La llegada dos.

Partida

Ya estaban preparados. El plan dispuesto. Habían decidido coger vías verdes para llegar a destino. Por suerte, había mucho camino rural y podrían avanzar con los carros, aunque sería duro. Al final decidieron llevar 2 carros de supermercado y un carro de bebé para Xabi. 4 adultos con mochila, saco de dormir, etc., un carro lleno de víveres, 2 niños en un carro descansando, un bebé en su carrito y el niño que faltaba andando para intentar aligerar peso. En caso de necesidad se podían subir 3 niños al carro.

Salieron en silencio, no había nadie en la calle. Los pocos que quedaban salían de noche a robar. Aún así, en cuanto pudieron salieron del pueblo y de la carretera. Cogieron carriles bici, caminos rurales o carreteras de monte que no fueran de paso general. Por la noche acampaban en el bosque o en algún granero si encontraban algún caserio vacío. Casi todos lo estaban. La gente huía sin rumbo, daba igual de donde. Un casero les echó de sus terrenos, pero consiguieron explicarle que solo iban de paso. Al final se quedaron y les dió algo de comida de su huerta. Todo era poco para ahorrar comida hasta llegar a la cabaña porque avanzaban demasiado despacio, a este ritmo tardarían no menos de 20 días en llegar. Mikel decidió que descansarían en el caserio un par de noches y que él iría a investigar. El casero no puso objeción si solo eran 2 noches. – Bajo el monte y miro como están los pueblos de alrededor y, sobre todo, las carreteras. A lo mejor estamos haciendo el mongolo. – No te la juegues. – No, iré por el bosque, tranquilos. – Maitia ¿te acuerdas de que siempre te decía que trabajabas demasiado y que tu familia te necesitaba? Pues era mentira. AHORA ES CUANDO TE NECESITA. Si te mueres, posiblemente muramos todos. – Eso, tú ponme presión, cojones.

Y salió. Y bajó al pueblo más cercano, absolutamente vacío. Robó algo de una tienda de ultramarinos, más comida no perecedera. Ya no le parecía robar. La propiedad, el currar para ganarse la vida, la hipoteca, todas esas cosas habían desaparecido. Ahora solo existía su familia y la supervivencia. De allí fue a lo que sería la carretera que se cogería en coche para llegar a la cabaña. No había nadie, no había nada. Vió algún animal suelto, gallinas, gatos, perros, vacas... Nada más. A media tarde había hecho más de 30km, tocaba volver y se le había hecho tarde. Decidió atajar campo a través para llegar antes de que oscureciera. No lo consiguió, se le hizo de noche y, aunque sabía llegar al pueblo, no sabía llegar al caserio. Decidió dormir en un árbol a las afueras del pueblo, por si acaso. No durmió muy bien, había lobos en los alrededores y los escuchó. Eso sí, el pueblo estaba desierto. Eso era buena señal, podrían acortar bastante.

Al día siguiente, salió corriendo y para las 9 de la mañana ya había llegado al caserio. – Me tenías muy preocupada maitia. – Barkatu, se me hizo tarde y decidí dormir por ahí. – ¿como está la cosa? – Bien, bien, podemos acortar mucho. Todo despejado, carretera y pueblo. Si vamos directos y no con los rodeos que yo hice ayer, podemos llegar hasta la falda del monte hoy mismo. – ¡Eso sería ahorrarnos la mitad del camino! – ¿Salimos hoy o mañana? – Yo estoy reventado – A mí este descanso me ha venido genial y los niños por fin han podido jugar, que llevaban desde el aterrizaje sin jugar en condiciones. Pero entiendo que Mikel no puede con sus huevos. – ¿Al casero le parecerá bien? – No creo, pero habría que preguntarle. – Ya voy yo. Échate un rato Mikel, que seguramente dirá que no.

