La llegada parte 3.

Necesitamos seguridad.

Subía por el bosque corriendo, resbalándose, agarrándose a cualquier rama para ir más rápido. No se podía permitir el lujo de bajar el ritmo. NECESITABA comprobar que su familia seguía viva. No podía ser que los aliens anduvieran en el monte, aunque fuera en la parte baja. No podía funcionar así. La poca seguridad que tenían era porque creían que los aliens no subían al monte ni se metían en el bosque. Pero al monte subían, aunque acababa de ver como se quedaban a las puertas del bosque sin entrar.

Estaba cada vez más agotado, le dolían las piernas pero no podía parar. No era una opción. Empezaba a nublársele la vista por la falta de aire, pero seguía subiendo. Se cayó. Arriba, sigue corriendo. Siguió avanzando. Se volvió a caer, esta vez se hizo daño en la rodilla. Daba igual. Había que seguir aunque fuera a 4 patas. Mierda, la carretera. Para y mira antes de cruzar. Si mueres no puedes ayudar a tu familia.

Respiró un poco y miró con cuidado. Vió algunos aliens más abajo, bastante lejos. Se agachó a mirar. La rodilla le sangraba bastante ¿los aliens serían capaces de seguir los rastros de sangre? Mikel se rompió la manga de la camiseta y se tapó la herida. Por lo menos que no goteara.

Los aliens se quedaron quietos, ni acercarse ni alejarse. Mikel bebió un poco de agua. Cada vez respiraba más pausadamente. Los aliens miraban hacia él, pero estaban muy lejos ¿sería verdad lo de los 100 metros? ¿o serían más? Bueno, si eran más era lo último que iba a saber. Decidió alejarse agachado, poco a poco siguiendo paralelo a la carretera. Avanzó y los aliens no le seguían. Al poco rato, los aliens dejaron de mirar hacia él y empezaron a alejarse ya no le detectaban ¿era por la distancia? ¿por la disminución de calor que emitía su cuerpo? ¿le oían respirar y al respirar cada vez más suave dejaron de hacerlo? Imposible saberlo, pero definitivamente no veían igual que nosotros y casi seguro que su sistema era peor que el nuestro.

Cuando los aliens se perdieron de vista cruzó la carretera y volvió a correr. Por suerte, ya no quedaba mucho para llegar al camino. Y a partir de ahí era casi llano.

A media tarde entraba en el claro donde estaba su hogar. Temía encontrarlos a todos muertos, no se atrevía a mirar pero no podía dejar de hacerlo. Lo primero que vió fue a Xabi gateando y persiguiendo una mariposa. Detrás el resto de niños, Uxue, Unai y Ainara jugando con palos y riendo. Al fondo, Izaro y Nerea daban de comer a los animales mientras Txomin regaba la futura huerta. Todo bien, todo estaba bien.

Se cayó al suelo y se puso a llorar. No podía aguantarlo, la presión le había podido totalmente. Todos corrieron a ayudarle. Los niños no lo entendían y lloraban con él, le abrazaban.

Un rato después consiguió levantarse con ayuda. Le llevaron a casa y lo sentaron en una silla para que descansara. Le dieron agua y comida. No comía, no bebía. Solo tiritaba y lloraba. Pasó más de media hora hasta que fue capaz de beber agua. Luego comió un poco, seguía tiritando. Al final, fue capaz de hablar. – Pensaba que habíais muerto todos. – ¿qué? ¿por qué? – Los aliens están aquí. – ¿¡QUÉ!? – En el pueblo, casi me matan. Y luego en la carretera, casi arriba del todo. – ¿suben a los montes? Estamos jodidos. – Parece que no se adentran en bosques, eso nos protege. Aunque creo que podrían simplemente quemar el bosque. – ¿¡QUÉ!? – Tienen un laser en la cara. Con eso es con lo que matan a la gente.

