La llegada 7

Sorpresas

Mikel conocía la zona como la palma de su mano. Estaba cerca de su antigua casa. Además, cuando él era niño toda la zona estaba sin construir, había sido su patio de recreo. Y eso ahora le daba ventaja. Hizo un mapa mental rápidamente, sabía que tenía que hacer.

Correría ladera abajo dando un rodeo por la derecha, quería llegar a casa de Txomin, que estaba pegada al bosquecillo en el que estaba. De ahí saltaría a la terraza de Eñaut y Nekane, que no tenían persianas de seguridad. Forzaría la entrada y miraría desde el portal como llegar a su casa, que estaba al lado. Si podía, mataría a un alien desde allí. Esperaba que el otro alien se alejara, como habían hecho hasta ahora cuando había matado a uno (y que no hubiera más en los alrededores).

Así lo hizo. Dejó toda la carga, se quitó la ropa que le sobrara quedándose en camiseta, se enganchó la katana y el carcaj a la espalda, cogió el arco más ligero, una manta de cuero que había hecho, el espejito y que usaría para poder saltar la verja de la casa de Eñaut y Nekane y salió corriendo. Debía ser rápido y agil, no podía llevar nada que no fuera absolutamente necesario.

Salió corriendo a buen ritmo, pero evitando acelerarse demasiado, necesitaría tener la respiración calmada para disparar. Llegó, soltó la manta sobre la valla metálica para cruzar, se subió. Todo limpio por ahora. La persiana estaba mal bajada, más fácil. Entró y se encontró 2 cadáveres putrefactos. Dos adultos. Mikel gruñó, Eñaut y Nekane no habían intentado huir para sobrevivir. Bueno, hubieran muerto igual. Todos morirían más pronto que tarde. Salió del piso, tenía las llaves puestas por dentro. Llegó al portal, que tenía el cristal reventado. Por suerte, el portal hacía esquina. Sacó el espejo (lo util que era, increíble) y buscó. No veía ningún alien. Decidió salir con cuidado hasta la puerta, para tener mejor ángulo de visión. Allí estaban, los dos juntitos al lado de la pared, caminando muy despacio como cuando le buscaban a él en la nave industrial. Un momento... ¡Se dirigían a su casa!

Se dió la vuelta y subió las escaleras. Necesitaba altura. Llegó al primero, puertas blindadas ¡MIERDA! Otro piso, aquí sí. Una puerta normal, la rompió de una patada. Corrió hasta el balcón. Los vió a punto de entrar en su portal, cogió el arco pero estaban de espaldas ¿qué hacer? Se metió en la casa, cogió un cenicero bastante pesado que había en una mesa y se lo lanzó a los aliens, con mucha parábola. En cuanto lanzó, preparó el arco ¡MIERDA, NO LES HE DADO! Entró y cogió una peonza de madera que había en el suelo (aquí habían vivido niños, eso seguro). Misma operación, lanzamiento bombeado y preparar el arco cuanto antes ¡BINGO, en toda la pata! El alien se dió la vuelta y lo siguiente fue un flechazo en todo el ojo. El otro se alejó rápidamente.

Miró durante unos segundos alrededor, buscando más aliens. No vió nada ni nadie. Bajó corriendo, cruzó la calle con cuidado hasta su portal. Entró despacio, vió una sombra bajo la escalera que daba al primer piso. Se acercó y dijo. – Kaixo Amaia. – ¡MIKEL!

Amaia se echó a llorar, tiritando. Mikel se acercó y le acarició la espalda. Ella gimió, balbuceó y al final dijo. – ¿Mi aita está bien? – ¿Tu padre está aquí? – Ssi-si. Había subido a casa y nos íbamos. – ¡VAMOS!

Subió rápidamente, Amaia vivía en el noveno piso. Mikel tenía mucho fondo físico pero aún así llegó algo cansado. Esperaba que no hubiera aliens dentro del piso. No podría disparar. Cogió la katana por si acaso “es imposible, pero intentaré darle un katanazo en el ojo si veo uno” pensó.

