Atardecer

Un atardecer de dorados sobre vertiginosas cumbres, el sol al cual ya no esperaba volver a sentir, vuelve a asomarse, un nuevo amanecer, un horizonte vertical deja pasar los rayos del sol que corren raudos sobre la tierra y me vuelven a iluminar, por instantes voy caminando, siguiendo el avance de esta línea de tiempo que separa la realidad de los sueños.

Una silueta de picos y pendientes abruptas se va dibujando lentamente en nuestro horizonte, encima el cielo azul, surcado por algún que otro rayo de sol que se niega a desaparecer. Son estos rayos que se mezclan con vaporosas nubes y que vienen de un lejano valle, los que parecen encender de fulgor los filos, collados y cumbres de las montañas. Más allá de la batalla planteada en las cumbres entre el día que fue y la noche que será, todo está sumido en una fría y dulce paz.  Lejanos retumban sordos derrumbes que se confunden con el lento murmullo de un arroyo cercano. El viento que hasta hace poco reinó azotando los árboles, se ha dormido, dejando a su paso una estela helada y apacible. Mientras, ya se escucha el siseo de los calentadores preparando la cena. La estela vaporosa que rodea la cumbre del Fitz Roy desaparece de a ratos y los aficionados salen con sus cámaras tratando de captar su milenaria belleza, su misterio ancestral y su espíritu indomable en un trozo de fría gelatina.

Camino, camino y camino, buscando senderos que nunca existieron, trazados en unos infames océanos de rocas apiladas, el calzado desolla los pies durante el día y una sed incontenible me aqueja, varias veces me pregunté quién me mandó estar aquí, el sol me calcina y estoy tan lejos de todo y de todos, tan cerca de la nada que tranquilamente puedo estar loco, sin embargo de vez en cuando sigo volviendo, nadie sabe muy bien porqué, ni a donde, ni yo mismo lo sé, a veces creo saberlo pero se me va olvidando muy fácilmente.