Ladrón

Serie Asesinos, chivatos y macarras.

Capítulo 8

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La principal forma que he tenido para sobrevivir durante toda mi vida ha sido el robo. Ya he contado varias veces que tengo una habilidad especial para colarme en las casas de la gente y que, gracias a la ayuda de Don Enrique Belvís, podía darle fácilmente salida a todo lo que rapiñaba por ahí. Vivía muy bien y sin complicaciones, aunque sí que es verdad que, poco a poco, iba abriendo mi zona de actuación, pues robar a los ricos de una misma urbanización provocaba que aumentase la vigilancia y las patrullas de policía. Por eso, enseguida me vi explorando barrios nuevos, y con el paso del tiempo, las ciudades más cercanas.

Lo malo de éste sencillo sistema es que era fácil de identificar, y el grupo especial de la policía que se creó para detenerme lo hizo. Total, ir haciendo círculos concéntricos en un mapa y en cada uno de ellos identificar las casas de las familias más pudientes no era difícil, y eso era lo que yo, con mis exploraciones, había venido haciendo sin darme cuenta. El jefe del grupo organizó vigilancias en estas casas relevantes y en pocos días dieron conmigo. Me pillaron tratando de entrar por una ventana del primer piso de una inmensa mansión que había en una urbanización de lo más normal, con casas de clase media-alta, en la que ésta destacaba desde la lejanía. Se trataba de un caserón de tres pisos, con un enorme jardín a su alrededor, protegido por un muro alto de ladrillo, que salté sin problemas. Subí por una bajante hasta el primer piso, y cuando estaba forzando sigilosamente la ventana, escuché unos pasos acelerados en el jardín, seguidos de unas luces procedentes de un par de linternas que exploraban la fachada de la casa tratando de localizarme. Rápidamente continué mi escala hasta el tejado y desde allí, oteé el perímetro. Solo se veían dos linternas, ambas colocadas en la fachada principal. La parte trasera parecía que estaba sin vigilancia. Rápidamente descendí por la fachada posterior y corrí hasta el muro que limitada con el chalet vecino. Lo salté sin apenas tocarlo y desde allí me dirigí a la calle trasera, por la que me perdí en la noche.

Aquella experiencia hizo que mis actividades lucrativas nocturnas descendiesen considerablemente. Afortunadamente tenía bastante dinero ahorrado y me podía permitir unas vacaciones. Don Enrique, al que le conté lo que me había pasado, fue el que me informó de la creación del grupo policial, creado específicamente para detener al ladrón de las casas de lujo. Se conoce que mi modus operandi era perfectamente conocido y el culpable de que los maderos pudiesen relacionar todos mis robos con una única persona. Estaba señalado, aunque no identificado. Posiblemente sospechaban de mí, de el gato, pero no tenían ninguna prueba. Eso hacía que fuese muy probable que me estuviesen vigilando. Por éste motivo, Don Enrique me prohibió visitar durante un tiempo la tienda. Me mandaría un mensaje al Angel azul si necesitaba alguna cosa de mí o si se enteraba de alguna cosa más.

— Pero estate tranquilo—me dijo—. Si estas un tiempo si robar nada, el grupo se desmantelará. La policía anda siempre escasa de personal y no pueden mantener un grupo dedicado exclusivamente a una cosa. Eso solo pasa en las películas. En solo que desaparezca la alarma social y dejen de aparecer noticias de robos en la prensa, todo volverá a la normalidad para ti.

Y con este consejo, decidí dedicarme unos días, por primera vez en mi vida, a hacer vida normal. Cambié de pensión, me compré ropa de calidad, me corté el pelo y me afeité y comencé a salir por el centro e la ciudad a sitios elegantes y ajenos a los delincuentes habituales con los que yo solía relacionarme. La verdad es que, al principio, todo era muy aburrido. En los barrios bajos cada uno sabe perfectamente cuál es su papel y qué lugar ocupa en la jerarquía social. Pero fuera de allí, con las personas normales, uno no sabe a que atenerse. Todos ocultan algo. Y todos están llenos de contradicciones: Gente con mucho dinero que son unos donnadies, muertos de hambre que presumen como un gallo de pelea, toreros de salón con miradas de perdonavidas a los que la más leve insinuación de agresión les hace desaparecer de escena a la velocidad de la luz, donjuanes de pacotilla...

Eso sí; enseguida me hice un sitio entre todo aquel ganado. Y era agotador. Todos criticaban al de al lado, sobre cosas tan insignificantes que me entraban ganas de darles dos ostias cada vez que abrían la boca para que aprendiesen cuáles eran los problemas de verdad. Pero me contuve. Y una noche, llegó ella.

