Chorrada volumen I

Todos los días por la tarde cuando el sol está en lo más alto, salgo a la calle y siempre en la puerta del mismo bar las mismas caras, los mismos hombres sonrientes, gruñones y porfiados con su copita de vino en mano y alguna que otra tapa que cae de maravilla como tentempié antes del almuerzo. Son felices, o lo fingen bastante bien, o quizás, no sé, sólo sea producto de mi imaginación, y el ‘yo’ material de cada uno de ellos sea un espejismo que yo mismo absorbo y asumo cayendo en una paradoja.

Las imágenes que aterrizan en mi cabeza, nuestras percepciones, son limitadas, condicionadas por las palabras, prisioneras de los sentidos. Tal vez el señor (en realidad, señores) de la copita de vino tenga pensamientos profundos (o lo que sea eso), más allá de que declare con sinceridad en una discusión que “antes se vivía mejor”.

No lo sé, divago demasiado. Puede ser que ese señor haya pensado lo mismo de mí, o tú, quizás, lo hayas pensado de mí. En definitiva, qué importa.