Entró despacio, oyó ruidos en el salón, se acercó y encontró a Joxean, el padre de Amaia. – ¿estás cogiendo libros? – ¡AH! ¡MIKEL! – Perdona. – ¿estás vivo? – Sí ¿estás cogiendo libros? – Sí, para entretenernos. – ¿os estáis jugando la vida para coger libros? – ¿eh? – Hay aliens – ¿Aquí? – Amaia casi la diña. – ¡¿Está bien?! – Sí, sí, tranquilo. Está subiendo.

Joxean terminó de coger los libros que quería y bajaron. Encontraron a Amaia sentada en las escaleras del cuarto piso. – Mikel ¿qué haces aquí? – Vamos al bosque y hablamos tranquilos. – Pero qu... – QUE NOS VAMOS.

A Mikel le dolía el alma, esta era su casa. Aquí había criado a sus hijos casi toda su vida, donde había formado una familia. Y ahora era un edificio abandonado, roto, sin nada. No quería entrar en su casa, aunque tampoco tenía llaves. Se habían quedado en la cabaña. Tembló, se le escapó una lagrimilla. Se recompuso y bajó corriendo.

Le siguieron y fueron al bosque cuanto antes, de allí subieron a donde Mikel había dejado la carga. Rehizo las maletas y le dió la mochila a Amaia. – Ay, pesa. – Eres la única que no lleva nada, hay que repartir la carga. – Yo no llevo esto. Es tuyo.

Mikel flipaba, pero cogió la mochila. – A ver, contadme ¿qué coño hacéis aquí y como seguís vivos? – Sí, que susto con los aliens ¡QUÉ FEOS SON! – ¿Nunca los habíais visto? – Ya hablo yo Amaia, maitia. Tenemos una borda cerca de Arano, rodeada de bosque. Hemos vivido muy tranquilos allí. Hemos montado una huerta, unas gallinas y poco más. – ¿Agua corriente y todo? – Sí, claro, ni que fuéramos animales. – Amaia, por favor. – No aita, que Mikel está en plan bobo.

Mikel no daba crédito. Amaia siempre había sido una niñata consentida. Tenía veintipocos y no había terminado la secundaria, se puso a currar de camarera de noches y vivía con sus padres. Seguía con sus piercings puestos y muy arreglada para como estaba el mundo. Se empezó a hacer la idea de qué coño pasaba ahí. – Perdonad que corte vuestra alegre conversación. Si he entendido bien, vivís en un sitio seguro. – Sí. – Y habéis venido a por libros. – Claro. – Porque os aburrís. – ...sí, bueno, Amaia insiste mucho. – ¡NO ESPERARÁS QUE ME PASE EL RESTO DE MI VIDA MIRANDO PAJARITOS PARA ENTRETENERME! – Tranquilos los dos. – No, es que encima seré yo la maniática. – Pues sí bonita, sí. – ¡ENCIMA! – Mira Amaia, no me toques los cojones. Casi toda la gente que conocías ha palmado. Los aliens son implacables. No hay energía. Estamos sobreviviendo, no me vengas con aburrimientos. – Oye, oye, un respeto. – Si dices otra gilipollez más, te doy a mano vuelta. – ¡PERO! ¡PLAS! – Y ahora Joxean, llévame por favor a la borda. – ¡HIJODE..!¡PLAS! – ¿quieres otra? – grmpf... no dijo entre dientes. – Eh... pero... – ¿Te doy a tí también, Joxean? Tengo para todos. – No, no. Pero no está bien pegar, debemos ser civilizados. – JODERRRRRRRRRRR... La civilización ha muerto, a ver si nos enteramos ya. Esto es un puto mundo apocalíptico de las películas. Se trata de que los aliens no te maten y si puedes matarlos tú. Lo demás ya no existe ¿me lleváis allí o qué? – Vale, vale. – Aita, no quiero que venga. – Cállate, que te he salvado tu miserable vida. – ¡Miserable tu... ¡PLAS! – Puedo seguir todo el dia ¿nos vamos? – ...sí.

