La huida

Serie Asesinos, chivatos y macarras.

Capítulo 2

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Matar a un chivato en los lavabos de un club de mala muerte no es nada difícil, eso lo hace cualquiera. Lo complicado es evitar que te cojan después. La pasma ofrece dinero a la chusma para que informen de quién y dónde se encuentra el asesino de indeseables como el que yo acababa de matar. Lo hacen para no trabajar, porque es cansado andar todas las noches por esos tugurios buscando a alguien que quiera contar algo sobre la muerte de un indeseable que no le dará gloria a nadie. Ni al soplón ni al madero. Por eso ofrecen dinero. Es la forma más sencilla y rápida de conseguir alguna pista. Y si hay suerte, y la información es correcta, con ir al sitio indicado por el confidente y disparar al individuo señalado antes de que abra la boca, todo resuelto. Se reduce drásticamente el peligro de morir en acto de servicio y el papeleo.

Y si la información no es correcta, pero el tipo señalado es un indeseable más, pues se hace justicia con él y se cierra el caso. Total, paga por todas aquellas de las que se ha escapado.Y siempre hay alguien dispuesto a venderte por dinero. Aunque no hayas hecho nada. Siempre hay alguien que te odia y que tratará de perjudicarte.

Aquella noche dormí en El Angel Azul, un puticlub de los buenos ubicado fuera de las rutas habituales de los camioneros. Su clientela es selecta: funcionarios, secretarios judiciales, banqueros, y sobre todo, policías fuera de servicio. Estos son los jefes de los pringados que van a los garitos de mierda a buscar chusma. Ellos disfrutan de putas de lujo mientras sus secuaces se tienen que conformar con chicas manoseadas por decenas de personas cada noche y que se limpian el sudor y los efluvios con toallitas húmedas. Son de pico más fino, claro, por algo son jefes.

Y como jefes que son, solo saben de su trabajo lo que les cuentan sus subordinados. Por eso me escondí allí, porque ninguno me conoce. Ninguno ha visto mi ficha policial. No se dedican a esas cosas. Y los maderos de abajo no se atreven a visitar éste local porgue saben quienes son sus clientes. No quieren líos.

Bueno, hay un jefe de policía que sí me conoce. Un sádico que le gusta asfixiar hasta provocarles casi la muerte a las putas que se atreven a subir con él. Una noche casi mata a una chica a la que yo estaba chuleando. Le ayudé a salir del local y me deshice de la puta abandonándola en urgencias con la amenaza de que si hablaba, la mataba. El cabrón tardó seis meses en volver por el local, y cuando lo hizo, vino a darme la gracias.

— Te debo un favor—, me dijo. Y ahora pensaba cobrármelo.

Tras mantener una breve conversación con él, me fui a dormir. A la mañana siguiente, mientras desayunaba en un bar cerca de la estación de autobuses, vi la noticia en la televisión:

—La policía se ha enfrentado a tiros con el asesino que hace dos días mató a un traficante de drogas en los lavabos de un club de alterne de la ciudad. El asesino, conocido como el Cuervo, ha muerto, resultando dos policías heridos leves.

El madero me debía un favor y al Cuervo le debía yo una venganza. Me quitó la chica que chuleaba cuando salió del hospital. La utilizaba como una amenaza permanente contra mí.

Ahora ya no hacía falta salir de la ciudad en autobús. Mejor me iba a pasear por la calle mayor.


Capítulo 3