Efectivamente, dijo que no. Pero les dió algo más de comida para el viaje, semillas para plantar y una hogaza de pan, gracias a que en el caserio había chimenea. – Hoy Mikel empujará el carro lo mínimo posible, a ver si podemos ayudarle a descansar todo lo que descansamos ayer nosotros. – Guay. – Aita, ama, yo iré todo lo que pueda andando ¡y no me quejaré! – Gracias maitia, eso nos ayudará un montón. – Y yo, papi. – Vale, pero si os cansáis adentro ¿vale? No podemos retrasarnos. – Vale ¡no nos quedaremos atrás!

Por supuesto, los niños se cansaron, se quedaron atrás y terminaron los 3 subidos al carro. Aún así, hicieron lo posible y eso ayudo a que las dos familias (que ya eran una sola, aunque ellos no lo habían pensado aún) avanzaran aún más de lo que Mikel había calculado. Mikel aguantó como pudo, pero caminaron mucho. Otro día como ese y llegaban. – Esta noche haremos fuego. – ¿por? Así seremos más visibles. – No hay gente. Parece que la mayoría no han optado por subir al monte. Además, anoche ví lobos. – ¿Lobos? Joder. – ¿Y si no han subido al monte? ¿A donde habrán ido? – Supongo que a ciudades, o habrán cruzado a Francia. – ¿Y qué será de ellos? – Si los de Loiola estaban en los cierto, los que no han subido a los montes o a los bosques están muertos ya. – Joder, qué duro eres. – Si es como parece, que en todo el mundo hay vainas de estas cada pocos km y son tan efectivos como dicen, se han cepillado a la mayoría de humanos del mundo. – ¿Y animales? – Ni idea, supongo que también. No tienen por qué distinguir entre especies. – Cuando lleguemos, si es que llegamos, uno de nosotros tendría que venir hacia aquí a recoger a unos cuantos animales de granja que hemos visto sueltos. – Ya, es buena idea. Aunque peligrosa. – Ya, pero necesitamos animales. – ¿Hay sitio para huerta y animales? – Sí, pondremos a los animales en una ladera cercana, no es tan empinada y no se pueden escapar. A un lado hay barranco, a otro un muro escarpado y también hay un río. – Ok, gallinas, ovejas, cerdos y vacas ¿en serio hay tanto sitio? – Para vacas no sé, para el resto sí. – Ok, yo me encargo. – Como siempre. Gracias. – náh.

No hubo problemas con lobos ni con humanos. Al día siguiente Mikel estaba mucho más descansado, así que pudo ayudar mucho más. Siguieron avanzando por la carretera todo lo posible. – Aquí es donde nos salimos de la carretera. Quedan unos cuantos km de pista hasta llegar a donde se aparcaba el coche. – ¿Como de escondido está el sitio? – Mucho, no creo que nadie nos encuentre caminando. – Creo que sobreviviremos. – Cuando lleguemos, si es que llegamos, diré que tenemos una oportunidad real de sobrevivir. – Sí, pero hemos sobrevivido bien hasta aquí. No ha habido sustos ni lesiones que lamentar. – Avancemos cuanto antes, estamos perdiendo el tiempo. – Sí.

Y se adentraron en la pista, que estaba en muy mal estado. Los carros avanzaban a duras penas, iban muy muy despacio. – Tenemos que deshacernos de los carros. – No, todavía queda mucho tramo. – Así no llegamos hoy. – Pues llegamos mañana, llevamos 15 días de viaje, tendrán que ser 16. – Pero estamos a tiro de piedra. – ¿sin carga cuanto tiempo es? – Un par de horas de caminata. – No podemos, los niños no pueden. – Ok, ok. Avanzamos lo posible y llegamos mañana.

Al anochecer se apartaron de la pista, encendieron la fogata y se durmieron cuanto antes. Los niños se estaban comportando como nunca, es como si hubieran entendido la gravedad de la situación y no quisieran molestar. Nadie lloraba, nadie gritaba. Nadie se ponía a jugar con piedras y a perder el tiempo.

Al día siguiente, volvieron a coger los carros y llegaron a un pequeño descampado. – Aquí sí soltamos carros, al menos los de supermercado. Toca meterse entre árboles durante 2-3 km hasta llegar a la cabaña. – Joder, sí que está escondido. – Hay que esconder los carros, no se pueden quedar a la vista, por si acaso. – Tienes razón, los meteremos entre esas zarzas enormes. – Entonces no los podremos recuperar. – Ya no hace falta. – Está bien.