Julia era una morena impresionante. Ojos negros como el carbón, alta, talle perfecto, pechos perfectos, melena hasta la espalda, vestida con un ajustado traje negro con un enorme escote. Se acercó a mí, y me habló. Me habló de todo: de su vida, de sus problemas, de sus deseos... Lo hizo con absoluta sinceridad, sin máscaras ni filigranas. Sin esperar nada de mí. Fue la primera persona sincera que había encontrado en aquel nuevo mundo. Y evidentemente, yo caí enamorado a sus pies.

Nuestra relación duró un par de meses. Meses de complicidad y amor. Desde que abría los ojos, tenía a Julia en mis pensamientos, y ella me decía que le ocurría lo mismo. Cuando me preguntó a qué me dedicaba, fui sincero y se lo conté todo. Nunca temí que me traicionase.

Una noche en la que había quedado con Julia para cenar, me pasé antes por el Angel azul a ver si había algún mensaje de Don Enrique. Me dijeron que quería verme. Yo, que llevaba dos meses de felicidad, subido en una nube, pensé que había llegado el momento de presentarle a Julia, y me acerqué hasta su tienda con ella. Tras las presentaciones, Don Enrique, en un aparte, me informó que el grupo policial que me perseguía se había disuelto, y que podía volver a mis actividades. Después, decidió que saliésemos los tres juntos a cenar.

Fue una noche maravillosa. Don Enrique, mi segundo padre, riendo y bailando con la mujer de mi vida. Se le veía feliz. La había aceptado en nuestro peculiar mundo sin poner reparos. Él pagó con una sonrisa la cena, la sala de fiestas, el reservado, las bebidas... ¡Todo! Nunca habría pensando que aquel hombre fuese capaz de divertirse de aquella manera. En aquel momento descubrí lo que era un tipo importante de verdad, cual era su verdadero poder: Era hacer lo que quisiese y cuando le apeteciese. Y Julia parecía encantada. Nunca creí que fuese capaz de aceptar que un chorizo y un mafioso formasen parte de su vida. Pero allí estaba.

Dos semanas después, Don Enrique me hizo llamar y cuando estuve en su presencia, me dio una orden clara:

—Esta noche tienes que entrar en esta dirección. No te preocupes, es una casa sencilla con la que no tendrás ningún problema. Lo único que quiero es que no te acerques por el sitio hasta pasadas las dos de la mañana. Lo tengo todo estudiado. Será el mejor botín que has robado nunca. El joyero se guarda en el dormitorio principal, pero no hay caja fuerte.

Con la nota donde apuntó la dirección Don Enrique en el bolsillo, decidí llamar a Julia para estar con ella hasta el momento del robo, pero me dijo que aquella noche no podía salir, que no se encontraba bien, así que me fui al Angel azul y esperé hasta la hora indicada. Entrar en la casa fue sencillo. Llegar hasta la puerta del dormitorio también. Pero allí había gente. La luz estaba encendida, y se escuchaban gemidos. Una pareja estaba haciendo el amor. Mi primera intención fue salir de allí disparado, pero no puede evitar mirar dentro. Julia y Don Enrique follaban como animales. Él gritaba y ella saltaba sobre él como si estuviese cabalgando el caballo del propio Cid Campeador. Salí de allí corriendo.

A las seis de la mañana me encontró Don Enrique en el Angel azul medio borracho. Venía con dos guardaespaldas. No se fiaba. Antes de que pudiese abrir la boca, me dijo:

—Gato, has visitando un nuevo mundo y te has creído que allí eras alguien importante. Pero no eres nadie. Enseguida se te ve tu piel de chorizo y mangante. Nadie de allí se te acercaría si no fuese con alguna oscura intención. Julia así lo hizo. Al principio quería desplumarte, como el pardillo que eres, y cuando me vio a mí, quiso picar más alto. Pero yo soy perro viejo. Distingo a un puta a lo lejos. Por muy de lujo que sea. Te hice ir a aquella casa para que abrieses los ojos: Con unos billetes en mi bolsillo listos para gastarlos en ella y un par de días, has podido comprobar como su amor por ti desaparecía a la velocidad de la luz. No me culpes a mi de nada. Fue ella la que vino a buscarme al día siguiente de la fiesta. Has sido un tonto.

A medida que él hablaba, en mi cabeza yo le iba dando la razón a todo lo que decía. Ella había jugado conmigo y Don Enrique solo me había abierto los ojos. De la peor forma posible, sí, pero la más efectiva.

—Y escucha, gato. La próxima vez que me traigas una puta al negocio, te mato.

Yo le miré con vergüenza y le pedí perdón. Con sinceridad, sin humillación alguna. La había cagado bien y sabía cuales eran las consecuencias. Me creí un listillo entre gente ridícula y salí escaldado. Me la habían dado con queso.

Pero yo seguía enamorado de Julia. Y el dolor que sentía por su traición me partía el alma. Ella era mi faro y se había apagado de golpe. Ella me había robado el corazón. Realmente, no soy un ladrón. Soy un simple aprendiz. Hay auténticos artistas del robo.

—Continuará.