La Memoria del Escorpión

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Podríamos pensar a primera vista que el disfraz es aquello que nos ponemos cuando queremos ser otra cosa. Nos lo pondríamos entonces, en caso de que no sea una parte de nosotrxs, precisamente para no ser Yo, sino ser Otrx. ¿Significa esto renunciar a unx mismo, para entregarse a ser otrx al otrx? ¿Y si lo que pasa es que tu identidad es la que no te deja ser lo que quieres? ¿Quién decide pues esa identidad, que parece limitarte en vez de proyectarte?

Lo paradójico de disfrazarse, es que si lo miramos detenidamente, podemos advertir que a veces el disfraz es usado no para ser otra cosa, sino para poder ser realmente nosotrxs mismxs. Actúa entonces como un protector de una identidad social establemente forjada. Como en un baile de máscaras donde el «antifaz» te oculta y te permite hacer fuera de ti. Actúa para poder ser nosotrxs sin las responsabilidades dirimidas de ser nosotrxs. Algunos ejemplos pueden ser: Fiestas, teatro, bandas, profesiones, sueños…

Por lo tanto, ¿Es disfrazarse ocultarse para poder mostrarse? ¿Puede a la vez también ocultarte para no mostrarte del todo? ¿Puede sin embargo un disfraz, apoderarse tanto de ti, que acabes confundiéndote con él? Eso sería más paradójico aún… Ser otra cosa para poder ser tu mismo y que esa cosa acabe por sustituirte y acabes por no saber quien demonios eres tu realmente.

¿Demasiadas preguntas para una cuestión tan anecdótica y superflua como disfrazarse? ¿Quién eres tú? …… ¿Eres tu nombre? ¿Tu historia familiar? ¿Tu profesión? ¿Tus hobbies? ¿Tus deseos? ¿Tus roles?

A lo mejor resulta entonces que no es tan anecdótico hablar sobre disfrazarse, sobre mostrarse y ocultarse al fin y al cabo, sobre lo que te permite ser cada uno de esos disfraces, lo que te obliga a hacer identificarte con ellos, y sobre la pérdida de uno mismo en caso de que esto signifique realmente algo ante tantas y variadas funciones que des-empeñamos.

Una misma conducta, disfrazarse, parece ser realizada para dos cosas opuestas. Por un lado es una exigencia de encaje. Una exigencia del guion. Hay que desempeñar un papel. Un papel social. Sin este papel nos volvemos nada. Necesitamos ser útiles, tener un propósito, un valor (aun cuando sea el valor del no valor), estar conectadas de alguna manera con las demás, aún sin las demás. Obtenemos seguridad. Nos regala la posibilidad de evitar incertidumbre. Nos permiten ajustarnos a una idea preexistente. Nos permiten no tener que construirla desde cero. Nos permiten no tener que construirla solxs. Formar parte de algo más grande que nos haga olvidar la insignificancia que sentimos cuando estamos solxs. La familia, la tribu, la nación, los iguales, la «media naranja», nuestra clase, nuestro gremio, o los «sin nada».

Así pues, necesitamos estos disfraces, y aún cuando podemos acabar confundiendo nuestro ser con ellos, siempre queda un atisbo, una esencia de originalidad que confronta esos artefactos. Para eso también sirven los otros disfraces, los que te permiten a través del «no ser tú», «ser». Te permiten resurgir, te permiten conquistar… ¡rebelarte! aunque sea cobardemente. Puesto que no eres realmente tú. Ni siquiera quieres todo el paquete. Tan solo lo usas. ¿Cuan adictivo podría ser querer estar siempre en ese disfraz? Así como otorgarle la categoría de ser tú, pese a no ser del todo tú.

Pero no se puede hacer una distinción clara. El disfraz es en si una capacidad, no una función. Adaptación. El mismo disfraz sirve entonces para todo, como límite y como excusa, como creación e imitación, como soledad y como-unión, como vida y como muerte. Eliges al disfraz o el disfraz te elige a ti. O rompes el disfraz, y el disfraz te rompe a ti… Entonces, quizá, y solo después de eso, adquieras la capacidad de poder disfrazarte de ti.

Para ese carnaval de almas, donde ser de verdad, se reserva para una fecha especial

Entrada original escrita en 2017

#blogAntiguo #divagaciónConceptual

(entrada original escrita en 11/07/2017 a las 7:31 pm)

  • ¿Por qué lo hiciste?
  • Lo siento, no pude evitarlo, está en mi naturaleza... contestó el escorpión antes de hundirse también.

En esta famosa fábula, se nos comunica mediante la triste historia de estos dos animalillos la siguiente máxima: debemos desconfiar. No como actitud crítica para acercarnos más a la verdad, sino porque hay algo que no se puede cambiar, y es la naturaleza de algo. El resultado de desoír este consejo lleva a la muerte a la tortuga (y también al “inconsciente” escorpión) pese a tomar ciertas precauciones,  por lo que desconfiar equivale a no mantener ningún contacto con estos seres (será lícito huir, encerrarlos, matarlos o apartarlos), ya que ni tienen remedio, ni se puede hacer nada respecto a ellos.

Hay otra fábula similar, pero en este caso representada por dos hombres y un escorpión. La gran diferencia está en que la “naturaleza” no se presenta únicamente como algo que te empuja irremediablemente hacia el mal, sino que también hay una “naturaleza buena” en el hombre, que utilizando su ingenio, logra “salvar” al escorpión evitando las consecuencias de su terca conducta de picar a diestro y siniestro.

