La llegada 8

Control de fronteras

Por primera vez, sabía qué día era. Habían pasado 2 años, 3 meses y 5 días desde el aterrizaje. Lo sabía porque Joxean había hecho unos calendarios en papel y los tenía colgados e la pared. Cada día marcaba el día que era. Eso significaba que pronto sería verano, aunque eso se lo suponía, las noches eran cortas.

Mikel se sentía sobrado de fuerzas. Desde que su familia murió no había parado ni un solo día. Siempre estaba corriendo, escondiéndose, cazando, matando o entrenando. Siempre le dolían las articulaciones, los músculos, las heridas. Pero ahora no, había descansado una semana, había comido mucha verdura, se había lavado, había curado sus heridas. Había produrado hacer algo de ejercicio para mantener la forma, pero a un nivel mucho menor del que le exigía su día a día “normal”. Si es que había algo que pudiera clasificarse como normal, claro.

De Arano fue hacia Goizueta y de allí hacia Leiza. Sabía que toda aquella zona era muy boscosa. Por suerte, no se iba a perder facilmente con la brújula que le había regalado Iñaki, un vecino de Joxean y Amaia. “Si no ves el sol necesitas una de estas para orientarte” le dijo. Tenía razón. Además, ahora que sabía que podía salir del bosque cuando fuera de noche, pretendía hacer mucha más vida nocturna. Una pena no tener una linterna, sería ideal. Pero no iba a pararse a pensar en ello, nunca lo hacía.

¿A donde se dirigía? Tenía una vaga idea en la cabeza. Quería ir hasta la sierra de Aralar, a ver si desde allí podía vislumbrar la famosa “vaina”. Sabía que los aliens habían salido de esa cosa y quería ver cuantos aliens había allí. Seguramente sería un buen sitio de caza.

De Leiza fue hasta Lekunberri. Acampó antes a esperar a que anocheciera. Aquella zona era muy abierta, no podía cruzar de día. Cuando llegó la ncohe atravesó el pueblo e iba a subir hacia San Miguel de Aralar cuando vió algo raro. Como un montículo en la carretera. Se acercó a mirar pensando “comprueblo lo que es y sigo camino, tengo prisa”. Se quedó petrificado.

Eran 5 aliens en círculo, con las cabezas apoyadas entre sí como los jugadores de futbol americano cuando planeaban una jugada. Y no estaban lejos, no les había visto antes porque había muy poca luz de luna. Le tendrían que haber detectado. Una de dos, o no detectaban bien de noche o estaban apagados. Si estaban apagados significaba dos cosas: una, que eran robots. Y dos, que funcionaban con energía solar. Y eso le daba mucha y valiosa información. Decidió acercarse. – Si no están apagados, estoy muerto. Definitivamente. Pero hay que hacerlo, si están apagados significa que podemos matarlos de noche, podría ser la salvación de la raza humana.

Aunque sabía que no tenía ni la más mínima oportunidad si le descubrían, se acercó despacio y agazapado. Poco a poco, los aliens no se movían. Llegó a su lado, seguían quietos. Se metió entre sus piernas, nada “JO-DER, VOY A POTAR” pensó. Era la situación más peligrosa de su vida. Y eso era mucho decir. Sacó un cuchillo y se lo clavó al primero en el ojo esperando que los otros cuatro le dispararían automáticamente. Nada. Se lo clavó a otro. Nada. Clavó el cuchillo a los otros tres. Se salió de aquel círculo mortal y se fue corriendo, eufórico y asustado ¡Podía matar a esos bastardos en grandes cantidades! ¡Necesitaba encontrar un sitio donde hubiera mucho alien, se iba a hartar! Decidió no volver a llamarlos aliens, eran robots y así debían ser llamados. Tampoco los mataba, los rompía. Les fundía la luz.

Subió toda la carretera a San Miguel a trote y arriba encontró otro grupo de cinco aliens en círculo. Procedió a darles muerte, pero esta vez con el hacha y con verdadera rabia. Ni se movían, solo se les rompía la bombilla. Había 2 caminos posibles para llegar allí. Había subido por uno y el otro lo veía desde el mirador de San Miguel. Todo limpio. Espero al amanecer, se veía algo al Oeste, pero estaba demasiado lejos. Decidió ir a la siguiente sierra, Aitzkorri.