Según se fue tranquilizando y cogiendo fuerzas, Mikel fue contando todo lo que había visto y vivido con los aliens. – Entonces ¿no son infalibles? – No. – ¿Y no te rodearon? – No entraron al bosque. – Bien, creo que tenemos algo.

Y Nerea se puso a comentar. – La información nos puede salvar la vida, así que quiero que atendáis todos. Incluídos los niños. – Vale. – Son grandes, como unos 3 metros, así que son facilmente visibles para nosotros. Nosotros no tanto para ellos, parece. – Sí. – Su laser tarda 1-2 segundos en cargarse. Hay que esconderse tras algo en cuanto fijen su “ojo” en nosotros. – Sí. – El zumbido es agudo y muy característico. Tenemos que aprender a reconocerlo para huir de él. – Sí. – Suben montes, huir para arriba no es una opción. – Sí. – Parece que los bosques son la única salvación, no debemos salir de los bosques si no es absolutamente necesario. – Sí. – Si salimos de los bosques, debemos mantenernos cerca de ellos. SIEMPRE. Cada metro que nos alejemos nos acerca a la muerte. – Sí. – Creo que eso es todo. – Pues es una mierda. – Ya, pero es más de lo que sabíamos. Si ayer te hubieras encontrado a los aliens en una zona llana con una cuesta cercana ¿qué hubieras hecho? – Correr cuesta arriba... ah, claro. Y ahora estaría muerto. – Exacto. Vamos sabiendo cosas, lo poco que sabemos es lo que nos puede salvar la vida. – Creo que sabemos algo más. – ¿el qué? – Dos cosas. No atacan a los animales, cuando les ví en la carretera había dos cabras cerca. – Interesante ¿y la otra? – Están buscando humanos. – ¿eh? – Piénsalo. Por lo que sabemos, los aliens se quedaron cerca de las vainas. No detectamos movimientos en semanas. Y ahora que casi no quedan humanos, han empezado a buscarlos. – Joder, eso es aterrador. – Mikel, eso significa que nos conocen. – ¿eh? – Fíjate, están buscando humanos y no dañan animales. Saben qué especie deben derrotar para apoderarse del mundo o lo que coño quieran hacer. – Sí, es posible. Pero a mí también me dice otra cosa. – ¿cual? – Que podemos hacerles daño. – ¿eh? ¿como? – No sé como, pero ellos sí lo saben. Si no pudiéramos no nos buscarían. Se pondrían a sus cosas y pasarían de buscarnos. – Es verdad. – Todo eso aplicando lógica humana. – Todo eso aplicando lo que sabemos. – Y no tenemos otra.

Durante los días siguientes, Mikel explicó a su familia lo que aprendió del casero. Gracias a eso, la huerta iba muy bien. A menos que hubiera una helada o algo, no iban a pasar hambre. También estuvieron preparando un gallinero y un refugio para animales para cuando lloviera. Siempre intentando coger ramas y troncos sin quitarle frondosidad al bosque. Alguna vez Izaro y Txomin fueron al caserio cercano a por tablas y a por algún utensilio de carpintería que necesitaran, siempre por fuera de los caminos y con muchísimo cuidado. Por ahora protegían a Mikel, que seguía teniendo pesadillas todas las noches. Por suerte, Mikel era un verdadero manitas y la carpintería no era una excepción. Hizo un trabajo espectacular con la madera. Incluso consiguieron un plástico de invernadero para tener huerta en invierno.

