Miguel Florian Kvarta

Es en estas pendientes de roca, frio y glaciares donde me siento pleno, donde deja de existir el tiempo y su devenir, donde el compromiso, el cuidado y la responsabilidad de hallarte unido por una cuerda a esa persona que queres tanto cobra ahora una relevancia única. Y no se trata solamente de amistad, ó de compañerismo, es algo mucho más profundo, es justamente amor por la persona que te acompaña. Se trata de compartir un mismo destino, una misma vida, cuidarse a cada minuto y caminar junto a tu compañero por esa delgada frontera de la vida misma. No hace falta hablar, las miradas lo dicen todo. La cuerda es un enlace de almas. La cumbre no es el objetivo, el camino lo es.

Ver un montón de rocas y apreciar su belleza, entender sus líneas, sus detalles. Encontrar una linda ruta para llegar a lo mas alto.

Luego hay que imaginarse los tiempos, las dificultades, el equipo necesario, las posibilidades que uno tiene.

Desear estar ahi metido, proponerte una ruta de ascenso, empezar bien temprano, encontrar esas fisuras, imaginar lo que falta y en que parte de la pared estamos.

Tal vez seas uno de los primeros en tocar esos cristales, disfrutar cada uno de sus pasajes, admirar cerros nevados lejanos y sus fabulosas paredes.

Colocar cada uno de los seguros, aprender a confiar en ellos, armar reuiones, preveer rapeles, lastimarse las manos y tobillos en las fisuras.

Darle para arriba usando todas las herramientas y trucos, sentir la garganta seca y ahogada en las partes peludas. Curtirse de frío en las reuniones sin saber que esta haciendo tu compañero, y sin embargo seguir dándole.

Muchas dudas te abruman al caer la tarde, te queres ir, queres estar ya abajo, estas agotado, sin embargo algo te empuja para arriba, hay que decidir.

Si tenés suerte llegás a lo mas alto de tu sueño, podés sacarte unas fotos con tu amigo, y sin mas demora, te apurás a bajar. Solo faltan unos cuantos rapeles en la fría noche de los arenales.

Ya muy entrada la noche te reunís con tus amigos y disfrutás de unos mates, mientras ves allá arriba la silueta de esa hermosa aguja que ahora es una parte de tu vida.

Llegamos a Laguna Parón, 4000msm, durante la mañana recorrimos desde Caraz un áspero y serpenteante camino. El vehículo un moderno taxi toyota blanco con caja automática e interior adornado con bizarros caireles y tapete de terciopelo bordó. Subimos por una pintoresca quebrada repleta de soñados rincones, vemos lejanas casitas en el fondo de los valles, arados de mancera, arpas, sombreros, oscuras manos curtidas por el silencio y una líneas de acequias incas que recorren kilómetros de laderas a la perfección y aún funcionan. No hablamos. Imágenes de este Perú que a cada rincón se hace querer demasiado y nos invita a viajar en el tiempo hacia nuestra propia esencia de montañeros.

Mochilas incomodas al hombro y a caminar, no encuentro lugar para las botas rígidas, asi que van colgando afuera, de a poco el físico olvidado de estas sensaciones, comienza a entenderse con el peso y la incomodidad, la montaña es incomodidad, recorremos el lateral de una laguna y en pocas horas estamos en un pequeño bosque de Quenuales, especie de Tabaquillo pero más grande, nos llega un aroma a tierra mojada, ha comenzado a llover. No se ven las montañas que nos rodean, pero sospechamos son magníficas. Buscamos leña, armamos un fuego, la carpa, y los mates. Entre las llamas se pierden nuestras miradas. Los cálidos destellos de la tarde se van llevando la lluvia y entre los árboles surge esta visión tan extraña, la de una blanca montaña y ese contraste entre la vida misma y la pristina belleza inalcanzable, entre la calidez de la madera  y la apacible frialdad de lejanas laderas cargadas de glaciares. Por eso estamos aquí, para vivir estos contrastes.

