La llegada parte 6

¿Mejor solo?

Se acercó agazapado, arrastrándose entre matorrales, buscando a los aliens, intentando oirlos. Al rato vió que se alejaban. Esta vez iban 3 a la vez. Como si los estuvieran esperando. Jo-der. Esperaba que no fuera así, pero hacía tiempo que había dejado de creer en casualidades. Cogió dos arcos, todas las flechas que pudo y algo de comida. Todo lo demás lo llevaba en la mochila. Siempre había estado preparado para dejar este grupo, no le importaban lo más mínimo y ya había perdido a demasiada gente importante en su vida como para que esto le supusiera la más mínima tristeza. Se encontró a sí mismo pensando en eso mientras volvía al bosque.

Había aprendido mucho en estos meses. Supervivencia, cuidado de heridas, plantas medicinales, disparar con flechas, a limpiar la piel del animal para usarla... Decidió que iba a empezar por lo obvio. Había que ir a un lugar conocido. A la cabaña. Fue trotando para tardar lo menos posible. Siguiendo el bosque pero siempre a la vista de carreteras y pueblos. Así no se desorientaba. Al pasar por cerca de Pamplona, decidió buscar el almacén de flechas. No sería fácil con indicaciones tan vagas, pero había que intentarlo. Como siempre, la supervivencia dependía de ello.

Llegó a Burlada, conocía la zona de haber ido allí a currar. Menos mal. Buscó restos humanos viejos en el bosque. Alguna hoguera en un claro o algo así. No encontró nada, pero era normal, había pasado demasiado tiempo e iba a ciegas. Encontró un lugar que sus antiguos compañeros hubieran considerado bueno y esperó a la noche, aunque no sabía si esos putos aliens necesitaban luz para ver o qué coño. Dejó la carga oculta al lado del claro. Quería ir ligero.

Llegó al borde del bosque, miró a todos lados. Escuchó con atención. Nada. Nadie. Salió corriendo del bosque y fue directo al primer edificio del polígono. Se escondió entre unos contenedores por si acaso, aunque sabía que si estaban ahí tenía poco que hacer. Buscó puertas abiertas, escondiéndose a cada rato en cualquier rincón. Nada. Era de madrugada, tocaba volver al campamento. Volvió corriendo y se fue a dormir.

A la mañana siguiente se fue a cazar algo, comió un conejo y se echó la siesta subido a un árbol. Se estaba acostumbrando, le era natural dormir ahí. Era más seguro. Al atardecer fue otra vez al polígono a mirar. Y se lo encontró lleno de aliens ¡NO PODÍA SER! Se escondió rápidamente y se quedó mirando. Los aliens poco a poco se fueron alejando y para cuando anocheció no había ninguno. Aquello no le gustaba nada, no tenía sentido ¿Primero aparecen donde has estado el día anterior y luego desaparecen al anochecer?

Aún así, debía seguir buscando las flechas. Se aseguró muchísimo de que no había nada ni nadie. Salió corriendo y siguió investigando. Nada. Vuelta al claro y a dormir. Al día siguiente mismo plan. Otra vez los aliens allí por la tarde y se iban al anochecer. Joder, esto no tenía sentido. Pero le dejaban buscar de noche ¿como podía ser? Lo tenía que investigar.

La sexta noche en la que entró al polígono, encontró una puerta de seguridad semiabierta. Entró y vió un gran almacén lleno de armas. Había cámaras de seguridad, apagadas claro. La mayoría no le servían, mucha escopeta de caza. Buscaba flechas. Solo quería flechas. Recorría los pasillos. – “son fabricantes, creo”. Malditos imbéciles...

Encontró la zona de las flechas, con la puerta rota. Había encontrado el sitio. Cogió decenas de flechas, todas las que le entraban. Pero iba solo, así que tendría que volver cada cierto tiempo a por más. Cuando salía, vió una zona que le llamó la atención. – Hos-tia. Una zona de armas medievales. Katanas, mandobles... Pena que no me los pueda llevar, me faltan manos. Y no voy a volver a jugármela.

Se fue. Llegó al claro, se subió al árbol y se durmió. A la mañana siguiente empezó a prepararse para irse, pero no podía dejar de pensar en las armas de mano. Le vendría muy bien algo con lo que poder defenderse si el próximo humano no era tan amigable como los que había encontrado hasta ahora. Los cazadores le habían hablado de los “asesinos”, grupos de gente que mataba para sobrevivir y quedarse con todo lo que llevaras. No podía matar a 5-6 personas con flechas, no le daba tiempo. Decidió volver. Aunque hacía días que no dormía bien, con tanto ir y venir al polígono. Decidió que iría a merodear por la tarde, luego a dormir, despertarse de madrugada e ir al polígono para estar de vuelta al amanecer. No sabía por qué, pero era más seguro moverse de noche.