Semanas después, Mikel llamó a todos. – Voy a salir. – ¿qué? ¿Por qué? No estás recuperado. – Estoy bien. Además, no tenemos noticias de por donde andan los aliens. Necesitamos saber sus movimientos. Y necesitamos víveres para el invierno. Quiero bajar al pueblo. – No, ya voy yo. – Nerea, por favor. Sabes que soy el más fuerte y rápido de todos. Habéis aprendido de huertas, de animales y de carpintería. Aquí soy prescindible. Fuera de aquí sigo siendo el mejor. – NO ES VERDAD, AQUÍ ERES IMPRESCINDIBLE. – No estamos hablando de amor. Estamos hablando de supervivencia. – No me gusta hablar de supervivencia. – Ya, pero es lo que somos ahora. Supervivientes ¿te acuerdas de la pirámide de Maslow? Estamos abajo del todo, en fisiología y seguridad. Y seguridad es lo que intentamos, ni siquiera lo tenemos. – ¿pirámide de quién? ¿por qué coño hablamos de pirámides? – Se estudiaba en el insti ¿no te acuerdas? Un tal Maslow hizo un dibujo de una pirámide diciendo que hasta que no teníamos asegurada la parte de abajo, no podíamos intentar la parte superior y tal. Un rollo. – Ni puta idea, en serio. – Da igual. Lo que viene ser que si no tienes para comer no te pones a intentar pintar un cuadro. – No claro ¡Eso lo sé hasta yo, que soy tonto! – Serás muchas cosas, pero tonto no has sido nunca. Y te conozco desde la guardería. – Eres gilipollas ¿lo sabías? – Sí, me he venido contigo a sobrevivir conociéndote como te conozco. Me tenía que haber tirado al río. – ¡jajajajajaja! – Creo que es la primera vez que nos reímos en meses. – ¿cuanto tiempo llevamos así? – Era Marzo cuando los aliens, los árboles se están poniendo marrones, así que será Septiembre o así. – Tenemos que prepararnos para el invierno. Y tenemos que intentar no dejar huellas en el barro del otoño. Y no usar siempre los mismos caminos para no crear senderos. – Sí.

Así, Mikel empezó a salir a investigar, a conseguir víveres y a buscar aliens. Izaro y Nerea montaron el invernadero mientras Txomin le daba vueltas a una idea. Quería hacer un sistema con compuertas para regadío. De vez en cuando hacía un dibujo en la tierra, se sacaba fallos a sí mismo. Si la idea le gustaba, la consultaba con el resto para que le sacaran pegas. En 2 semanas tenía el plan. Usaba muy poco material y parecía tan simple que dificilmente fallaría. Le pidió ayuda a Mikel para empezar, no quería cagarla e inundar la huerta. Mikel le ayudó gustoso entre viaje y viaje. Poco a poco iba durmiendo mejor. Cuanto más salía y volvía sin noticias de los aliens, más tranquilo estaba.

En noviembre empezó a enfriar mucho. Se dieron cuenta de que no tenían ropa suficiente como para aguantar el invierno. Mikel decidió ir hasta otro pueblo cercano, más grande. Le sonaba que en ese pueblo había una tienda de equipamiento de montaña. Encontraría buena ropa de invierno. Botas, chaquetas y pantalones de gore-tex, camisetas y jerseis de lana merina, guantes, calcetines gordos... Todo lo que pudiera. Mikel volvía a ser el de antes. Cogió la mochila más grande, un hacha pequeña y salió. Calculaba 3 días fuera, día y medio de ida y otro tanto de vuelta.

Bajó como siempre por el bosque, pero bastante antes de llegar al pueblo de siempre, torció a la izquierda para bajar dirección Pamplona. Tenía que estar atento a los árboles, no quería bajar mucho porque tendría peor visión del paisaje. Había que seguir la carretera Irún-Pamplona hasta el pueblo. En este bosque había mucho pino, por tanto no veía gran cosa. Al atardecer del primer día decidió subirse a un árbol para ver si conseguía vislumbrar algo. Eligió un roble bien grande, con ramas gordas. Y se puso a subir. Pero no veía nada. Siguió subiendo, más de 10 metros. Al final, pudo ver el paisaje. Se veía el pueblo al fondo; abajo, al fondo del valle, la carretera Irún-Pamplona. Coches abandonados allí y... ¡aliens!