Caminaron lentamente. Amaia ya odiaba profundamente a Mikel. Nunca nadie se había atrevido a ponerle la mano encima. A Mikel le daba igual. Quería saber cual era la borda. Estaba en territorio conocido y ahora entendía lo importante que era. No se desorientaba nunca, trazaba rápidamente cualquier plan, si le faltaba algo sabía donde buscar. Todo ventajas. Una vez localizada la borda, comería, descansaría y se iría dejándolos allí. Solo volvería de vez en cuando si necesitaba algo.

Joxean tenía una edad e iba cargado de libros, se retrasaban por él. Sabía que si le decía algo a Amaia, se iba a liar otra vez y realmente no quería pegarle. Pero es que la puta niñata... No podía ser que siguiera siendo una consentida en la situación actual. Se imaginaba el panorama. Joxean con más de 60 años haciendo todo lo de casa mientras Amaia se aburría, leía, paseaba y se quejaba. Con lo buen hombre que era Joxean, que le saliera una hija así... Se le escapó un “puta vida” entre dientes. – ¿qué? – No, nada, nada. Toma la mochila y dame los libros, avanzaremos más rápido. – No, no, voy bien. – No es por tí, quiero ir más rápido. – Vale, vale.

Al final llegaron. Joxean estaba agotado, Amaia enfadada y Mikel alucinado. Aquello era una puta maravilla. La “borda” era una peazo de casa de madera de dos pisos, con cocina de leña, chimenea, agua corriente, ducha... ¡HASTA VENTANAS AISLANTES DE ALUMINIO! Aquí se había metido mucha pasta en tiempos. Fuera tenía un terreno inmenso, una huerta en un invernadero de verdad, un gallinero con valla, un cobertizo para guardar la herramienta... Vamos, un caserio con todas las letras. Y todo rodeado por un bosque menos lo que había sido una pista para acceder en coche que Joxean había tapado convenientemente con árboles jóvenes transplantados. – Lo has hecho muy bien Joxean. – Oh, no, la casa no es solo mía. La fuimos haciendo durante muchos años entre mis 5 hermanos y yo. – No me refiero a eso. – ¿ah no? – No, me refiero a como has elegido el sitio para sobrevivir, a como has mantenido el sitio para vivir lo mejor posible y a como has evitado que los aliens entren. – Ah, sí, bueno. Gracias. – ¿Como has sabido que los aliens no atraviesan bosques? – Me lo dijo un vecino. – ¿Hay vecinos? – Tenemos dos familias viviendo aquí cerca. – ¿En serio? – Sí, una pareja de viejos y una familia con 4 hijos. – No me lo puedo creer. – ¿Por? – Llevo muchos kilómetros recorridos y no he encontrado a ninguna familia. – ¿En serio? – Desde que perdí a la mía. – ¿Has perdido a tu familia? Yo... – No quiero condolencias ni mierdas, gracias.

Mikel decidió que necesitaba parar un par de días a coger fuerzas y a pensar. Vivía más gente de la que pensaba. Eso le alegraba, pero también le hacía sentirse culpable. Podía haber hecho otras cosas para salvar a su familia. TENÍA que haber hecho más para salvar a su familia.

Aquel día se duchó por primera vez desde el aterrizaje, se había lavado en el río y cosas así, pero no ducharse. Se lavó con agua fría y jabón. Le ofrecieron agua caliente, parecía ser que Amaia se duchaba con agua caliente que le iba echando su padre por encima. Declinó. Igual tenía que darle otra hostia a Amaia, le estaban entrando ganas. Luego lavó su ropa, cosió un par de agujeros que tenía y le preguntó a Joxean en qué podía ayudarle. Joxean al principio se negó, pero Mikel le explicó que no estaba para chorradas así que aceptó. Mikel le enseñó alguna cosa sobre huertas, le ayudó a montar alguna estructura para la que hacían falta dos personas... Se acabó quedando una semana. Conoció a los vecinos y hasta confraternizó un poco. Les explicaba los peligros y las oportunidades de supervivencia, era el alma de la fiesta. Un alma oscura y tenebrosa, pero el alma de la fiesta.

Al día siguiente salió de allí, pretendía volver pero no sabía si los encontraría vivos. La experiencia le decía que no era probable.