Como siempre, el polígono estaba lleno de aliens. Definitivamente sabían que estaba allí ¿como? No lo sabía, pero cada día había más aliens allí. Se fue a dormir.

Se despertó, no sabía que hora era pero tenía la sensación de haber dormido mucho. Eso no era bueno, significaba que tendría poco tiempo para ir al polígono. Tocaba correr. Llegó al final del bosque, se paró y miró, siempre miraba. Todo bien. Corrió hasta la nave, entró y cogió una katana, un cuchillo de aspecto militar y un pequeño sable o algo así. Cuando se acercaba a la puerta vió que ya no era noche cerrada. Se paró ¡MIERDA! Escuchó con atención. Enseguida oyó ese sonido tan conocido de los pasos de los aliens. Tocaba esconderse.

Se alejó de la puerta, buscando un escondite. Dejó las espadas en el suelo, ahora no le servían para nada. Enseguida vió lo que debían ser las oficinas, había que subir unas escaleras y era una zona acristalada. Subió corriendo y se agachó allí. Por suerte, se había traído el espejo, podía ver sin ser visto. Vió como entraban dos aliens y se ponían a buscar despacio, a la media hora salieron y entraron otros dos. Qué raro... Media hora después, misma operación. Dos salían, otros dos entraban y caminaban rápidamente hasta el sitio exacto donde habían terminado de buscar. Estaban peinando la nave. Dos horas después ya no quedaba nave para investigar. O subían arriba o se piraban. Una de dos ¡MIERDA OTRA VEZ! ¡Empezaban a subir! No tenía escapatoria.

A media escalera, ambos aliens se dieron la vuelta y se fueron para que entraran otros dos. Mikel vió una tubería de aireación, sacó el embellecedor y se metió dentro. Aquello no iba a aguantar si se movía mucho, pero no tenía más opciones. Se empezó a arrastrar despacio, alejándose lo más posible. Oyó como entraban en la oficina. No podía avanzar más, no le daba tiempo. Se quedó quieto, si metían la cabeza estaba muerto. Un silencio absoluto, pasaba el tiempo y nada. Al rato escuchó a los aliens moverse. Se iban. Se había vuelto a salvar.

Un buen rato después de no oír nada, volvió arrastrándose de espaldas, asomó la cabeza y vió que estaba vacío. Bajó y se quedó agachado en la oficina, no saldría hasta que se hiciera de noche. Eso seguro. Al anochecer se acercó a la puerta y vió como los aliens se alejaban, como todos los días. Cogió las 3 espadas y se fue a dormir. Estaba agotado pero totalmente alterado no iba a poder dormir. Se tranquilizó un poco y decidió aprovechar la noche. Volvió al almacén y saco unas cuantas flechas más. Dejaba de huir e iba a probar si su plan de matar aliens a flechazos valía o no. Curiosamente, este pensamiento hizo que se sintiera más relajado.

En su cabeza tenía un plan. Y si no le funcionaba (y sobrevivía) un plan B. Ambos eran sencillos, tampoco habías muchas posibilidades ni herramientas con las que contar. Cogió un carcaj, lo llenó de flechas y se fue a dormir. Durmió muy bien y se despertó justo cuando el sol empezaba a asomar.

Corrió hasta el final del bosque y se quedó semiescondido detrás de una piedra que había visto otro día. La piedra era pequeña, pero era lo único que sabía que le protegía. Ya se tumbaría o algo.

Como esperaba, enseguida aparecieron varios aliens. Uno de ellos se iba acercando de frente al bosque. Cuando consideró que tenía una oportunidad más o menos clara de acertar; tensó el arco, se levantó, vió como se encendía la luz y disparó. Era el alien o él.

¡PUM! sonó la luz del frontal del alien y este cayó al suelo. Se agachó y miro que ningún otro se acercara. No lo hacían. Siguió mirando, esperando que algún otro se acercara. No lo hacían. Se quedaban lejos ¡MIERDA! Tenía que buscar otra posición de tiro, pero era dificil. Si se acercaba él no iba a ser capaz de disparar a tiempo. Solo quedaba el plan B, la altura.

Tenía la sensación de que no veían por el ojo, que tenían una “visión” de 360º, pero con ciertos problemas si no compartías la misma horizontal. Había visto una zona de árboles grandes y creía que iba a ser capaz de subirse desde un árbol lejano y luego andar de árbol en árbol hasta que los putos bichos esos estuvieran a tiro. Lo dificil sería encontrar un hueco entre tanta rama y hoja. Pero lo iba a intentar. El plan A era demasiado limitado.