Se quedó un rato mirando. Quería ver como actuaban. Se diría que estaban patrullando, iban de uno en uno. Realmente eran pocos e iban todos por el medio de la carretera, sin mirar a los lados. Si es que el “ojo” servía para mirar, claro. Al rato, se dió cuenta de que patrullaban exactamente a la misma distancia uno de otro, unos 150 metros uno de otro y a la misma velodidad. Si la teoría de que disparaban a 100 metros era cierta, no se podía cruzar la carretera sin que te dispararan. Y él tenía que cruzar. Bajó un poco y decidió dormir allí, entre las ramas.

Sorprendentemente, durmió estupendamente aquella noche. En un saco, subido a un árbol y con aliens asesinos a unos pocos metros. Y durmió del tirón. “Cada día eres más raro Mikel”, se dijo a sí mismo. Se acercó a la carretera, escondido entre los árboles. Ahora veía muy bien a los aliens pero ellos a él no. Empezó a recorrer la carretera, buscando alguna forma de pasar. Encontró un agujero de desagüe que pasaba bajo el asfalto, podía cruzar por ahí arrastrándose. Pero tenía que llegar al agujero sin que le vieran, no sería fácil.

Buscó en los alrededores y encontró matorrales. Los cortó y los fue tirando al camino. Solo había un par de metros en los que le podían ver. Y al otro lado bajaba el río Bidasoa y allí no podían verle, ya que estaba mucho más abajo que la carretera. Cuando consiguió algo parecido a un pasaje seguro, espero a estar a la distancia máxima de los aliens, se agachó y fue gateando entre los matorrales. Llegó sin problemas. Se arrastró hasta llegar al otro lado y descendió hasta el río. Allí cruzó saltando entre unas rocas que sobresalían y llegó al otro lado. Al bosque otra vez. Estaba a salvo por ahora. La vuelta, ya se verá.

Siguió avanzando hasta el pueblo, se quedó a las afueras observando. Ni un zumbido, ni un movimiento. Nada aparte de algún gato asilvestrado. Se acercó a la tienda, el candado de la puerta trasera estaba roto, así que entró sigilosamente. Había una luz tenue que entraba por el escaparate. Empezó a llenar la mochila cuando de repente... – Supongo que vas a pagar eso ¿no? – ¿¡quién eres!? Mikel cogió el hacha instintivamente. – Tranquilo, no esperaba encontrarme con un ser humano por aquí. Hace semanas que no veo uno. Y vivo, puff.. meses. – Muéstrate. – Tranquilo, tranquilo. No quiero pelea. Un chico de unos 20 años salió de la puerta trasera. – Me llamo Nacho. – Mikel. – Mi padre era el dueño de esto. – Ah ¿y vives solo? – Me escondí en una casa del árbol que tenía en el bosque, me la hice con mi padre cuando era niño. – ¿Y vienes al pueblo a por comida? – Sí, cada pocos días. Y me suelo pasar por la tienda, por nostalgia más que nada. – Bien. – Suelta el hacha por favor, me das miedo. – Demuéstrame que no vas armado. – Mira Natxo se levantó la camiseta y se dió la vuelta entera. – Ok, me guardo el hacha. – ¿quieres tomar algo? He hecho café. – ¿café? Hace meses que no tomo café. – Está muy viejo, pero es lo que hay.

Se sentaron en una mesa y tomaron un café horrendo que les supo a gloria. Nacho sacó unas aceitunas de bote caducadas que se comieron con gusto. – Tengo un hogar. – ¿sí? Qué interesante. – Te estoy invitando a venir. – ¿eh? – Que te estoy invitando a dejar tu pueblo y a venirte conmigo y con mi familia. – ¿en serio? ¿te fías de mí? – No sé si me fío. Si me la das te clavaré el hacha entre los ojos. Pero por ahora te ofrezco mi casa. – Joder, joder, joder. Nacho se puso a llorar. Llevaba meses sobreviviendo solo. Si la familia de Mikel las había pasado canutas, qué no habría pasado este muchacho solo en el bosque.