Se metió en el bosque y se puso a caminar, no había dormido en más de 24 horas pero estaba eufórico. Cuando llegó al valle era mediodía. Se encontró el paso lleno de aliens. No, de robots. Se paró ¿Sabían que estaba allí? Bueno, daba igual, esa noche los fundía a todos. Había como cuarenta.

Siguiendo la costumbre, se adentró en el bosque, se subió a un árbol y se acostó. A ver si conseguía dormir bien hasta el anochecer. Cayó rendido enseguida.

Se despertó al anochecer, su reloj biológico funcionaba cada vez mejor. Qué curioso. Se acercó al claro y encontró que todos los aliens se estaban yendo. Corrió tras ellos por el bosque, con la esperanza de coger a alguno y meterle un flechazo. No le dió tiempo. Volvió al sitio anterior y en cuanto se hizo de noche cruzó para empezar a subir.

Subió a Olano, un pico de los más altos de la sierra y con muy buena visión sobre la zona de Salvatierra. Si no veía la vaina ya sería por distancia, ya que era el valle donde se ubicaba Vitoria-Gasteiz. Miró y vió una tenue luz, rojiza. Allí había algo. Y no estaba lejos. Sacó los prismáticos pero no veía nada, faltaba luz. Espero al amanecer y allí estaba. Una cosa en forma de vaina enorme clavada en el suelo. Podía medir doscientos metros de alto. Menudo bicho.

Sacó otra vez los prismáticos y, ahora sí. Se encontró con todos los alrededores de la vaina cuajados de robots. En un lateral había una pequeña compuerta a la que se accedía a través de una rampa. No, espera. No era pequeña, era como el doble de grande que los robots y estos ya medían 3 metros ¿Para qué necesitaban algo tan grande? ¿Había más aparte de los robots? MIERDA-MIERDA-MIERDA. Por si fuera poco, había centenares de robots en los alrededores. Mira, por lo menos aquella noche se iba a hartar de fundir robots.

Se fue al bosque a descansar. Comió bien, plantó campamento y se subió al árbol. Al anochecer se despertó, dejó todo lo prescindible, comió algo y empezó el descenso. Tenía que bajar por un lateral para que no fuera tan empinado. Se encontró con decenas de círculos de 5 robots. Siempre había 5, qué curioso. Se acercó al primero con cuidado y los fundió. Luego a por el segundo. Fue cogiendo velocidad y acercándose a la vaina. Cuanto más cerca estaba de la vaina, más grande le parecía. Se sentía enano, como aquella vez que le llevaron a Nueva York de vacaciones. En las cercanías de la vaina estaba la luz rojiza que le permitía ver algo más, pero no le gustaba porque no sabía que era ¿se despertarían los robots con la luz roja? ¿le detectaría el loquefuera gigante de 6 metros que se suponía que podía haber ahí dentro? Mejor no arriesgarse.

Aquella noche se cargó a más de 100 robots. Al día siguiente vió que salían decenas de robots del interior de la vaina. Los reponían. Pues él seguiría matando hasta que no pudieran salir más. Se pasó las noches siguientes fundiendo cientos de robots hasta que un día salieron menos de lo normal ¿¡NO QUEDABAN MÁS!? Volvió a bajar, pero esa noche no se pudo cargar a tantos, ya que muchos estaban dentro de la zona iluminada. Antes del amanecer había subido al refugio y se quedó a mirar si salían más o qué pasaba. Entonces...

Salió un robot tan gigantesco que tuvo que agacharse un poco para cruzar la puerta. Era igual que los demás, pero tenía brazos, de hecho tenía 6 brazos. Miró alrededor, su bombilla se iluminó e hizo un sonido muy agudo. Se metió dentro otra vez. Aquello no significaba nada bueno, seguro. Se quedó despierto, alerta. Podía pasar cualquier cosa. Al rato, cientos y cientos de robots normales empezaron a aparecer por todos los caminos, acercándose y rodeando la vaina ¡La estaban protegiendo!

Se fue a dormir. Al anochecer realizó la rutina habitual. Aquella noche se cargó más de 200 robots y lo mismo las siguientes dos noches. Pero ahora los que quedaban estaban todos dentro de la luz rojiza.

Se estaba quedando sin comida, no había cazado en todo este tiempo, estaba cansado y no se le ocurría qué hacer. Decidió volver a pasar un par de día con Joxean y Amaia. A descansar y pensar.