A simple vista podría decirse que la diferencia principal está en que la primera es una historia más “realista” (porque concuerda con nuestras principales enseñanzas y cultura), y la segunda, aunque preferible, es más idealista. La primera se funda en el miedo y la segunda en el deber. Miedo o paternalismo ante un pobre escorpión que siempre está destinado a hacer lo mismo independientemente de cualquier cosa. No tiene voluntad.

Pese a que es una evidente simplificación de la realidad, es fascinante como estas dos fábulas están en realidad presentes en nuestro funcionamiento tanto como individuos como sociedad. Locos, enfermos, delincuentes, drogadictos, terroristas, violadores, corruptos... Todo lo que se aparte de la norma de la sociedad y la ataque o la haga peligrar, se supone que es producto de esa falta de “voluntad”, son escorpiones, (solo que se pretende que la voluntad es en realidad algo que se puede prescribir) lo que si reflexionamos un poco en lo que significa la palabra voluntad es un poco contradictorio... A la mayoría de estas personas que se las presupone esa falta de voluntad inherente se las trata para que la alcancen (más derivado de la segunda fábula), o se las destierra/mata por ser una amenaza (primera fábula). Todo esto irónicamente al margen de su propia voluntad, o bajo amenaza a su vida o libertad.

Se define entonces la voluntad como la capacidad de plegarse ante las exigencias de la norma social siendo capaces de anular toda conducta o impulso que intente violar esta norma, siendo indiferente en realidad que se llegue a esta determinación por propio convencimiento ético, miedo a la represalia, o anulación directa de la voluntad. Pero ya hemos dicho que en realidad los escorpiones son así por “naturaleza”, por lo que solo queda engañarles, condicionarles o “extirparles el mal”.

Pese a que esta fábula está tan instaurada en nuestra mente, y es fácil comprender su intención, se asienta en un error que tiene interesantes correspondencias con la realidad. La naturaleza de un escorpión (de los de verdad) no es matar, o usar su aguijón indiscriminadamente. Es (como la de cualquier otro ser vivo), sobrevivir y defenderse de cualquier cosa que perciban como una amenaza. Lo que no tienen los escorpiones con respecto a nosotros es una memoria como tal (posiblemente puedan hacer algún tipo de asociación simple, pero no elaborar contenidos como tal, ni ser conscientes de ellos), por lo que por suerte o por desgracia para ellos dependen en gran parte de respuestas, más o menos programadas, que han “demostrado” ser útiles para su supervivencia.

Es interesante entonces, replantear la primera fábula, aunque pudiera llevar a idéntico resultado bajo estas premisas: El escorpión, una vez a lomos de la tortuga, y a mitad de camino hacia la otra orilla, podría estar experimentando un fuerte sentimiento de temor. De alguna manera sabe (aunque no lo entienda), que el agua será su sentencia de muerte. Como escorpión posee muy pocos medios (aunque por lo general efectivos y adaptativos) para enfrentar los peligros. El principal es la huida y su aguijón. Esto no sirve en su situación. Pero no tiene otros recursos. Puede que hasta se le haya “olvidado” que hace ahí. Lo único contra lo que sus únicos dispositivos de supervivencia pueden tener sentido es la tortuga. Puede incluso también que la tortuga tenga miedo y actúe en consecuencia, el miedo es muy contagioso (¿Qué leches? ¡Tengo un escorpión encima!). El escorpión no puede aguijonear al agua, ni huir por ella. Pero está impulsado a vivir. ¡Tiene que hacer algo! Y al hacerlo mueren ambos, mueren por intentar vivir, o por el miedo de morir.

¿Y si hubieran tenido memoria? ¿Habría cambiado algo? Alguien no sin cierta razón, podría decir que si tuvieran memoria, y alguno de ellos sobreviviera, lo que ocurriría es que pasarían a desconfiar del otro por el resto de su vida. Si además contaran con medios para comunicar a otros miembros de su especie ese recuerdo, probablemente saldrían pitando cada vez que vieran a la otra especie, y la evitarían profundamente. Pero la memoria no es un simple almacén de experiencias pasadas que permiten adaptarse mejor a lo que los “rígidos” instintos permiten. La memoria es una capacidad de construcción, y aunque muchas veces es terca y obstinada, puede dirigirse para crear escenarios nuevos, es decir, puedes construir, imaginar, anticipar o limitar el futuro. Y esa maravillosa capacidad de poder “sustituir” al instinto en algo que se adapte mejor a los peligros que surgen, tiene un perverso doble filo. Es muy difícil olvidar.

Así, el escorpión, gracias a la memoria, podría haber imaginado una realidad en la que no se ahogaba, desarrollando una expectativa de esperanza que ahogara sus instintos en vez de a él mismo. Podría de hecho reforzar entonces aventurarse a tener experiencias fuera de su esquema principal, incluso iniciar una amistad con una... tortuga! Pero también puede que en base a algunas experiencias previas hubiera construido un mundo todavía mucho más restrictivo. Puede que incluso hubiera llegado a la conclusión de que el resto de animales son perjudiciales siempre, y que es mejor huir de ellos o eliminarlos, o puede que hubiera intentado sobrevivir en el agua por si solo, y que en el trauma experimentado, ese recuerdo lo atrapara y construyera su mundo en base a su incapacidad. ¡Aquí tendríamos al primer escorpión deprimido a la manera humana!

Y aquí estamos entonces, casi en la misma orilla en la cual empezamos. Supongo que lo que la memoria te da, la memoria también te lo quita, pero la memoria no es un hecho, es una construcción (no siempre consciente desde luego), y como toda construcción también puede derribarse y volver a hacerse, aunque esto te cueste, en este caso metafóricamente, la vida.

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