Nacho cogió una mochila de montaña de mucha calidad. Eligió la ropa con cuidado, cogió una cuerda de escalada, un saco muy compacto, palos de trekking... sabía lo que hacía. – ¿te gustaba el monte? – Mucho, y gracias a mi padre me conocía todo el material que había en la tienda. Cuales eran buenos para qué. Por cierto, te has cogido unas botas de mierda. – Joder, son buena marca y gore-tex. – Pero ese modelo no salió bueno. Le acababa calando el agua. Mi padre había pedido devolución cuando... – Ya. – Bueno ¿sabes tallas? – Sí, 2 pares de 38, 1 par de 41, 1 par de 35 que igual debería ser 36 ya. Y luego un par de 31 y otro del 29. Estos últimos ya tienen la talla extra. – Joder, que peazo familia. – ¿eh? – Esperaba a 2-3 personas más. – Ah, sí. Mira, somos 2 parejas cada uno con 2 hijos. El mayor tiene 10 años y el pequeño va a cumplir el año ahora. Lo llamo familia, aunque a lo mejor debería decirlo de otro modo. – Ná, supongo que ahora es tu familia. – Sí, no lo había pensado, pero así es.

Eligieron cuidadosamente toda la ropa que iban a llevar todos. A recomendación de Nacho, Mikel se cambió totalmente de ropa. Más resistente contra ramas y más preparado para el frío del invierno. Eligieron incluso colores verdes-marrones para no llamar la atención en el bosque. En poco espacio que sobraba, metieron algo de comida, una cuerda fina, unos prismáticos, un pequeño espejo y varios cuchillos. Entre ellos uno multiusos de esos del ejército suizo. Parecía util y ocupaba poco.

Y salieron con cuidado. Mirando a todos lados. Nadie, nada. Corriendo al bosque. A salvo otra vez. Avanzaron hasta la parte en la que debían cruzar. Ahí estaban los aliens, Nacho nunca los había visto, tembló. – Tranquilo, solo es este cacho, luego volvemos al bosque. – Repíteme que no entran en el bosque. – No entran en el bosque. – ¿seguro? – Seguro.

Mikel cruzó el río y se metió en el desagüe, con la mochila llena no pasaba. Se la quitó y la fue empujando. Cuando iba a salir por el otro lado, vió como entraba Nacho. Ahora venía lo más peligroso, no veía donde estaban los aliens. Debía salir a los matorrales de oído. Debía escuchar y decidir a qué distancia estaban los aliens. Pasó un minuto, dos; así hasta 15. Ya sabía como andaban y a qué distancia estaban. Le susurró a Nacho. – Yo paso ahora. En cuanto pase me ocultaré tras esa roca de ahí. Luego miraré y, cuando sea el momento, te haré señas para que pases tú. Y pasas a toda hostia ¿me entiendes? – Sí, sí. – Y tranquilo. Estate tranquilo. Solo queda esto.

Mikel esperó al momento adecuado y pasó corriendo. Ningún problema. Se escondió tras la roca, iba mirando alternativamente a los aliens y a Nacho. De repente, Nacho no aguantó más y empezó a cruzar sin que Mikel le avisará. “¡NO!” susurró Mikel. ¡Los aliens le habían detectado! ¡Ahora corrían tras él por la carretera! Mikel le hizo un gesto para que se escondiera a su lado. Esperaba que pasara lo mismo del otro día, que al final los aliens se fueran. Nacho no miraba, iba ciego corriendo. Se escondió tras el enorme árbol que había al lado de la roca de Mikel y le susurró. – ¡Ya está! ¡Lo hemos conseguido! – ¡Quieto, quieto, no te muevas! ¡Que no te vean!

