas, vale. -¿Como? -Tengo una memoria perfecta, mi inteligencia es brutal... Lo tengo todo. -¿Entonces? -Mi generación de robots no puede destruirse. Y no tiene límite. No puedo pararlos, no puedo controlarlos. Solo me reparan, me mejoran. Quiero morir y no puedo. -¿Para qué me cuentas esto? -Porque te voy a hacer lo mismo. -¿Me vas a convertir en inmortal? -Sí, pero con unos robots mejorados. -¿Mejores que los tuyos? -Sí, porque puedo controlarlos. Y haré que tu memoria no sea absolutamente perfecta. -¿Como? -Te ahorraré el acordarte de tus peores recuerdos. Te ahorraré los traumas. Por ejemplo. -¿Y no podré morir, nunca? -No podrás ahogarte, cambiarán átomos de lo que sea a oxígeno para que respires. No podrás quemarte, ni podrás hacerte un corte. Tu piel cambiará para ser tan dura como la de estos robots cuando estés a punto de sufrir cualquier daño físico. -¿Seré absolutamente inmortal? -Bueno, si consiguieras arder a una temperatura superior a los 13 millones de grados, tus robots se desintegrarían. Pero no puedes hacer eso ¿verdad? -¡No se puede! -Entonces serás absolutamente inmortal.

Volvieron a Barcelona y se metieron en la vaina. Mikel intentó saltar por el agujero que se había formado en la pared de la vaina para escapar, pero se golpeó contra la nada y cayó. El robot gigante volvió a agarrar a Mikel y lo metió en una cápsula. La cápsula se cerró. -Estas cápsulas son las que uso para reparar a los robots. No puedes romperla ni hacer nada. -¡NOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO!

La cápsula se llenó de un líquido azulado. Mikel intentó aguantar la respiración dentro de ella, pero llegó un momento en el que tuvo que coger aire ¡Podía respirar! -Ahora te quedarás ahí durante unos días. Cuando salgas serás inmortal. No te cansarás, no morirás de hambre, nada. -¡NOOOOOOOOOOOOOO!

El robot gigante se enchufó a la vaina, su luz se fue apagando poco a poco. Mikel se quedó allí, solo, sin poder salir, sin poder hacer absolutamente nada.

El tiempo pasaba y sentía que el cuerpo le pesaba cada vez más, le costaba mantener la consciencia. En un momento, no supo cuando, se desmayó. Cuando despertó estaba fuera de la vaina, tirado en el suelo. Un kunai, un arco y una flecha a su lado. La puerta de la vaina estaba cerrada.

Corrió a por su familia.