Dos padres cogieron el carro de bebé al aire y avanzaron lentamente, tardaron casi 3 horas en llegar a la cabaña. Era bastante grande, en muy buen estado y parecía el sitio ideal para sobrevivir. – No esperaba algo tan bueno, ni en mis mejores sueños. – Apartado, con sitio para plantar, con sitio para animales, una cabaña muy grande, chimenea... no me lo puedo creer. – Es que era dificil explicároslo de palabra. Pero el sitio es ideal. – Sí, podemos hacerlo. – Es verdad, DEBEMOS hacerlo.

Entraron, había suficientes camas para todos, algunas mantas, cubiertos, un hacha... más de lo que esperaban. Tuvieron que hacer 2 viajes para traer todo lo que había en el carro de supermercado, pero tenían sacos, mantas y, esperaban, todo lo que necesitaban. El casero les había dado indicaciones precisas de qué y como debían plantar en esta época del año. Con unas hazadas improvisadas hechas con ramas, limpiaron y voltearon la tierra. Mientras unos ponían orden en la cabaña, otros recogían agua, almacenaban madera para hacer fuego, etc. Podían cocinar en la chimenea. Los niños estaban felices de ayudar.

En pocos días tenían todo lo básico en marcha. Un pequeño depósito de agua, herramientas de madera, un terreno limpio de hierba con semillas plantadas, etc. Ahora tocaba esperar. – Bien, hay mucho que hacer todavía. – ¿En qué piensas? – Quiero ir a por animales, a por hazadas y a por una piedra de afilar. Por ahora. – Te acompaño. – Pero si tú siempre has intentado escaquearte de las actividades físicas. – Ya, pero he hecho deporte como pocas veces en mi vida, tengo que aprovechar el estado de forma. Mi trabajo como informático vale poquito ahora, tendré que adaptarme. – Ok, salimos mañana ¿el resto os quedáis cuidando niños, preparando comidas y demás? – Nos encargamos de todo aquí, sin problemas.

Salieron, buscaron animales, los encontraron y se los llevaron a la cabaña. Había un problema con las gallinas. Y es que había zorros en los alrededores, había que protegerlas de alguna manera. Habría que construir un pequeño gallinero. Mientras tanto, dormían en la cabaña.

Cuando hubo suficientes animales, bajaron al pueblo a por hazadas y otras herramientas. De camino encontraron un precioso caserio que estaba abandonado. Entraron a mirar y encontraron un auténtico taller de carpintería dentro. El dueño era un manitas. Pues se había quedado sin herramientas, si es que seguía vivo. En el mismo caserio encontraron hazadas, cuchillos, hachas, piedras de afilar... Todo lo que se les ocurría que podrían necesitar. Y estaba a menos de 20km de la cabaña, podían ir a por más. – Quiero una vaca. – ¿para qué? No podemos tener toro, una sola vaca no nos soluciona nada. – Quiero leche. Una vaca dura muchos años. Tendremos leche durante años y luego ya se verá. – He visto una rondando cerca, parece joven y sana. – Ok, vamos a por ella, a ver si quiere venir. A las ovejas las podemos empujar, a una vaca, jodido. – Yo quiero ir a ver al casero, tengo muchas preguntas. – Pero está muy lejos. – Creo que soy capaz de llegar en un día, si voy solo. – ¿en un día? Pero si hay como 50km. – Ya. Iría sin carga, igual una mochila vacía por si acaso. Agua y un par de barritas energéticas. – La verdad es que nos vendría bien hablar con el casero. Somos super novatos y no nos podemos permitir que se nos joda una cosecha entera. – Ok, mañana salgo para allá.

A la mañana siguiente, Mikel salió. Decidió ir trotando, un rato, para adelantar. A mediodía paró en el pueblo a descansar y a ver si encontraba algo para comer. Había hecho 40km trotando. Cuesta abajo, pero trotando. Parecía que volvía a estar mejor de forma física. Entró en la tienda de ultramarinos, cogió un par de chorizos, unos quesos, una botella de vino y alguna cosa más. No pretendía llevarlos todos a casa. Se los iba a regalar al casero como agradecimiento.