Amanece, se escucha el murmullo de un arroyo que pasa por aca cerca, todavía el sol no pega pero el cielo esta perfecto. Aparte del arroyo, todo es silencio, un profundo silencio, aromas a naturaleza y ese aire helado lleno de paz que entra en tus pulmones. A lo lejos el sol calienta una ladera, la roca se tiñe de amarillos, el cielo es de un azul aterciopelado. Juntas un poco de leña y encendés un fuego, una pava negra de hollín se va entibiando y el mate, ese mate que te acompaño a tantas montañas esta entre tus manos esperando, compartiendo todo eso. La montaña esta hecha de momentos, como la vida, en la montaña los momentos son puros, simples y concretos, la montaña tiene un ritmo y lo impone, no hay apuros, no hay competencia, dejás de ser un número, uno más, para ser alguien, para ser único, para ser vos mismo, ser humano, hombre, mujer, pero ser, con todo lo que eso significa, ser vos mismo. Sentirte primitivo, salvaje, pionero, descubridor, responsable de tus decisiones, entrelazar íntimamente tu existencia con la naturaleza, sentir la bella y profunda simpleza de la vida que corre por tus venas a cada minuto.

La pava esta lista, te sentás sentás en el piso y ahí tirado medio ahogado por el humo, te dedicás a apreciar el aroma de la yerba que se mezcla con el perfume de la leña que se va quemando. Ya se oyen los pájaros, uno bastante caradura se arrima hasta tus pies, tan cerca que te reís, y el te mira, y le hablás a ese pajarito que esta a tus pies. Te sacó una sonrisa algo tan simple.

La luz del sol ya te da en la cara, empezaste a sospechar lo que significa la palabra sol. Parece tan obvia la existencia del sol, tan simple, pero en la montaña vuelve a adquirir su verdadera dimensión, el sol es verdaderamente la vida, muy a menudo es la única fuente de calor. Muchas veces se lo espera con tanta ansiedad que la noche se hace muy larga. Hay una gran diferencia entre un día con sol y un día nublado. En la montaña te has empezado a dar cuenta de que hay un significado mucho más profundo de la luz y de las sombras, de la noche y del día, de amaneceres y atardeceres. Eso lo habías olvidado en la ciudad. Hay una gran diferencia no solo en temperatura, sino más que nada anímica en el hecho de que recibas o no la luz del sol.

Asi son las montañas…


Podría haber seguido...

Pero ya no lo veía, tenía miedo de luego no oirnos, como tantas otras veces en una pared. Mire lo q faltaba para terminar, y era muy fácil, pero unos metros eran tal vez algo más duros, estábamos lejos el uno del otro, con lo q pensé sería inteligente q el me vea para poder asegurar el paso. Tampoco quería estar tan sólo acá arriba.

Ya estaba resuelta la pared, habiamos escalado la Francoargentina, pero se necesitaba discutir una decisión, salir al filo cumbrero o no . En un último recodo de luz arme en un pichote la última reunión y grite veniiii!

Del filo se desilachaban furiosamente endemoniados viento, nieve y nubes a una velocidad increible, Estruendos, estampidos del viento a ciento y pico de kmh. Nunca antes había sentido esos sonidos en una pared. El frío para el segundo se hacía sentir. Miré hacia abajo y apareció entre la neblina. Hacia rato q íbamos con grampones y piquetas en un mundo de granito y fisuras con hielo. Mientras recuperaba miré lo cerca q estábamos de salir.

Una racha me aplastó violentamente contra la roca, y en un zumbido brutal tuve q hacer fuerza para evitar me doble el tobillo q tenía cómodamente empotrado en un offwidth, sentir la fuerza de la naturaleza y luchar con ella, es cuando uno dota de vida a lo inanimado. Era mucho menos de un largo fácil con pedulas al filo. Una trepindanga. Soñé a mi compa arriba de ese filo mirando al oeste y gritándome al fin, venii!, luego caminar juntos a la cumbre.

Pero era un límite q no íbamos a pasar. No era ni el tiempo ni el lugar. No es q no lo intentamos. Igual fuimos. Los camalots no funcionaban, se pegaban las levas. Un intento más y el frío se volvía preocupante, miro el reloj, eran las 16hs. Decidimos bajarnos. Nos esforzamos por tomar una decisión abstrayendonos de las pasiones y aplicando la sensatez.

Cuando rapeló mi compa primero y desapareció en una esquina, el viento se adueñó de todo, quedé solo, pensé bastante y todavía sigo pensando. Aún hoy sigo desmenuzando el significado de esa escalada.

