El Ángel Azul

Serie Asesinos, chivatos y macarras.

Capítulo 3

Capítulos anteriores:


El Ángel Azul es, como ya os he contado, un club de calidad. Mucho señorito y mucho alto funcionario corren por sus salones. No es la típica discoteca a oscuras y con la música a todo volumen que podéis encontrar en cualquier otro club. Es un lugar elegante, donde los clientes van bien vestidos y los muebles y alfombras son de calidad, al estilo de las casa de putas del siglo XIX.

Y como toda casa de putas, ésta también tiene a su madame. Se llama Señora Lucía. Y que no se te ocurra nunca olvidarte del “señora”. Lucía cree que el tratamiento es fundamental para mantener el respeto. Allí todos los clientes son el doctor Tal, Su Señoría Pascual... y como ella carece de estudios pero quiere ponerse a la misma altura que la clientela, no tolera que nadie se olvide de su tratamiento de señora. Por que sí, habrá sido puta, ahora es madame, pero siempre se ha considerado una señora. —¡Una señora puta y a mucha honra!—te dirá.

En el Ángel Azul la bebida más servida es champán francés del bueno, nada de cava ni simplezas de ese tipo. Allí se bebe de lo mejor. Y por supuesto, no sirven cubatas. Como mucho un buen whisky escocés. El salón principal se llena de señores elegantes que conversan con naturalidad en voz baja de los asuntos del día, como si se acaben se encontrar a la puerta de la oficina. Entre ellos circulan las chicas, vistiendo ropa interior y saltos de cama de encaje, y con bandejas llenas de bebidas y comida. No está permitido, ni ellos se atreverían, a ningún tipo de obscenidad en el salón. Esas cosas quedan para las habitaciones.

Las chicas, para poder trabajar en aquel club, pasan una exigente prueba de selección por parte de Lucía. No solo deben de ser bonitas y tener unos cuerpos esculturales, sino que además deben de ser expertas en el arte del amor. Además, se buscan mujeres coquetas, inteligentes, apasionadas, enigmáticas.. De todo debe de tener el rebaño de Lucía, pues los gustos de sus clientes son de lo más diverso. Lo único que no se verá nunca allí es la vulgaridad.

Os estaréis preguntando como un macarra como yo llegó a entrar en aquel sitio. Y la cosa es muy sencilla: Lucía y yo somos viejos amigos, de cuando ella hacía la calle. Su macarra quiso acuchillarme por una cuestión de dinero. Yo no quería pagar tanto como él me pedía por los servicios que había disfrutado de Lucía en media hora de sexo callejero; que no es que no los valiesen, sino que por una chica de la calle no se pueden pedir según que cantidades. Eso lo sabe todo el mundo. Pero el tipo debió de verme cara de pardillo y sacó su cuchillo tratando de zanjar la cuestión y a la vez desvalijarme de todo mi dinero. Se llevó algunas buenas hostias y tres pinchazos en los muslos, además de un bonito corte en la mejilla izquierda. Hoy en día cualquiera lleva navaja, hasta yo.

El caso es que Lucía se vio sola y me pidió ayuda. En aquellas fechas yo nunca había hecho de macarra, no dominaba el asunto. Y aunque el tener sexo gratuito con aquella preciosidad me gustaba, si no trabajaba no podríamos mantenernos. Yo no soy hombre al que le guste tener pareja. Vuelo siempre solo y por eso nunca he querido tener cargas en mi vida. Si no trabajaba, no podría estar conmigo, así que pedí ayuda a algunos amigos de aquella época, y finalmente, terminamos, una noche de invierno, delante de la puerta trasera del Ángel Azul, ubicada en un siniestro callejón oscuro y lleno de basura. La madame de aquella época, tras ver unas fotos que le hice llegar a través de un conocido, aceptó hacerle una entrevista. Y pasó la prueba.

Lucía a la luz de las farolas se veía guapa, pero vestida de encajes en aquel salón iluminado con lámparas de cristal y paredes tapizadas, parecía una diosa. Rápidamente fue la chica más solicitada del local y en pocos años conocía a todo hombre relevante de la ciudad. Además de guapa, se sabía desenvolver entre las personas influyentes. Y cuando la madame de turno murió, ya estaba todo atado de tal modo que Lucía la sustituyó.

Lucía nunca olvidó que, gracias a mí, su vida cambió radicalmente. Pasó de ser una rata callejera, a reina de las ratas.

capítulo 4