Hacer el vago

Ésta mañana me he levantado cansado. El maldito arresto domiciliario que estamos viviendo me está ganando poco a poco. No tengo ganas de hacer nada. Planifico, me digo mil veces a mi mismo que debería de ponerme a trabajar lo antes posible, aplazo tareas... Pero al final, nada de nada. Y así día tras día. A esto los psicólogos lo llaman procrastinación, una mierda más inventada para ganar dinero. Mi padre lo llamaba “hacer el vago”, y creo que ha existido desde que el ser humano existe. Tiene poco que ver con el mundo moderno y sus muchas tonterías.

“Hacer el vago es algo malo”, nos han dicho desde siempre. No se puede estar parado, mirando al techo, perdido en pensamientos no productivos. Hay que trabajar, trabajar, trabajar. Hay que estar constantemente en movimiento, no vaya a ser que el universo se pare. Y ahí quizás está la cuestión. Nos han engañado siempre. Viviremos en éste mundo un muy corto espacio de tiempo. Tan pequeño, que aunque creamos que sí, no dejaremos huella en ésta tierra. Si redujéramos la historia de la Tierra a veinticuatro horas, la humanidad llevaría sobre ella apenas dos segundos, los últimos dos segundos. Los dinosaurios se habrían extinguido hace veinte minutos. Y nosotros no creo que tardemos más de un par de horas en desaparecer, a pesar de que nuestro egoísmo nos haga creer que estaremos en éste mundo para siempre. Desapareceremos como todas las especies que han existido y que existirán. Pero en lugar de aprovechar el corto tiempo de vida que se nos concede disfrutando del espectáculo que el universo pone delante de nosotros, nos ponemos a correr a lo loco y en todas direcciones, desde casi el momento en que nacemos. Puede que la infancia sea la época en la disfrutamos de más libertad, pero enseguida el mundo nos mete prisas para que comencemos a movernos. El movimiento perpetuo es la humanidad. Las hormigas y abejas no lo son. Ellas hibernan una vez al año.

Quizás todo sea una estrategia para distraernos de las cosas importantes. Para que no pensemos, para que digamos a todo que sí sin apenas recapacitar. Una forma de tenernos retenidos en el rebaño que es ésta maldita humanidad, gobernada por leyes civilizadoras, más que civilizadas. Somos robots programados por eso que llamamos sociedad, que, aunque existan muchas y de muy distintos tipos, todas consiguen lo mismo: La sumisión. Y así, nos convertimos en seres libres y sumisos. Sumisamente libres...

Quizás comencé éste texto queriendo hablar del encierro domiciliario y ésta maldita procrastinación me haya hecho, nuevamente, perderme en divagaciones.

Quizás la libertad sea, simplemente, tener derecho a divagar.