…Oí un leve silbido, un susurro casi imperceptible, y en un viraje escarpado de roca, cielo, nubes y glaciares ví un cóndor pasar detrás mio. Con sus delicados dedos de plumas negras ancestrales acariciaba viento y espíritu, cielo e inmensidad…

 

Compañero de cordada, cuando me haga falta tu fuerza allá abajo, en lo más profundo de las montañas, tu estarás ahí, apretando los dientes y dándole fuerza a mi fuerza, tenacidad a mi lucha, esperanza a mis sueños y vida a mi propia vida. Cuando el viento del ocaso sople helado e implacable, y el sol nos abandone en pos de las sombras, cuando bramen endemoniadas las velas de esta vida y la roca se vuelva bestia salvaje y el hielo sea su tenaz aliado, cuando haya que apretar para seguir viviendo, se que estarás ahí atento, confiando, tensando  con cuidado estas ínfimas cuerdas que nos unen y que hoy suben como torbellinos de colores, perdiéndose brillantes en lo mas alto de nuestra vida.

Ahí sabrás  lo que he estado buscando en las cumbres y en los valles, en los colores de la noche y en la nostalgia de los atardeceres, hoy más que nunca sabrás que yo mismo estaré buscándome. Encaramado al vacío, trepado al abismo, tratando de llegar más y más alto. Pero en verdad, sabrás  que no se trata de eso, escalar es sólo una buena metáfora, sabrás que todo esto es calar hondo en la vida misma, es bucear en las sombrías profundidades del alma, es aventurarse montado en este potro salvaje de roca y hielo a lo más profundo de los miedos, dudas e incertidumbre que podamos tener para rescatar ínfimos  tesoros y tal vez traerlos a la superficie de la vida cotidiana, mínimos contrastes, sutiles matices, cálidas luces, silbidos imperceptibles, delicadezas del viento, sensaciones de lucha, amargos sinsabores, duros reveses y maravillosas humildades.

Es que en lo más alto, recién allá, cuando miramos todo desde arriba, y se ve claro el horizonte, y adivinamos el océano, es cuando me abandona esa dulce melodía que me acompañó toda la jornada,  recién ahí cuando cae la tarde, recién ahí, alejado de todo y de todos, recién ahí vuelvo a ser yo mismo. Es cuando bajo la guardia por un instante y desaparece en nosotros esa faceta del guerrero, para volver a ser solo humanos. Y un abrazo de hermanos nos trae a la realidad, porque después de todo, esto es solo montaña. Si, es cierto…por un momento lo habíamos olvidado, es solo una montaña. Es un solo un pedazo de roca, hielo, frío e inmensidad, si… pero este abrazo, este abrazo es mucho más, condensa a todos esos amigos y hermanos de cordada y personas maravillosas que han pasado por la vida de un montañero, y otros que no han pasado, que ni siquiera conocí, pero yo sé que están ahí, junto a uno, viviendo esto, junto a nosotros, es un mensaje, es un sutil susurro de viento y libertad.

 

Amanece, un hilo de luz se filtra entre las hojas de los árboles y me da en la cara, un fuego de leña calienta una pava negra con agua de río, me siento en los pastos con el mate entre las manos, el río me susurra palabras al oído, son tantas y tan buenas para el corazón. El perfume de la costa, ese inconfundible aroma a isla, se mezcla con el humo de la leña de sauce quemada, de la radio se oye un acordeón que va rezongando los primeros acordes de un chamamé.

Así comienza este viaje a las montañas, nace en las islas frente a Rosario, navega el río a pura sangre, despacio, tranquilo, viviendo cada metro de costa, sintiendo ese dulce fluir del agua en cada recodo, nutriéndose  del viento, dialogando con él, entendiendo que tiene para decir y adonde me quiere llevar.

El único resguardo que logra tu mente en esos momentos son los ojos de tu compañero, en el que confiás ciegamente porque estas atado tanto a tu cintura como a su espíritu. Y cuando la tenue luz de su linterna se desvanece en la helada noche en busca del próximo rapel, y vos estas ahí solo en la oscuridad colgado de un par de clavos, ansioso por sentir el “libre”, entendés profundamente lo que significa la cordada.  Más abajo, y ya al pie de ese sueño interminable, te abrazas en la verdadera cumbre y casi se te arrancan las lágrimas de los ojos, porque te ha nacido otro hermano.    Siempre hay que saber escuchar, la duda del otro es la máxima certeza, en los ojos del compañero esta la solución. Solo hace falta una mirada para entenderlo todo y saber hasta donde se puede llegar. Dos vidas intensamente unidas, para llegar a lo mas alto, eso es una cordada.