De repente, un zumbido agudo y una luz atravesando el árbol y la cabeza de Nacho. Y Nacho cayendo al suelo, muerto. Mikel se volvió loco, cogió una piedra que había en el suelo y se la tiró a un alien, dándole en el ojo. Se volvió a esconder rápidamente. Oyó un ruido, como de algo cayendo. No podía ser que una piedra matara a un alien, era sencillamente imposible. Se quedó esperando. Nada, ni un ruido, ni un zumbido. Ni un paso de alien. Nada. Sacó el espejo para poder mirar sin exponerse, allí no había nadie. Sacó la cabeza y vió al alien tumbado en el suelo. Miró alrededor. El resto de aliens se habían ido, sencillamente no estaban. Tenía miedo pero debía comprobarlo. Se acercó lentamente, sin hacer ruido, miró a ambos lados de la carretera antes de subir. Se acercó al alien, tenía la luz del morro rota. Y no se movía. Había matado a un puto alien. Aunque visto de cerca, parecía más un robot.

Volvió al bosque rápidamente.Cogió la mochila de Nacho, se la puso al pecho y fue recorriendo el bosque con una mochila delante y otra detrás hasta llegar a casa, no paró ni por la noche. Por la mañana del día siguiente, llegó a casa y allí volvió a llorar. – No te vamos a dejar salir más ¿qué ha pasado? – Han matado a Nacho. – ¿Has conocido a alguien? – Un chaval, 20 años, lo traía a vivir con nosotros. Lo han matado. – ¡Mierda! ¿como ha sido? – El puto laser ha atravesado un árbol, un jodido árbol para matarlo. – ¿un árbol? – Y no ha hecho un agujero en el árbol. Nacho tenía la cabeza pegada a él y el árbol estaba sin tocar. Mientras que su cabeza estaba atravesada de lado a lado, como si le hubiera metido un puto taladro, joder. – Va, va. Descansa. Mañana hablamos. – No, tenéis que saberlo. He matado a un alien. – ¿¡QUÉ!? – De una pedrada. Si les rompes la bombilla del morro, mueren. Ah. Y otra cosa, no creo que sean aliens, sino robots.

Al día siguiente siguieron hablando y aprendiendo. Intentando aprender para sobrevivir. – Creo que esos aliens/robots pueden detectarnos a través de árboles, pero no a través de piedras. – ¿sí? – Es lo más lógico. Mikel interrumpió. – No creo. – ¿y eso? – Me he escondido varias veces detrás de árboles y no me han visto. A Nacho le vieron esconderse, sabían que estaba ahí. – ¿Entonces? – Su laser atraviesa árboles, pero no roca. Eso creo. – Sí, es posible. – Creo que podemos escondernos tras cualquier cosa para que no nos vean. Pero si nos han visto, solo puede ser roca, paredes o algo así. Pero siempre en bosque. – ¿Y una empalizada? – ¿qué? – Sí, una empalizada. Un muro defensivo. – Supongo que no pasa nada, pero he visto puertas reventadas para entrar en casas. – Ya, pero no me refiero a eso. – No tenemos material ni capacidad de construir un puto fuerte medieval. – Ya, ya. Estaba pensando en ir a algún castillo medieval y ponerle puerta o algo. – No es una opción, no hay espacio para huertas y animales dentro de un castillo medieval. – Cierto, cierto. – Lo que sí puede ser es que haya alguna persona escondida en algún castillo, o alguna muralla militar. – Sí, los militares de Loiola podrían seguir vivos. – Y los de otros cuarteles. – Más posibilidades de personas vivas, no es poca cosa. – Sin posibilidad de producir alimentos, no por mucho tiempo.

Poco a poco, la vida de Mikel volvió a la rutina. Esta vez tuvo menos días de pesadillas, le dió la vuelta antes “te estás acostumbrando a esta mierda, cabrón” se decía a sí mismo. No sabía si acostumbrarse era bueno o malo. Suponía que ambas cosas.

Y llegó el invierno. Tenían mucha madera para la chimenea, invernadero y protección para los animales. Tenían buena ropa, aunque tuvieron que hacer un par de arreglos en la cabaña para que el calor no se fuera. Fue un invierno con mucha nieve pero menos duro de lo esperado. No hubo enfermedades ni nada reseñable. Cuando había nieve o barro, nadie salía a mirar si había aliens cerca para no dejar huellas. Y las pocas veces que salían no veían a nadie. Se sentían fuertes al llegar la primavera.