Y así comieron y hablaron. Y Mikel aprendió más en esas horas de conversación que todo lo que sabía de antes. Aquella noche iba a salir y dormir en el mismo árbol del otro día, al lado del pueblo, pero el casero le dijo. – No te vayas. Una noche puedes pasar. Mañana te vas. – Ya te agradezco, así mañana salgo descansado y llego a buena hora a casa. – Ya no es la cabaña, ya es tu casa ¿no? – No tengo otra cosa. – Ahora entiendes por qué me quedo aquí. – Antes también te entendía, pero tenía mayores preocupaciones. – Sí, tu familia. La familia siempre primero. – ¿Tienes familia? – No, siempre he sido un viejo cascarrabias. No me aguantaba ni mi hermana, que antes vivía conmigo. – A mí me caes bien. – Porque te he salvado la vida ¡no te jode el de ciudá! – ¡Jajajajajaja! Tú también eres bastante pájaro. – Puede ser, puede ser.

Durmieron, Mikel desayunó y salió de allí. Su agradecimiento era máximo. Y el casero estaba contento de hablar con alguien. Al día siguiente volvió al pueblo, volvió a la tienda de ultramarinos y, ahora sí, cogió algo de embutidos y queso para su familia. Al salir, escuchó un ruido. Pensó que serían animales, pero por si acaso se ocultó detrás de un edificio a escuchar. AQUELLO NO ERAN ANIMALES, ERAN ALIENS.

Se fue ocultándose entre edificios, intentando acercarse al bosque cercano. Era su única oportunidad. Entonces escuchó un zumbido agudo y muy fuerte. Se agachó, vió una luz. Nada. Se puso a correr. Entró al bosque y se escondió detrás de un árbol. Otro zumbido, otra luz. Nada. ME CAGO EN DIOS, JODER. QUE ESTOY MUERTO. Se metió en el bosque, más zumbidos tras él ¿le estaban disparando? ¿no? No podía saberlo. Se escondió detrás de una roca grande que había. Miró de refilón. Los alien se habían parado en la entrada al bosque. Eran bípedos, relativamente parecidos a canguros gigantes. Pero eso no era piel ni nada que se le pareciera, una especie de plástico o cerámica recubría su cuerpo. Y en medio de lo que se suponía la cara, un largo morro con una luz roja en la punta. No tenían brazos, cola ni ninguna otra extremidad ¿eran robots? Podía ser. No se atrevía a salir corriendo, no se atrevía a quedarse allí. No sabía qué hacer. Su corazón latía a 200 pulsaciones por minuto. En ese momento, el largo cuello de uno de esos aliens se fue girando hasta que la luz apuntaba a Mikel. La luz ganó intensidad durante dos segundos, Mikel se dió cuenta de que le iban a disparar y se escondió tras la roca justo a tiempo ¡un láser rojo pasó justo por donde tenía la cabeza una décima antes y pegó en el suelo mientras sonaba el zumbido agudo de antes! ¡Joder, no vuelvo a mirarles! ¿Y ahora qué? Se acurrucó tras la roca, esperando, sin saber qué hacer. No volvían a disparar.

El tiempo pasaba, Mikel no se atrevía ni a pestañear. No había ruido, ni zumbidos ni nada. Ya había pasado el mediodía, empezó a pensar ¿cuanto tiempo llevo aquí? Calculando por el sol, varias horas. Me han disparado y no me han dado, así que infalibles no son, al contrario de lo que decían los militares. Miró la marca del láser en el suelo ¡NO ESTABA! ¡El laser no dejaba marcas! Su puta madre, así parecía que acertaban siempre ¿solo daña al objetivo? Decidió que tenía que volver a mirar, no podía quedarse ahí para siempre. Tampoco sabía si veían como los humanos o de otra forma. Sacó la cabeza por otro cacho de la roca, ahí no había ningún alien. Salió corriendo hacia casa, tenía que comprobar que la familia estaba bien.