Drayla

Interrumpir.

No interrumpas mis silencios porque callo lo que ni yo soporto escuchar... amor.

Ađulacione§

Cada palabra es un gesto, cada gesto una adulación. Junto mis manos, doloridas de acariciar sombras, esperando que el calor las despierte. Para continuar con la vida, simplemente.

Mientras se adulan los dioses de barro, decidiendo sabiamente con un sólo dedo quien pertenece a su juego y quien no, yo, cansada de que utilicen las flores para pisarlas, observo callada.

Limitada por la suerte diaria que me imponga el destino.

Las adulaciones me dan frío, porque crean personas frías que si ven un poco de calor en ti lo quieren eliminar, a toda costa... sin saber que hay vidas cuyo calor es tan escaso que en lugar de quedárselo lo entregan a los demás. Por eso no me gusta las adulaciones: porque pisan las flores muertas y aún estando muertas... les duele.

Cruzαdα đę brαzo§

Brazos en el pecho, piel en carne viva sólo para mis ojos, y mis sentidos aprovechando cada suspiro de amor del mundo.

Encrucijada, brazos en cruz para aliviarte sin saber yo darme alivio.

Inmensa. Por saberte tan cerca, lo más posible que abarcan mis brazos y tu oleaje siempre refrenando las ganas de ahogarme por dentro sin que nadie lo note. Y mi deriva. Cruzada de brazos para que no se me escape el alma que sólo quiere fugarse...

Mę §obra đía.

Me sobran minutos embarrados en segundos traicioneros. Las horas, marañas en mi cabeza que no quiere dejar de pensar en el sin remedio. Araño palabras para que no salga y me alarguen el día... por su inconsciente intervención. Miro al vacío para encontrar ése lapso de segundos en los que te quedas en blanco. Para descansar, porque nunca lo hago. Y el vacío me devuelve un reloj. Frenético por ser el más lento del mundo.

No me sobran palabras, se me acumulan los hechos que no puedo realizar. Se me acumula la falta de humanidad de mi maldito tiempo.

Me sobran días. Me falta vida.

Frágil.

No es fragilidad, es el hastío de haberse roto tanto que ya no soporta ni el peso de una gota de lluvia.

LA JARA.

Olía a jara, mi pequeño amor. Tu madre lo recuerda porque cuando se sufre a pequeñas dosis y lentamente, todo se arraiga más fuerte. Olía a jara aún con la ventanilla cerrada, aún con los gritos y los reproches. “Tan temprano y ya estamos...”, pensaba y temblaba yo con la cara pegada a la ventanilla del coche. Ni una mosca se atrevía a entrar en él. Ni en mi casa. Preferían oler a jara, cuando íbamos de amanecida a pasar un día en “familia “.

Y salíamos del coche. Y salíamos de casa. Con la lección aprendida de callar y agachar la cabeza. Rodeados de ese aroma a jara.

Algún día te llevaré a olerla. Pero no tendrás que callar. Ni agachar la cabeza.

Solo disfrutaremos juntas de la libertad de la jara.

Quiero el erotismo.

De tus manías. De tus cansancios. De tus ojos buscándome entre mis rizos despeinados. El erotismo de rozarnos sin querer y temblar queriendo.

Lo quiero, todo. El erotismo que, sediento, nos haga buscarnos más sin ni siquiera pretenderlo.

Sondear la aurora. Partir en silencio como las almas sin dueño. En la oscuridad. Sin demora. Con el sabor de tu cuerpo en mi derrotada boca. Así me voy. Sondeando auroras.

Quien la sigue la consigue... Bien rodeada de gente que te guíe... Al fin!!!!