§e rompió en ļa mađrugađa.

Mi cuerpo le pertenece, sin pacto, sin sangre mezclándose en heridas. Le pertenece y si así lo desea, a mitad de la noche me desgarra una pierna sacándome de mi inducida paz. Me hundo en el colchón con un grito que no reconozco como mío. Me revuelvo, me toco el pecho para comprobar que no está aplastando mi corazón.

Me siento en el borde de una cama torturada tanto como yo. Miro la hora, entre lágrimas, tiemblo y le imploro a mi cabeza que se mantenga en su sitio. Al cuarto intento consigo ponerme de pie mientras su lengua me desgarra la pierna derecha. Agarrada a las paredes, deambulo. Agarrada a los muebles me soporto. Agarrada, mi pierna, intento darle vida con la mano que aún me sirve para algo.

Llega el día y comienzan sus ansias por seguir. Me parte la espalda, mi cintura se quiebra como el tallo de una flor sin nombre.

Quien lo ve lo entiende. Quien lo sufre lo calla. Quien lo hace, a diario, parece que siempre quiere más. Por aburrimiento. Porque mi cuerpo le pertenece, aún estando rendida como ahora parece estar acariciando mi cabeza mientras susurra... “mañana, más...”