Se adentró en el bosque, se fue a la zona de los árboles grandes, encontró el árbol que quería, se subió y fue de árbol en árbol hasta que llegó a una zona que consideró apropiada. Se acomodó, dejó el arco semitenso y miró alrededor ¡Bingo! No le veían. Esperó pacientemente a que la situación fuera la adecuada, como le habían enseñado al cazar. Disparó y ¡PUM! Otro muerto. Y desde aquí arriba tenía más ángulo, podía abarcar más. Aún así, otro alien que había en las cercanías se alejó cuando el primero cayó. Parecía que el comportamiento se repetía. Eso dificultaba la caza.

Se movió a otro árbol, alejándose un poco del alien recién abatido. Esperó, esperó y espero. Hasta que horas después, otro alien se acercó lo suficiente y... ¡PUM! 3 hijos de puta menos en el mundo.

No pudo matar más aquel día. Al anochecer todos se alejaron. Al día siguiente habría más. Y los mataría. LOS MATARÍA A TODOS.

Se estaba puliendo los víveres que había cazado estos días, pero daba igual. Iba a seguir cazando aliens por ahora. Ya pararía otro día e iría a cazar algún animal.

Al día siguiente tenía el mismo plan, buscó un buen sitio y antes del amanecer ya estaba pertrechado. Empezó a amanecer, pero allí no había aliens, no había nada. No volvían. Pasaban las horas y aquello estaba desierto. – ¿Y esto? ME CAGO EN DIOS. Joder, hostia, coño ya.

Se fue de caza y abatió un corzo, que troceó y cocino. Tenía comida para unos cuantos días. Cenó y se fue a dormir. A la mañana siguiente se fue a por aliens otra vez. Nada. No venían. – ¿¡PERO QUÉ ME CAGO EN DIOS!? ¡PARA UNA PUTA VEZ QUE ALGO ME SALE BIEN Y ESTOS HIJOS DE PUTA SE PIRAN!

No tenía sentido seguir aquí, no iban a volver. Tocaba recoger bártulos y buscar territorio conocido. Se iba a su pueblo.

Se fue al almacén de armas, de día. Quería alguna bolsa o algo. Quería llevar más cosas de las que podía transportar, así que necesitaba algo con lo que hacerlo. Encontró una bolsa alargada, supuso que para llevar escopetas o algo así. La cogió, cogió más flechas y vió un arco que parecía ser mejor que los que tenía. Lo quería probar. Cogió una flecha, tensó el arco y le costó más de lo que esperaba. La flecha salió con muchísima fuerza. Le gustó, pero el arco pesaba bastante, decidió no llevarlo.

Se fue al claro y llenó la bolsa con comida, dos de las espadas y alguna cosa más que sacó de la mochila. En la mochila metió la especie de sable con el mango hacia fuera para tenerlo a mano. Además, le enganchó como pudo un carcaj lleno de flechas. Y partió hacia casa.

Prefería no pensar, iba caminando por el bosque hacia el norte, subiendo cerca de la carretera de Irún-Pamplona. Se acercaba a la zona donde vivía con su familia. Le dolía el alma solo de pensar donde estaba. Podía acercarse a su antigua casa y buscar los cadáveres. Enterrarlos o algo. No, no podía. Le dolía demasiado. Siguió avanzando.

Llegó a la zona donde murió Nacho. Su cadaver no estaba, supuso que sería cosa de carroñeros. Una razón más para no intentar enterrar a su familia, seguro que no estaban. Miró y no había aliens. Cruzó por el desagüe y se internó otra vez en el bosque. Parecía que los aliens se habían asustado de él, no le perseguían. – ¿asustarse? ¡JA!

¿Pero qué pasaba? Antes estaban en todos los sitios en los que él estaba y ahora en ninguno. Por si acaso, seguiría en el bosque. Y si tenía que salir sería de noche. Ya lo dijo Txomin, lo que sabemos de ellos puede ser la diferencia entre vivir o morir. A Mikel no le importaba morir, solo que eso le impediría seguir matando aliens.

Un día de primavera, por fin vislumbró su pueblo. Allí entre montes, como cualquier pueblo de Euskadi. Pero todo estaba quieto. Allí no vivía nadie. Mientras miraba desde la punta del monte, vió a un par de aliens pasearse por allí ¡Mira, una oportunidad de matar! Un momento... Si hay aliens buscando, seguramente hay algo que buscar ¡ALGUIEN VIVO!