Esta es nuestra pasión, casi un instinto ancestral, este amor por escalar, estas ganas de trepar, resolviendo todas las situaciones que nos plantea la montaña, muchas veces pasando hambre, miedo e incertidumbre.  Descubriendo a cada paso, siendo exploradores y conquistadores de cada pedazo de granito, de cada huequito de la roca y de cada centímetro de hielo.  Sintiendo correr el tiempo por nuestras venas, con el lento fluir de los glaciares. Extrañando amigos, momentos, novias y esposas.

Este es nuestro juego, el de los montañeses, románticos aventureros de paisajes increíblemente hermosos y duros. De bellas montañas y esbeltas agujas, con las que tal vez solo se podrá soñar, imaginándonos en sus cumbres llenas de misterio y leyenda.    Una loca pasión de hielo y roca que nos lleva a algunas cumbres junto a los más grandes amigos que tendremos, y a los que llegamos a querer demasiado, mucho más que a ese pedazo de roca, hielo, frío e inmensidad.

Es en las frías mañanas rosarinas después del viento sur, que nacen en mí lejanos recuerdos, con el mate aún entre las manos aprecio el profundo azul del cielo,  respiro ese aire fresco que viene de las montañas, cierro los ojos y simplemente sueño…

Hoy llegué a imaginarme esa sensación de tibieza, cuando estás helado en las sombras y de pronto te da el sol y sentís una felicidad muy grande, de estar donde estás, apreciando ese silencio inundado de soledad y tanta belleza.

Hoy recordé las montañas, pude sentir ese sol que baña el granito de dorados apenas amanece,  vi el cielo azul recortado arriba mío por un diedro, sentí ese frío seco que entra en mis pulmones y me hace sonreír de alegría.

Sentí esa misma sensación de estar donde uno ama tanto, con la mente en blanco, en otro mundo, un mundo de sensaciones tan humanas, un mundo de cosas simples, un mundo de instinto, un mundo de sentimientos, de belleza, de pasión, trepando no sé a dónde, pero viviendo a pleno corazón y me dio mucho gusto eso, porque por unos instantes fue realidad.

Siento las manos heladas, mientras en puntas de pies estoy delicadamente parado en un silencio solo herido por el viento que de vez en cuando se atreve a silbar por allá arriba, es de noche en esta verticalidad, estoy aferrado con muchas ganas a una mezcla de nieve, hielo y piedra.

De vez en cuando unas frías astillas de hielo cristal se me meten entre la ropa y la piel, espero mucho tiempo, el suficiente para pensar tantas cosas que de a ratos el frío y la incertidumbre me agobian, pero siento una felicidad muy grande, porque estoy donde me gusta estar, aquí perdido en la inmensidad de la cordillera, con unos trozos de nylon y unos metales que se han enamorado de una fisura, pero eso no importa demasiado, porque más arriba, y en algún lugar de este mundo alguien que ya es una parte de mi vida está por ahí buscando un camino para llegar más alto.

Ambos unidos por nada más que una cuerda que ahora me vuelve a parecer tan insignificante como aquella vez, comparados con los millones de años de las rocas, pero también me unen otros vínculos milenarios y mucho más fuertes, son la confianza, la amistad, la voluntad, el amor, aquel compañero que ilumina de a ratos las rocas por allá arriba con su linterna es una parte de mí que anda por ahí, muchas veces no me hizo falta decir nada, solo con la mirada nos comunicamos cosas, miedos, incertidumbre, dudas y alegría, estamos juntos en una gran montaña pero cada uno en la más absoluta soledad.

Mas tarde llego arriba y lo veo ahí parado, riéndose, detrás de él lagos, más cumbres, rocas y glaciares, esperándome con algo que es seguramente emoción, ahora él es mucho más que aquel compañero con el que planificaba salidas, tal vez ya sea un amigo, ó mucho más que eso, algo distinto, no sé, así son las montañas.